4. Subiendo hasta caer

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Indra.
—¡Ahuevo! — Miguel y Gerry ambos miembros del equipo de fútbol de la universidad Caritar gritaron al destapar la botella de Moet salpicándose las camisas de vestir. 

Yo estaba arriba de los sillones de la mesa intentando balancearme con los tacones y mi segundo trago de la noche.

Valentina ya había comenzado a devorar a su hombre a lado mío incomodándome apenas un poco en comparación de las miradas asesinas de Matilda y de las ojeadas curiosas de Pablo hacia mí. 

Las dos y media de la mañana y ya sentía los pies demasiado adoloridos.

Todas las personas que estaban en la mesa eran compañeros de años, pero no era muy afecta a tratar con ellos como con mis pocos y genuinos amigos. 

No era para nada extrovertida como Valentina y Gerry. Menos el alma de la fiesta como Julieta y Juan.
Y estaba segura de que nadie se moría por juntarse conmigo como lo hacían por el hijo de los gobernadores.

Contados los amigos con los dedos de las manos. 

Le fruncí el ceño a Pablo cuando mire sus ojos oscuros, luego me baje del sillón al cual en primer lugar me subí por Valentina, pero ella estaba completamente perdida en otra situación.

Caminé para salir del área privada donde estábamos y el grito de Pablo me asombro un momento. —¡Indra no vayas sola a ningún lado! —Pablo hizo que abriera la boca de la indignación que sentí por mis venas. ¡Qué le importaba a él lo que yo hiciera!

Qué aprendiera primero a callar a su novia la cual echaba pestes de mí y luego se atrevía a intentar preocuparse.

Solté un gritito antes de salir de ahí para perderme entre la multitud de pasillos inferiores y escaleras que te llevaban hasta los baños y la gran pista de baile.

Pablo siempre había sido sobre protector conmigo, pero ahora no estaba para nada en su derecho. Había tenido las mejores salidas en el pasado con mi amable mejor amigo, su caballerosidad siempre lo hacía acompañarme hasta la puerta del baño, mis padres lo adoraban por la responsabilidad que emanaba de sus venas.

Pablo Vélez me había dado mi primer beso y me había enseñado a andar en bici. Era tan servicial que no pude evitar durante toda mi adolescencia fantasear con el. En nuestra boda perfecta en la capilla favorita de mamá en Oaxaca.

Había anhelado que fuera el.

Pero después de que sus padres se convirtieron en gobernadores parecía que algo se había roto en Pablo, ya fuese su necesidad de reconocimiento o haber sucumbido a las grandes cantidades que ahora manejaba.

Todo cambio.

Pronto Pablo había cambiado nuestras idas al cine por fiestas con universitarios de mayor edad, nuestras idas por helado artesanal, por una niña hueca y rubia que me odiaba como si no hubiera mañana y lo peor de todo es que Pablo nunca la detenía de sus ataques hacia mi o a mis amigas. 

Esta persona no era con la que yo me había encariñado desde la primaria. Era totalmente lo opuesto. Y era odioso y doloroso al mismo tiempo.

Las luces de colores resplandecieron por doquier en el antro, la mayoría de los jóvenes tenía algo en su sistema que los alocaba aún más.

Drogas.

A nadie le importaba esto, era algo tan normal en la sociedad de hoy en día. No importaba que fuera algo ilegal y uno de los tantos factores de violencia en este país, nadie hacía nada por evitarlo.

Ni siquiera al hijo de los gobernadores parecía importarle. 

Dentro del baño me ofrecieron tachas a cuatrocientos pesos y tuve que negar suavemente con una sonrisa en la cara aun cuando sentí un escalofrío en la espalda.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora