Retazos del pasado

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23 de Diciembre, 1945.

La pequeña Iris estaba admirando el árbol de Navidad en silencio. Definitivamente, esas fechas eran sus favoritas.

El día anterior había ido junto a su madre y su padre a comprar aquel árbol, y ahora su padre le había prometido que le traería varios adornos para que ella pudiese colgarlos en árbol como tanto le gustaba hacer.

Aunque era muy pequeña todavía, ella había notado que la Navidad era cuando su familia estaba más unida. Su padre no solía estar mucho en casa por temas de trabajo, e Iris pasaba la mayor parte del tiempo junto a su madre. Pero eso no le impedía querer a su padre, hasta el punto de idolatrarlo.

Él siempre le contaba aventuras de su trabajo, aunque nunca eran demasiado detalladas. Lo que siempre solía decir era que él estaba cambiando el mundo, que lo estaba convirtiendo en un lugar mejor. Uno donde ella, él y su madre pudiesen vivir felices, sin ninguna preocupación.

Claro que ella no sabía a lo que se refería. Iris, inocente, escuchaba con admiración las palabras de su padre y, en un futuro, deseaba ser como él. Ayudarle a cambiar a las personas como él hacía para hacerlas mucho mejor. Quería ser buena como su padre.

Ella se sentía orgullosa de ser hija del científico Klaus Schmidt.

Pero la pequeña Iris no tenía ni idea de lo que su padre hacía realmente. 

Sí, él estaba cambiando el mundo. También estaba cambiando a las personas. Pero no estaba haciendo nada bien.

Al contrario, destrozaba la vida de todos los que podía.

E Iris nunca lo supo. Pero eso no le importaba demasiado a Klaus. Él sabía que, cuando llegase el momento, ella entendería y aceptaría todo lo que él hacía. Y, entonces, crearían un nuevo mundo juntos.

Klaus entró a la sala donde su hija estaba, y se agachó a su lado, mirando el árbol.

Iris giró la cabeza para mirar a su padre y luego la dirigió a sus manos, donde había una pequeña bolsa. Y ella sabía lo que había allí dentro.

La cogió entre sus manos y la abrió, descubriendo una estrella. E Iris podía jurar que era la estrella más hermosa que había visto nunca.

Sonrió y no tuvo que decir nada más. Su padre la cogió entre sus brazos y la alzó para que pudiese llegar a la punta del árbol, donde luego depositó la estrella.

Era pequeña, pero suficiente para ella.

Cuando volvió a estar en el suelo, Iris abrazó a Klaus.

—¿Cuando vendrá mamá? —le preguntó ella.

—No lo sé. Ya debería estar aquí. Puede que se haya retrasado un poco —Iris asintió—. Venga, pequeña, ve a buscar tus juguetes. Hoy pasaremos el día juntos.

Iris estaba más feliz que nunca. 

Pero su madre, Lourdes, se retrasó más de lo que ambos esperaban.

Así que pasaron el resto del día juntos, riendo y hablando. Y, aunque para Iris fue una de las mejores tardes en mucho tiempo, para Klaus no lo fue tanto. Aunque intentaba ocultarlo, estaba preocupado por Lourdes. No era común en ella tardar tanto en llegar, siempre era muy puntual. Así que temía que le hubiese pasado algo.

Y, aquella noche, mientras Iris dormía después de haber cenado, Klaus descubrió qué era lo que le había pasado a su mujer.

Había salido a la calle, dispuesto a buscarla. No había querido ir con Iris para no preocuparla, no quería que su hija sufriera. Pero, ahora que ella dormía, era el mejor momento.

Destruction ◇ Erik LehnsherrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora