Capitulo 36

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-¿Estás satisfecha ahora? – la feroz voz la reprendió provocándole se encogiera indefensa hundida en aquella silla.

Martina mordió sus labios tragando sus protestas. Por algún extraño motivo no se sentía con el derecho de alardear ante su reprensor en su defensa. Llevó sus gélidas manos directo a su pálido rostro intentando inútilmente despejar su mente de aquellos cargos de conciencia que los últimos sucesos arrastraban directo a ella. No lo consiguió.

-Fran... - había olvidado la presencia de la novia de su tío en aquella habitación hasta esos momentos en los que parecía fracasar una vez más en un intercesión por ella – Cielo... - Mónica vacilaba, y es que ni siquiera Martina podía recordar momento alguno en el que hubiese visto al corredor con tal grado de enojo.

-Mónica, por favor...

-Creo que estás siendo demasiado duro, amor. Martina no tiene la culpa de...

-¿No tiene la culpa? ¿Acaso no era ella la que deseaba que aquél desastre ocurriese? ¿Acaso no fue ella la que se encaprichó con aquél hombre? No me extrañaría que ella háyase planeado todo para que se arruinase ese enlace.

-Te he dicho ya que no tuve nada que ver en ello, Fran - Martina declaró casi como si fuese una condenada a cadena perpetua intentando reducir su condena.

-¿Qué demonios planean ahora? ¿Huir y formar una familia feliz? ¿Con un final feliz, un castillo y la malvada bruja desolada? – lo cierto era que Martina no se animaba a asumir el papel de la princesa del cuento, de hecho, gracias a las represalias del que alguna vez consideró su mejor amigo, ahora sentía que era ella en realidad la despreciable villana del cuento – ¡Son un par de estúpidos! - Martina hizo un ademán de incorporarse y salir huyendo de ahí asumiendo ser culpable – No he acabado aún, siéntate – el hombre previó sus intenciones, Martina refunfuñó muda – Eres despreciable, Martina. Y... - el castaño parecía escupir sus palabras asqueado como si de veneno se tratase – te desconozco, simplemente no eres mi sobrina.

-¿Sí? – él, al igual que ella, se halló francamente sorprendido ante el hecho de que ella se atreviese finalmente a protestar – Pues déjame decirte que estoy cansada, estoy harta de los reproches, no sólo de mi madre sino también ahora tuyos, porque de verdad, ¿acaso piensan que soy perfecta? Fran, soy un ser humano, tengo errores al igual que todos, y creo que mi único y más asqueroso pecado ha sido adorar a un hombre que no está a mi alcance, mientras que los demás, se escudan al señalarme a mí por ello, pero ¿qué de ti, qué hay de mi madre, qué hay del resto que se atreve a juzgarme? ¡joder! Deja de meterte en mi maldita vida.

-¿Que deje de meterme en tu vida, dices? ¡Bien! Pero cuando ese cretino te destrocé una vez más, y tenlo por seguro. Te lo advierto desde ahora, Martina. No estaré ahí con los brazos abiertos para consolarte inútilmente.

-Eres una escoria, Fran - Martina ya hablaba con dificultad a causa del nudo en su garganta – Y... – echó a llorar al observar impotente la repentina transformación de su único amigo, de la única persona en la que ella creía podía confiar – te detesto – sin más huyó de aquella sala a toda prisa con la mirada opacada para encerrarse después en su habitación a ahogar todas sus amargas lágrimas. Su mundo se derrumbó una vez más.

Amanecía ya, los rayos diurnos comenzaban lentamente a inundar cada uno de los rincones de la mansión Stoessel. Las aves comenzaban energéticas a realizar sus actividades cotidianas acompañándose de sus joviales cantos. La paz reinaba, aparentemente. El delicado sonido que producían las fuentes que adornaban los jardines a la caída de sus tibias aguas se colaba por el amplio balcón abierto de la habitación de Martina. Ella, mientras tanto, observaba desde un extremo de su enorme cama, en silencio, las suaves respiraciones de su esposo mientras dormía profundamente con una sonrisa plasmada en su angelical rostro. Resopló.

