Capitulo 44

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Martina regresó su sobria mirada a través de aquel empañado cristal que la separaba de aquel pacífico paisaje que reinaba por las tierras que atravesaba presurosa mientras sostenía en brazos a ese algo que la había hecho cambiar de un momento a otro desde una semana atrás cuando había llegado a su vida con un dulce llanto que resonaba aún por sus oídos convirtiéndose en su pieza musical favorita, ese algo que había devuelto su olvidada sonrisa a la comisura de sus labios y ese mismo algo que la había hecho sopesar hasta su más grande y más reciente pena, la pérdida del hombre al que ella deseaba pertenecer y compartir el resto de sus días. 

Todo era tan utópico que ella no había terminado de tragarlo aún, estaba escéptica ante tanta perfección, aun cuando sabía que una parte importante de ella no podría sosegarse jamás sin él. 

Lanzó un hálito de aire a la fría atmósfera y, por instinto, acortó la distancia entre su cuerpo y aquel pequeño bulto que mantenía aferrado a sus brazos, silencioso. 

Las imágenes del exterior corrían a un acelerado ritmo dejando detrás los esbozos de sus pensamientos elevados al aire y no clarificados aún. 

Venía a su mente como un vago recuerdo la última vez que había transbordado un tren. Lo cierto es que todo aquello había sido un afortunado desastre. Algo de lo que, de alguna manera, ella no se arrepentía y, si tuviera que repetirlo, lo haría sin dudarlo. ¿Y qué si todo aquello había dolido? ¿Y qué si ya no era más la señorita malcriada a la que todos idolatraban y envidiaban? ¿Y qué si había tenido que sacrificarlo todo? ¿Y qué si nada había salido como ella anhelaba? Finalmente, todo lo había valido, cada desgarrador recuerdo que, de vez en cuando, regresaba a su cabeza resurgiendo en ella un suave esbozo de sonrisa; el tacto, aún grabado en su piel, de él sobre su cuerpo; los escalofríos que recorrían hasta el último rincón de su ser al evocar aquella cínica sonrisa de la que ella se había prendado; los recuerdos de sus estúpidos y fallidos intentos por pretender que ese hombre, el grandioso corredor heredero de la segunda cadena hotelera más importante en el mercado, Jorge Blanco, ese mismo animal que tanto daño le había hecho, él no se hubiese penetrado en lo más profundo de su ser y de su alma para aferrarse a ella como una maldita sanguijuela; y, por último, el despertar cada noche necesitándolo tanto como al aire, deseando el roce de sus labios sobre los suyos y escuchar una vez más a una escasa distancia de su oído el susurro de él declarando un 'te amo'. ¡Joder! Ella lo odiaba tanto. 

El crujir de una hoja de papel periódico al ser tornada atrajo su mirada al interior de aquel pequeño compartimiento de primera clase que no difería mucho a aquel que había sido presente de sus mayores pecados cometidos e inducidos por su moreno amante. Mordió su labio inferior rememorando cada episodio, cada blasfemia liberada al aire, cada palabra que los había llevado a cometer todo aquello, cada mala broma que había salido de sus labios al intentar impresionarlo, cada caricia que él había repartido por su cuerpo despertando en ella sensaciones que hasta ese entonces desconocía, cada beso y hasta cada mirada. Resopló. 

Un timbrar resonó por sus oídos y ella comenzó a buscar, con una ligera torpeza remarcada en sus movimientos, entre su desordenado bolso el origen de aquel chirriante sonido que, si seguía insistiendo de esa forma, seguramente irrumpiría en la tranquilidad de los sueños de Drew, su  bebé. 

Maldijo en voz baja al advertir que el pequeño comenzaba a moverse intranquilo, aquello no estaba bien, en absoluto. 

-¿Necesitas ayuda? – una suave voz varonil resonó por detrás de las hojas del papel periódico que, hasta ahora, habían mantenido en anonimato a su propietario. 

-Es mi móvil – ella asintió – no lo encuentro y Drew no tardará en despertar si sigue así – explicó lo evidente sin despegar su mirada de su cada vez más desordenado bolso. 

-Puedes dármelo mientras lo buscas, si así lo deseas, claro - Martina no lo dudó y entregó al pequeño a aquel desconocido mientras centraba su atención en su bolso. 

-Muchas gracias – sonrió cuando sostuvo entre sus manos al culpable de aquella irrupción – Lo tengo – centró su mirada en la pantalla del móvil y presionó el botón para contestar la llamada de su mejor amigo, Carlo Insitoris - ¿Hola? – regresó su mirada al bebé que había vuelto a su tranquilidad de siempre – Drew y yo llegaremos en, quizá, veinte minutos – y, en automático, sonrió mientras observaba de soslayo su reloj de pulsera sin quitar de encima su atención del pequeño adormilado – Antes de que lo olvide, Fran y Mónica mandan saludos a su rockstar favorito – agregó al recordar a ese par con el que había estado viviendo después de salir del hospital - Te quiero, Insitoris – concluyó con la llamada regresando su móvil a su bolso – Listo, gracias – regresó su atención al desconocido extendiendo sus brazos para sujetar a su hijo. 

