Capitulo 38

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¿Escapar? No habría sido lo más brillante, aunque sí lo más fácil. ¿Y qué podría haber hecho? Después de aquella confesión, que ciertamente le había jodido sus planes, no le habían quedado muchas alternativas, mucho menos ante aquellos irresistibles y desconcertados ojos avellanos que la observaban negándose a tragar lo dicho como una realidad.

Podría haber marcado de emergencia a su tío y esperar que de la nada él la rescatase, sin embargo aquello ya no era posible y ahora tenía que afrontar sus problemas por mano propia.

Y ahí estaba ella, agotada no sólo por su más reciente orgasmo, también derrotada mentalmente. Esperando una intercesión divina o a un imaginario súper héroe. Nada de ello llegaría y lo sabía.

Sucedió así: ella temblaba, él había palidecido. Lo cierto es que ninguno de los dos se había preparado nunca en su vida para afrontar aquella situación y por ende estaban en terrenos desconocidos. Peter sabía de antemano que aquella noticia supondría un imparable e impecable festejo en alguna pareja común y corriente, no obstante, ella no sabía cómo reaccionar, ni siquiera se había detenido a pensarlo antes, aún sabiendo que en su vientre engendraba vida, nunca se había detenido a asumirlo hasta entonces. Paradójicamente sintió una venda caer de sus ojos y aún así no tenía claro a qué recurrir.

Lo único que atravesaba por su mente era aquella criatura, aquella que había sido fruto de alguna relación que ella odiaba, desde cualquier perspectiva posible. Fuese de su esposo, fuese de su amante, lo único que tenía claro era que aquello no había sido fruto del amor o algo parecido, quizá deseo y no más.

Entonces surgió una duda existencial, ¿cómo podría reaccionar ante ello? Es decir, ante el... bebé. ¿Amor, cariño, indiferencia, repudio, odio? No lo sabía y no quería pensar en ello, lo único que deseaba era evadir el problema, no saber nada de ello, sin embargo su vientre comenzaba a crecer y, agregado a ello, su marido lo sabía ya y ahora le cuestionaba de ello. Resopló. Podría liberarse de una vez por todas negando la paternidad de Peter hacia su hijo, sin embargo, ni ella misma podía afirmarlo o negarlo, ni ella misma sabía a quién correspondía aquella responsabilidad y en realidad no deseaba descubrirlo. 

-¿Embarazada? – ahora no sólo retumbaba en su mente, ahora también aquella aterradora palabra se producía en los labios de su esposo, una y otra vez sin indicios de tregua alguna. 

-Sí – asintió – Espero un... bebé. 

-Bebé... tú... embarazada – el hombre hablaba más para sí que para ella, intentando convencerse de que aquello no era una broma de su mente - ¿Tres meses? – él calculó en su cabeza no capaz de superar aquel impacto, ella asintió. 

La heredera Stoessel sólo esperaba que aquella pregunta respecto a la paternidad jamás emergiera, lo cierto es que no se sentía capaz de divagar y por consecuente mentir respecto a la paternidad de su hijo cuando ni siquiera ella tenía idea alguna de la realidad. Sonrió al divisar a su marido concentrándose en más detalles ajenos a la paternidad, cosas triviales como el sexo del bebé, cómo se llamaría, dónde dormiría... cosas que no podía digerir en aquel momento.  

Cuatro meses después. 

Martina despertó con los rayos solares. Nada extraordinario marcaba su mañana, de hecho todo parecía haberse convertido en una rutina ya. Su desayuno a la cama, sus ascos y mareos matutinos que día a día empeoraban, un pequeño regalo nuevo para el bebé por parte de su esposo, una larga y armoniosa charla con Mariana mientras ella la ayudaba a arreglarse. Y aquella constante preocupación interna, aquella que la agobiaba no dándole tregua, ¿y qué si todo aquello era una treta? Una trampa, ¿y si el cazador, ella, resultase cazado? 

Y es que su madre y Peter parecían tan armoniosos, tan amables que eso no dejaba de erizarle la piel aún como si día a día viviese en una cruel película de suspenso o quizá terror. 

Su venganza se acercaba y eso no le consolaba, de hecho había aumentado sus temores, ¿qué pasaría si todo se revertía en su contra? Si todo aquello que había planeado con tenacidad resultaba el golpe final que terminaría por destruirla por completo? Justamente aquél día era el indicado, el que había estado esperando ansiosa hasta un par de semanas atrás en las que había deseado con fervor que el tiempo se detuviese. Sin embargo, todo transcurría rápidamente. Su embarazo era ya notorio si se detenían a observarla aún cuando su bajo peso le había ayudado a disimularlo. Pero ahora todo se volvía en su contra y le urgía acabar con ello de una sola tajada. 

Como ya acostumbraba se incorporó presurosa en dirección al sanitario de su habitación para volver el estomago y después volver a su cama para sentarse en una orilla e intentar sin éxito calmar sus mareos. Lo cierto es que eso de un embarazo no iba con ella, ni siquiera era capaz de soportar aquellas pequeñas ropitas que era obligada a ver con una pérfida sonrisa en sus labios, sus colores neutros, sus suaves texturas, aquellos olores que despedían. Simplemente, lo repudiaba. Inhaló con fuerza un halo de aire y cerró sus ojos. Se odio, las imágenes que inundaron su mente no la ayudaron y es que cada momento en que hundía su mirada en la oscuridad proporcionada por sus parpados, surgían de sus recuerdos aquellos momentos memorables junto a su amante remarcándose así la posibilidad de que su más odioso enemigo bien podría ser el padre de aquel engendro que llevaba en su vientre. 

Resopló, aquello no estaba bien. No era justo dirigir su odio contra aquella criatura que nada de culpa tenía y cuyo único pecado era existir y sin embargo no podía controlarlo, su odio acumulado finalmente había encontrado una víctima y ahí estaba el resultado, maldiciones de rato en rato, arrepentimientos seguidos de una lluvia de dulces palabras y suaves caricias.  

No podía seguir con ello, he ahí la razón por la que urgía ya efectuar su macabro plan, aquel que la condenaría al fuego eterno y que aún así ansiaba como un sediento al agua. Su venganza.
Martina, la señorita caprichosa que había estado pacífica durante un muy largo tiempo haciendo del mundo de la crítica uno en suma aburrido, colgó el auricular del teléfono sin poder ocultar aquella sonrisa pérfida que iba en aumento conforme transcurrían los segundos. 

Estiró con pereza sus brazos y se incorporó para echar a andar con calma en dirección a la oficina de su marido tras lanzar una fugaz mirada a su vientre abultado. Sería tiempo de que aquel accidente en su vida se tornara en su completo favor y ya sabía cómo hacerlo. 

Detuvo sus pasos justo frente a la puerta de madera tallada con elegantes detalles. Llamó a ella un par de veces y esperó por un par de segundos. Acto seguido, se introdujo a ella. 

Ahí estaba, su segunda víctima posterior a su amante, su próxima presa. Indefenso y despreocupado, ajeno a su pronto destino. 

Martina se detuvo por un instante a observarlo, su angelical rostro, sus rebeldes rizos, sus hoyuelos en sus aterciopeladas mejillas, su dulce mirada, sus rosados labios... vaciló. Por un momento, ella deseó echarse para atrás, dejar todos sus planes al aire para quizá lograr una vida con aquél hombre, compartir sus últimos días, darla una familia a aquella criatura que cargaba en su interior. Y sin embargo, su sed, quizá su demonio interno, sus deseos de ver plañir a cada uno de sus verdugos, todo aquello era mayor a sus buenas intenciones, todo aquello resultaba algo más grande que ella misma y no podía cesar con ello. Era como un panal de avispas alborotado, una vez provocado, ya nada podría detenerlo. 

-¿Estas ocupado, amor? – se acercó a abrazarlo por detrás de su cuello no omitiendo un pequeño toque de dulzura en su tono de voz. 

-Sólo un poco, pero para ti, jamás – el hombre sonrió tras dejar su bolígrafo encima del escritorio y corresponder su abrazo - ¿qué necesitas, corazón? 

-A ti – ella susurró a su oído. 

Peter rodeó la cintura de su mujer con ternura apenas ella se lanzó a devorar con fiereza sus labios mientras sostenía con firmeza sus mejillas. Aquellas femeninas manos ahora desechaban presurosas sus prendas ansiosas por recorrer cada uno de sus perfectamente marcados músculos. Y, aún teniéndola entre sus brazos, bajo sus manos y sólo para él, Peter no podía creerlo aún. Es decir, aquella mujer que mayores motivos tenía para abominarlo al parecer lo amaba. 

Jadeó. Martina apretujaba entre sus manos su miembro por encima de sus pantalones que mucho comenzaban a estorbar. Habría comenzado a lanzar sonoros gemidos de no haber sido que ella había comenzado a devorar hambrienta sus labios. 

Peter tenía que admitir que, a pesar de que aquello le encantaba, le perturbaba. Era ese sentimiento de que no todo marchaba como aparentaba. La simple actitud de su mujer tras negarse a mantener sexo varias veces y que ahora parecía que su vida dependiese de ello no ayudaba a tranquilizar sus nervios. 

-Te deseo, Peter – ahora ella se había deshecho de su camisa sin respetar los pequeños botones que uno a uno salieron despedidos a causa de la brusquedad con la que había sido arrancados.

Peter pronto se descubrió completamente desnudo y a expensas de ella. Irónicamente, considerando que la doblaba en fuerza, se sintió indefenso y, sin embargo, aquello le excitaba como nunca.
El rostro de Martina había cambiado, era verdad que su embarazo le sentaba de maravilla y la hacía lucir angelical e ingenua, pero ahora ella parecía que había sufrido de una metamorfosis para pasar a convertirse en una mujer sedienta de sexo, con aquel porte salvaje seriamente marcado en su mirada. 

-Tócame – ella se había posicionado en su regazo efectuando un sensual baile sobre su erección mientras que llevaba sus manos directo a sus senos para desatar en ellos un lascivo masaje – Te quiero en mí, Peter. 

Ahora la saboreaba, centímetro a centímetro. Desnuda para él con ese sabor adictivo que ofrecía a su paladar, un remarcado sabor a canela imperaba en su piel bañada con pequeñas perlas de sudor. 

Él nunca había experimentado algo parecido y le estaba encantando. Sonrió perverso ante la idea de que estaba a nada de experimentar el mejor polvo de toda su vida y con su esposa, la mujer a la que él amaba y amaría por siempre. 

-Eres hermosa, corazón – Peter mordió suavemente uno de sus hombros mientras la observaba con detenimiento aún sentada en su regazo, dispuesta para él, ansiosa por sentirlo, implorándolo a gritos. 

La depositó con dulzura sobre del escritorio que antes había estado en perfecto orden y ahora había pasado a ser un desastre y la empaló, con suavidad, con dulzura. Lo encontró maravilloso, ella, estrecha abriéndose ante él, abrazándolo con su cálida piel, aferrándose a su espalda mientras sus uñas, cada una de ellas, se enterraban sin piedad en su piel como ahora él en su húmeda entrepierna mientras que en su oído se penetraba su cálido aliento al compás de sus gemidos. 

-Más – ella lo atrajo a sus labios y, acto seguido, comenzó un fuerte movimiento de caderas que lo obligaban a enterrarse más y más en sus entrañas. 

Sus palpitaciones se aceleraban, al igual que todo en su cuerpo. Su mirada estaba nublada y casi podría jurar que una serie de fuegos artificiales se desataron frente de él. Existía una sola palabra para describir todo aquello y esa era alucinante. 

Sentía desfallecer y aún así quería que aquél momento jamás terminase. Entonces advirtió que su orgasmo estaba peligrosamente cerca. 

-Peter – ella jadeaba – Bésame – gritó ante una embestida recibida.
-No lo pidas, nena – él se inclinó una vez más para besarla, ella rodeó su cuelo con sus convulsas manos obligándolo a permanecer frente de ella. 

-Disfruta de esto, maldita escoria – ella comenzó a decir entre dientes mientras lo observaba directo a los ojos, de repente él se congeló- Disfrútalo porque será la última vez que me tengas ante ti – y sin más ella lo obligó a clavarse incluso más desatando sin remedio el orgasmo contenido de su víctima. 

-¡Joder! Martina- Peter parecía desplomarse ante la debilidad que su orgasmo le había provocado- ¿qué dices cielo?

-Este bebé que espero – y ahora ella parecía poseída ante su movimiento irrefrenable de sus caderas – escucha – el hombre estaba a punto de abandonar las pocas fuerzas que le quedaban para liberar así un segundo orgasmo- no es tuyo – entonces ella se corrió provocando lo mismo en él. Su mundo se desplomó y sintió desfallecer ante el eco de las palabras escupidas por su mujer.  

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¡Que sorpresa se llevo peter!

¡Nos leemos pronto!

TotiStorys


Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*Where stories live. Discover now