36. Respira

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Indra.
Entre el calor y las sonrisas ayude a Bernardo a desempeñar su labor en una región muy lejos de lo que yo conocía como Cancún.

Los montones de niños alzaron las manitas desesperados hacia los juguetes que habíamos comprado con el dinero de Fausto Gutiérrez.

A pesar de las altas temperaturas, la mayoría de los críos no traían zapatos mientras corrían entre la calle mal pavimentada con las ropas sumamente viejas.

La gente adulta era acarreada por personal de Iván para una comida y fotos bajo los toldos que se habían colocado para esta ocasión.

Fausto y mi padrino permanecieron encerrados en una camioneta con el aire acondicionado a tope. A ellos parecía no importarles mucho este tipo de eventos. Aunque yo no tenía la necesidad de asistir, quería hacerlo. Me gustaba ayudar a las personas.

Una niña regordeta y chimuela jalo mi pantalón de mezclilla, le tendí una pequeña sonrisa. El gorro del partido me ayudó a ver mejor bajo los rayos del sol.

—¿Me regalas una botella de agua? — me dijo tímida.

Arriba de la camioneta teníamos una pequeña nevera con bebidas para los asistentes.

Perdí la sonrisa en ese instante. Sus ojitos se iluminaron, pero no por los juguetes. Mire sus pies sucios en las chanclas de plástico ya sin color.

La pobreza en mi país era gigante, más de la mitad de la población vivía bajo estos parámetros. Tantos factores y ningún funcionario del gobierno hacia nada por ayudar a erradicarla verdaderamente.

Los políticos solo se tomaban fotos y hacían como que escuchaban a la gente durante las campañas. Pero esas personas nacidas y criadas con todas las comodidades que existían, una vez en el cargo se olvidaban completamente de a quién se supone tendrían que ayudar.

Se me seco la garganta. Esto estaba mal. ¿Pero que podía hacer yo para arreglarlo? Nada. Solo era un número más en una lista de millones de personas. No poseía la voz ni el poder para hacer cualquier cambio.

—Claro que si— Bernardo que había visto la escena habló por mí. El aún estaba arriba de la batea de la camioneta, rápido me pasó cinco botellas de agua.

La niña abrió los brazos para recibirlas.

—Espera, espera— dije ahora yo y me quité el gorro y la liga de mi cabello. Seguido le hice una coleta a la niña en su largo cabello crespo del mismo tono del mío. La gorra le cubrió un poco el sol, también le di mi chamarra azul que había estado usando para evitar quemarme con el sol.

No podía descifrar las emociones que me albergaban en el corazón. Tampoco me podía imaginar a mi familia creciendo en un entorno así. Fernanda tenía apenas una mejor vida que ellos.

Si estaba en mi mano poder hacer algo aunque fuera mínimo, tenía que hacerlo. Mamá no había criado hijos buenos para nada.

Suspiré sacándome los tenis Adidas blancos.

—Te quedarán mejor en un par de años— bromee dándoselos. Ella se vio en serio maravillada por un par de tenis que tenían meses en mi closet.

—Gracias, nunca había tenido unos— dijo la niña emocionada y luego huyó con los ridículos zapatos dejándome ahora sobre la tierra en calcetas blancas.

—Eso ha sido de lo más lindo que he visto— Bernardo hablo risueño bajando de la camioneta y despeinándome el cabello en el acto. Yo rodé los ojos.

—No se merecen está vida; solo son niños— murmuré; mirando el tumulto de gente mayor que intentaba tomar toda la comida y las despensas que repartía el partido.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora