Capitulo 32

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Martina reposaba silenciosa sobre el escritorio de su madre con la mirada pérdida en los ventanales que cedían el paso a los rayos solares de mediodía que colisionaban con su rostro logrando penetrarse en sus desoladas retinas.

Su mente divagaba por sus hirientes y aún flamantes recuerdos, dolían, como nunca antes, peor que una herida abierta incapaz de curarse. Habría preferido quizá ser torturada físicamente por una eternidad antes que verse obligada a soportar un segundo más con la mente clavada en Jorge Blanco y su *beep* e incesante comportamiento. Resolló y se cuestionó cuánto tiempo más sería capaz de soportar aquél delirio, aquél miedo de no estarse equivocando, aquella sensación de vacío cada mañana, tarde y noche, aquella lenta y martirizadora muerte, el sentir cómo su vida se iba de sus manos incapaz de poder hacer algo para impedirlo.

Cesó el jugueteo que mantenía con su bolígrafo y lo arrojó al escritorio para después llevarse sus manos a sus sienes pretendiendo inútilmente mermar ese punzante dolor de cabeza con el que había lidiado toda aquella tediosa semana. Frunció su ceño, ¿en qué demonios había estado pensando al llegar a su madre a implorarle su perdón? Ahora pagaba las consecuencias de aquella sandez. Una semana en compañía de Mariana Stoessel y Peter acallando cada una de sus blasfemias reprimidas tendría que haber sido la dosis exacta de castigo por todos los pecados cometidos a lo largo de su corta vida. No obstante, eso aún no había cesado. Ahora se veía obligada a amar a su marido y a respetar a su progenitora, eso y, más aparte, los jodidos síntomas de náuseas y mareos que empeoraban día a día.

-Martina - elevó su mirada al tejado implorando sosiego ante ese hombre que repudiaba – cielo – Peter atravesó la puerta introduciéndose tímido al despacho en el que su mujer ahora pasaba gran parte del día haciéndose cargo de la cadena hotelera, que heredaría algún día, una vez que Mariana  había aceptado sus disculpas tras pensarlo seriamente durante una larga noche.

-Peter– el trago amargo en sus labios la empujó a no maldecirlo a pesar de sentir una infinita repugnancia por él - ¿qué ocurre, amor? - era el día en el que aún no había logrado expulsar de sus recuerdos su sucio tacto recorriendo con violencia su cuerpo mientras su aliento alcohólico tropezaba con su rostro empapado en lágrimas aturdiéndola; sus dientes rechinaron y ella estuvo consciente del tremendo esfuerzo que hacía por no abalanzarse sobre de él para asesinarlo ahí mismo.

-Nada, es sólo... tus flores, preciosa - Martina disfrutaba el temor marcado en las palabras del hombre, sin embargo eso no iba en sus planes, tenía que hacerlo superar su falta y después efectuar su castigo.

-Gracias – esbozó una sonrisa en completa contradicción a sus sentimientos, ¿flores? ¿después de profanar su cuerpo? Martina resolló con discreción cansada de recibir un precioso ramo de rosas a diario, ¿acaso no existía un poco de creatividad en aquella cabeza cubierta de rebeldes rizos? Se llevó una mano a su boca pretendiendo parecer sorprendida – Son hermosas – abandonó su asiento de piel de un brinco para correr, con fingido regocijo, a los brazos de su marido, se envolvió en ellos aún cuando su tacto le enroscaba la piel – Te amo – dijo tras rodear su cuello obligándolo a inclinar su cabeza dejando a su alcance aquellos perfectos labios y lo besó.

-De verdad lamento interrumpir este magnífico cuadro - Martina separó sus labios de él justo a tiempo, intuía que de haber permanecido un segundo más unida a ese hombre habría devuelto su estomago, por primera vez se sintió agradecida con su madre – Pero me es imprescindible enterarlos de esto – levantó una mano dejando al descubierto un pequeño sobre, la mirada de Martina buscó rápidamente el motivo de la importancia de aquellos simple papeles, temió a la respuesta.

-¿Qué es eso? – Peter soltó las caderas de su esposa depositando su completo interés en Victoria.

-Es una invitación. Martina, seguramente debe de sopesarlo mejor que nadie - Martina emblanqueció turbada – Stephie Camarena había mantenido ya una charla del asunto contigo, ¿no es así, querida?

-¿A qué asunto te refieres, madre? – titubeó, sus piernas comenzaron a flaquear y no se sintió capaz de poder mantenerse por mucho tiempo de pie.

-Cariño, el heredero Blanco se casa – fue una bofetada, la más fuerte que había recibido en toda su vana vida.

-¿Jorge Blanco se casa? – Peter perdió repentinamente todo el interés en el asunto, contrario a su mujer.

-Así es – Mariana sonrió traviesa, tomando aquello como una simple provocación mientras que para su hija su mundo se había desplomado en un abrir y cerrar de ojos, fue incapaz de percibirlo, ni siquiera imaginó la batalla que se había desatado ya en el interior de Martina.

-¿Cuándo? – la voz quebrada de Tini retumbó en sus tímpanos, Mariana consideró que su pequeña comenzaba a involucrarse convenientemente con sus negocios. No obstante, no era ese el motivo de su cristalizada mirada apesadumbrada.

-Me parece que en una semana, cariño – se sintió orgullosa por vez primera de ella.

-No puede ser, esto no puede estar pasando - Martina despojó a su madre de la carta y la abrió angustiada. Recorrió su contenido con una rápida mirada y mientras asimilaba el contenido percibía que la agónica chispa de vida que había conservado hasta ahora se había extinguido por completo.

Martina sintió morir. Las comisuras de sus labios comenzaron a oscilar, su respiración se paralizó al igual que sus latidos, su piel se erizó tras el recorrido de un escalofrío a lo largo de su cuerpo, sus ojos se salieron de su órbita invadidos por inagotables lágrimas, su piel se tornó mortecina, sus pupilas se dilataron, todo su cuerpo comenzó a tiritar, su pecho se reprimió y enfermó. Derrotada, desfallecida y apuñalada. Nada, absolutamente nada la salvaría de aquel abismo que se aproximaba. La inmensidad del suplicio la absorbía y nadie era capaz de atenuar su calvario. Su hombre se casaba y no con ella.

Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora