Capitulo 33

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Martina descendió de su Cadillac CTS presurosa, maldiciendo en voz baja su pequeño retraso, cogió su bolso y echo a andar sus veloces zancadas en dirección al imponente edificio que se cernía frente a ella. Observó de soslayo las delgadas letras cursivas en dorado que remarcaban el nombre de la empresa, <<Corporativo Moncrieff>> releyó no brindándole importancia y continuó su sensual andar al recibidor del edificio. Fastuosamente, todas las miradas presentes se clavaron en ella despertando de inmediato, después del sepulcral silencio, los cuantiosos cuchicheos por doquier, unas que otras remarcaron cierta lujuria, otras más envidia; resopló y continuó su nadar no dejándose perturbar por la incómoda situación, la vida la había acostumbrado a ese tipo de situaciones y en realidad no era algo que pudiera escaparse de su control.

Pasó de largo la recepción sin ninguna llamada de atención por parte de algún empleado, adivinó los motivos. Continuó su recorrido por largos corredores hasta que; tras subir varios pisos, perdiendo la cuenta de ellos; finalmente dio con su objetivo. Una puerta dividida en dos, al final de un pasillo, adornada con detalles dorados sobre la madera, muy seguramente de nogal, era la que la separaba del reconocido propietario del corporativo. Regaló una cínica sonrisa a la secretaria que había perdido todo interés por su, al parecer, entretenido trabajo depositando toda su atención en ella palideciendo, casi estalla en carcajadas, la mujer aquella transpiraba nerviosismo por sus poros, le quedó claro que había sido con ella con la que había hablado instantes antes por teléfono y además sabía a la perfección quién era y qué significa su nombre, Martina, aquel par de palabras eran muy seguramente peores que un sacrilegio en aquél lugar.

-Señorita Stoessel... - la mujer titubeaba – permítame anunciarla – la intentó detener antes de que pudiese entrar, no funcionó. Martina cerró las puertas de la oficina en sus narices tras introducirse.

-¿Qué ocurre, Charlotte? – el señor Moncrieff era un hombre atractivo, aparentaba menor edad a la que en realidad tenía, la madurez le había sentado muy bien, era aquella clase de hombres que representaban un serio peligro tentador para cualquier mujer de cualquier edad, y no sólo por su físico, era claro, además, que era un intelectual, Martina sabía que el hombre sentía una extrema pasión por todo aquello que se relacionara con dinero, era esa la razón por la que leía con insistencia los documentos provenientes de la banca que reposaban en su enorme escritorio adornado con buen gusto, exceptuando claro las fotografías que rellenaban los marcos. No había vuelto la mirada a ella, le estaba regalando la oportunidad de anonadarse por más tiempo con aquel encanto que despedía.Martina estaba maravillada, había extrañado aquellos hoyuelos en sus mejillas que lo caracterizaban, aquella profunda mirada, y en especial aquellos calurosos brazos.

-Papá – su quebrada voz la delató, el hombre vaciló, alzó su mirada a ella y se heló. Quizá alucinaba.

-¿Martina? – dijo tras un breve aturdimiento, se incorporó maravillado.

-S-sí – no se molestó en contener sus lágrimas, habían sido largos años sin él, se abalanzó sobre su cuerpo.

Martina fue recibida con aquél amor paternal al que había sido privada por una eternidad. Era de las pocas ocasiones en las que no tenía que fingir ser alguien más para poder ser amada, por un instante olvidó todo problema y se concentró en el momento, en el suave aroma a tabaco combinado con café y Perry Ellis que despedía y que tanto había anhelado, en los fortificantes brazos que correspondían eufóricamente aquella muestra de cariño. Había soñado con aquél momento, durante toda su vida a partir del divorcio de sus padres, lo había imaginado, incluso había fantaseado con los pequeños detalles, y ahora, estaba pasando. Deseó con fervorosa agonía que aquel momento nunca terminase, permanecer protegida por el resto de sus años, sin preocupación alguna, sin presión alguna, sin dolor, sin desconsuelo, sin desesperanza, sin tortura, sin su patética situación.

-Te extrañe, como no tienes idea – confesó sin dejar de inhalar cada olor sobre su vestimenta.

-Mi pequeña – el hombre parecía experimentar los mismos sentimientos que su descendiente.

Tini quería soltar una lluvia de emotivas palabras, admitir cuánto le había hecho falta, expresar cada uno de esos hirientes sentimientos contenidos, pero no era ese el motivo de su visita. Recuperó su postura evitando dejar en el olvido aquel abrazo.

-Necesito tu ayuda, papá – avergonzada se hundió aún más en su pecho como si de una pequeña de cuatro años se tratase.

-¿Qué ocurre, cielo? – la condujo al confortable sillón en el que momentos antes leía un reportaje e economía.

-No sé cómo empezar con esto – evadió su mirada tras sentarse despertando toda curiosidad de su padre – es acerca de mi madre – se ruborizó.

-¿Tu madre? ¿Qué ocurre con ella? – el hombre mantenía su cejo fruncido no adivinando la dirección de aquella charla.

-No te alarmes – ella comenzó a juguetear con un extraño artefacto que encontró decorando el escritorio – es que... - resolló – pensé que sería más fácil – habló para ella misma.

-Sólo dilo, Martina - él la sostuvo por un hombro atenuando su malestar.

-Quiero hacerla pagar, padre – susurró para clavar su rostro carmesí sobre los papeles del escritorio.

-Que tú quieres... ¿qué? - ¡joder! ahora vendría quizá un sermón acerca de moral y ética.

-Papá, yo... - comenzaba a bocetar algún buen argumento.

-Martina, ¿por qué quieres hacerlo?

-Destruyó mi vida, creo que lo merece.

-¿Destruyó tu vida?

-Me privó de una familia, del amor maternal, de mis infantiles sueños, del amor, de una vida, papá, ¡es un monstruo! – estalló en llanto, el hombre la abrazó.

Señorita Malcriada |Jortini *TERMINADA*Where stories live. Discover now