-No hay de qué – y Martina advirtió que ella conocía aquella voz, de algún lado era familiar.

Elevó su mirada al desconocido que había vuelto el periódico frente de su rostro ocultándose, nuevamente tras de él. Martina lo reconoció.

Estaba perdida. Entreabrió sus labios intentando inhalar aire para mermar su malestar que repentinamente la había invadido, sus labios comenzaron a oscilar, su respiración se paralizó al igual que sus latidos, su piel se erizó tras el recorrido de un terrible escalofrío, sus ojos se salieron de su órbita y sintió claramente cómo su mundo se venía abajo. 

-¿T-tú? – vaciló por un instante antes de que aquel hombre descubriese una vez más su identidad con una sonrisa impecable dibujad en su casi angelical rostro. 

Y ahí estaba él, Peter Lanzani, la prueba viviente de que todo lo que haces, sin importar su gravidez o sus causas, todo en absoluto, se pagaba en algún momento, aun cuando huyeses de las consecuencias, aun cuando te escondieses en el corazón de un desierto, tarde que temprano todo se devolvía y ahora le tocaba a ella pagar por el daño que había infringido en el dueño de aquellos finos rasgos tan perfectos. 

-El mismo – asintió mientras concentraba aquel par de profundos ojos sobre de ella.

-Pero...

-Tu bebé es hermoso – ahora posó su mirada sobre el pequeño que había sostenido entre sus brazos – si no me equivoco, tiene tu sonrisa – era claro que Martina quería desaparecer de ahí, salir huyendo y jamás volver a afrontarlo – pero el resto, y no lo podrás negar, es idéntico a su verdadero padre – ella sintió el peso de su mirada regresar a su rostro – Jorge Blanco – palideció, rogando al cielo salir ilesa de aquel episodio. 

-Pe... Es decir, Peter...
-Martina, ¿de verdad creíste que me tragué tu mentira respecto a la paternidad de Lanzani sobre tu bebé? Corazón, en algún momento, no logro aún reconocer en cuál, perdiste aquel don de la mentira que habías poseído durante tantos años.

-Peter, yo...
-Tranquila, nena – el castaño hizo a un lado su periódico para acercarse a ella – Estás nerviosa – susurró mientras atrapaba una de sus manos con delicadeza – y helada - Martina bajó su mirada – siempre sospeché de él, eran tan parecidos que me extrañaba que no existiesen fotos de paparazzi mostrándolos a ambos en una aventurilla... Pero luego, al anunciar nuestra boda, él se delató con aquella peculiar felicitación que pareció conmoverte lo suficiente como para hacerte derramar unas cuantas lágrimas, y así todo se fue juntando, cada encuentro casual con él y tus reacciones al verlo, aquel brillo en tu mirada que sólo aparecía cuando él estaba cerca y... en fin, la cuestión ahora es, ¿por qué demonios no están juntos? 

-Es algo complicado...

-¡Joder, Martina! Te ha llevado no sé cuántos problemas esa relación, un fallido matrimonio, una cadena hotelera, tu identidad oculta tras el lobo negro, por un tiempo hasta tu fraternidad con tu propio tío, incluso un hermoso hijo... ¿y todo para nada? Es... *beep*, nena.

-Peter...
-Martina, te dejé libre porque quiero tu felicidad, quiero que ese maldito corredor te de la felicidad que yo nunca pude darte, quiero que tu hijo viva con su verdadero padre y quiero ver una sonrisa sincera en tus labios... por favor, no lo tires todo por un bordo. 

-No es sencillo, Peter – y, por alguna extraña razón, ella sintió la necesidad de ser sincera con él – El animal es tan... tan él y yo soy tan *beep* y cobarde que, simplemente no puedo decirle todo lo que causa en mí. 

-¿Ni aun cuando vaya a cometer un suicidio? – Peter la cuestionó en un susurro. 

-¿De qué hablas? – sintió un balde de agua helada correr por su cuerpo. 

-Martina, me sorprende que no lo sepas ya – Peter le lanzó una mirada fugaz para después concentrarse en la ventanilla que esbozaba ya un paisaje citadino – Blanco participará en un rally monster - Martina se paralizó, sabía el significado de ello – es una barbaridad, correr un auto sin frenos y sin nada que lo detenga más que su combustible, sin reglas, sin nada... 

-Eso... no es posible – lanzó su mirada implorante al rizado mientras sentía ser invadida por su llanto – dime que mientes, te lo ruego. 

-No es así, Martina.Blanco lo confirmó, incluso Leonel, su representante, él va a correr... 

-Dime dónde, cuándo...

-Hoy, a mediodía en Mónaco.

-¡Joder! - Martina se incorporó a toda prisa al advertir que el tren comenzaba a detenerse – yo, tengo que irme... 

-Adelante - Peter se levantó con ella para ayudarla - Martina - ella detuvo su marcha ante su llamado – Mucha suerte – y, sin esperarlo, su ex marido la encerró por un momento en sus brazos mientras besaba su frente con ternura – Anda ya por el imbécil Blanco - Martina sonrió. 

-Gracias, Peter – salió corriendo. 

Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*Where stories live. Discover now