En contraste con el pacífico ambiente, ella mantenía una lucha interna, estaba al borde de la locura y nadie lo percibía. Hasta el momento había tragado con sopor cada uno de sus amargos gritos que insistían en liberarse con más presión, no obstante, no estaba segura de poder soportarlo más, quizá en cualquier momento ella estallaría y separaría a su marido de la dulce protección de Morfeo. Apiñó con ira sus labios casi haciéndolos sangrar.

Sin más salió. Apretujando sus puños y conteniendo aquella rabia no dirigida a nadie más que a sí misma. Habría azotado la puerta, habría arrojado todo a su alcance, habría hecho mil y un destrozos a su paso, sin embargo, su poca cordura y los pocos deseos de despertar a su esposo la contuvieron.
Sus pasos presurosos y airados se dirigieron sin rumbo fijo, lo único que buscaban era alejarse de su realidad. Repentinamente, la idea surgió en su mente. Lo cierto era que hasta esos momentos no había transcurrido un único segundo en el que pudiese escapar de sus abrumadores recuerdos. Pareciera que cada palabra emergida de aquellos labios rosados propiedad de Fran se hubiese tatuado en lo más profundo de su ser y, efectivamente, dolían, arrastraban con ellas una tortura lenta que instante a instante profanaba su tranquilidad, alteraba cada respiro y latido y la hacía, por poco, caer en la demencia. Detuvo su andar, respiró profundo y tras un momento llamó a la puerta. Esperó. Nada sucedió. Repitió su acción. Nuevamente, todo transcurrió sin permuta alguna.
Quizá los resentimientos eran intensos, pero había de confesar que no esperaba reacción semejante a ella. Frunció su entrecejo. ¿Era posible que Fran se aferrara a su nueva actitud? Temió a que aquello fuese completamente serio, ¿qué pasaría entonces? Lo único seguro era que ella estaba sola sin él y prácticamente pérdida. Elevó sus temblorosas manos a la altura de la perilla metálica y la hizo girar con lentitud ignorando los escalofríos que le producía el contacto a ella o quizá lo que predecía que ocurriría. Cerró su mirada por un momento y se aventuró al interior. Agudizó sus sentidos para descubrir, de inmediato, al abrir de sus cristalizados ojos la vacía habitación. Fran no estaba, ni su novia, ni sus pertenencias, él había huido de ella, se había alejado para siempre obedeciendo sus palabras, no estaba más en su vida.
¡Martina! - se sobresaltó al escuchar su nombre en labios de alguien ajeno. Se giró congelada para descubrir frente a ella, a la entrada de la amplia y luminosa habitación de huéspedes al mismo diablo en persona, su madre - ¿Qué haces aquí, querida? - Martina tuvo que esperar un eterno momento a responder para que no advirtiese su madre el nudo formado en su garganta.

-Buscaba a Fran, madre – reparó que su piel estaba erizada.

-Él ya no está – su madre se apresuró a declarar, Martina la observó incrédula. Mariana recuperó la mesura tras un discreto rubor sobre sus mejillas – Salió por la madrugada, alegando algunos problemas relacionados a sus autos, tonterías – sonrió traviesa ante la última palabra.Martina sospechó aquello falso.

-Pero... - mordió sus labios, no quería joder más su día.

-Lo advertí algo molesto – su madre profundizó su mirada, casi a la espera de algún error cometido por Martina para acribillarla - ¿sabes qué le ocurría, Martina? - Tini tragó en silencio.

-No puedo adivinar los motivos, madre – se notó sumisa y se odió.

-¿Crees que a él también le haya afectado tanto la fallida boda del heredero Blanco? - Martina sintió un balde de agua fría caer sobre su desprevenido cuerpo, su madre había dado en el punto y ella se sintió acorralada.

-No comprendo por qué habría de estarlo, madre.

-¿Y qué hay de ti, Martina? - Martina vaciló, ¡joder! Se arrepintió, necesitaba a Fran, más ahora que nunca.

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¡Holaa Holaa!

¿Que pasara con Martina Y Fran?

Hoy estoy muy feliz:D 

Porquee.....

Una de mis historias, Ya tiene Mil leidos y eso me emociona:D

Una de mis historias, Ya tiene Mil leidos y eso me emociona:D

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Mañana subire varios capitulos de esta historia.

¡Nos leemos pronto!

TotiStorys

Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*Where stories live. Discover now