35. Sienta tan bien ser malos

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Fausto.
—Se pueden poner en riesgo muchas cosas con una desconocida en nuestras oficinas—subí la ventana del Jeep Wrangler negro para no seguir escuchando el discurso de Cesar.

Luego salí del estacionamiento de mi mansión en Cancún a máxima potencia. No tenía por qué aguantar las pataletas de Cesar respecto a lo que yo hiciera con las mujeres que estuvieran en mi vida. Si yo quería hacer algo con alguien, lo haría. Así de simple.

Quería ver a Indra. Necesitaba saber que mosca le había picado para tratarme tan raro ahora. Nos habíamos acostado ¿Y qué? Mucha gente lo hacía sin poner sentimientos de por medio.

Me caía bien la delgada cabezona que tenía por secretaria y eso no lo cambiaria de la noche a la mañana. ¿Por qué Indra no lo entendía?

Había dejado a su hermano borracho pasadas las tres de la mañana en su reja, donde la otra hermana de Indra ayudo a meterlo dentro. De mi secretaria no se vio rastro alguno.

Emmett me había informado que todo el camino Indra se la había pasado callada, sería y con lágrimas en las mejillas. ¿Por que estaba llorando? ¿Qué le había hecho yo a ella?

Al contrario, me había logrado ganar al menor de sus hermanos completamente. Emiliano me adoraba.

Así es como debería de tratarme Cesar el cual dice ser mi hermano. Con respeto y admiración. No que Cesar hasta parecía odiarme internamente.

Me troné el cuello y luego me compuse mi gorra Gucci en un semáforo.

Por el retrovisor mire algunas de mis camionetas que me seguían de cerca con mis guardaespaldas siempre alertas.

Vladimir había pedido el triple de cuidados personales a toda la alianza ya que la nueva operación iba en caliente y todo era cuestión de tiempo para que se cumpliera.

Así que ahora con mi autoproclamado bajo perfil mi única distracción de mis negocios era Indra. Esa universitaria estirada con la cual ya me había acostado.

Se que no era nada exclusivo, pero aun así me gustaba estar alrededor de ella.

El poder estar con alguien sin que me tuviera terror era muy raro. Además, Indra era la persona más perseverante que hubiese conocido en mi vida y aunque tenía debilidades muy grandes siempre intentaba ser fuerte.

Pasadas las doce del día y después de un café frío de Starbucks llegue a las oficinas del partido con todas mis escoltas detrás.

Mis zapatos lustrados Valentino cafés tocaron el concreto. Vi mi reflejo en la camioneta, mi playera de algodón blanca que mantenía dentro el collar de oro que mi madre me había regalado cuando nací y los pantalones de mezclilla oscuros y pegados.

Que calor hacía en esta ciudad.

Me adentre en el edificio en búsqueda de Indra dejando a mis guardaespaldas cuidando el perímetro.

Varias mujeres me sonrieron conforme avanzaba por el amplio e iluminado pasillo gracias a las ventanas de cristal.

Mis ojos se desviaron hacia fuera, en el patio donde la mujer que tenía una sencilla blusa sin mangas amarilla y un short blanco que dejaba ver sus suaves piernas se estaba riendo. De solo ver el cuerpo de Indra, quería arrancarle la ropa ahí mismo y hacerla mía.

Bufé al ver como mosca a su alrededor al tipo que también estaba en el partido político, el mismo de las fotos de mis informantes.

No debería haber hecho que la siguieran en mi ausencia. No debería.

Ambos se rieron de algo y yo me enojé. Debería darle un levantón a ese niño nalgas meadas. Ese mocoso no era nada en comparación mía y aun así lograba sacarle enormes sonrisas a mi secretaría. Unas que yo no podía.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora