14. Démosle la bievenida a las grandes ligas

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Indra.
Asome la cabeza dos veces antes de bajar del taxi cuando llegue al edificio del partido político. Lo primero que busqué fue todo el número de seguridad de mi jefe. Solté un suspiro y pagué el pasaje cuando vi su ausencia.

Genial.

Había sobrevivido ya tres días sin su presencia y estaba rezando que así se quedara hasta que finalizara la campaña política.

Me acomode la playera del partido y tome mi mochila de la escuela dispuesta a afrontar mis miedos y sobre todo la vergüenza.

Eso era lo que más sentía dentro de mí cuando recordaba la corta anécdota que mi hermano me había contado acerca de mi ida al antro.

Las niñas no me pudieron dar muchos detalles porque al parecer las drogas que habían consumido ese día hicieron corto circuito con su percepción de la fiesta.

Lo que más me aterraba era que mis últimos recuerdos conscientes estaban sobre la pista de baile.

No recordaba nada absolutamente del recorrido con mi jefe hacia mi casa.

¡Qué hacia Fausto Gutiérrez en un antro! Ya estaba bastante mayorcito y ocupado como para andar ahí.

Dios mío ¿Y si yo me lance arriba de el?. Por mi cabeza pasaron mil y un escenarios acerca de lo que pudo haber ocurrido en el trayecto a mi casa.

En la resaca del domingo mi hermanito había ayudado a que mis padres no sospecharan nada.

Supongo que eso fue lo único bueno de mi caída del árbol. La lealtad comprada entre Emiliano y yo.

¡No debiste haber tomado tanto alcohol Indra! ¿Qué sucedió contigo? ¿Y si hice algo malo y Fausto solo se iba a aparecer para despedirme? Después de todo ni su característico "Ok" he tenido en respuesta a los reportes aburridos que le he enviado diariamente por correo.

Eso debía ser algo malo. ¡Que estrés! ¿Qué le ira a decir a Fausto a mi padrino? ¡A mi padre!
Grite internamente de nuevo. Porque estaba segura que si me atrevía a gritar en voz alta quedaría afónica de tanto hacerlo.

—Parece que estás huyendo de alguien mujer— Bernardo León me dijo risueño cuando su despeinada cabellera negra apareció por la puerta de cristal del edificio.

Alcé la mirada hacia todos lados en busca de algún guardaespaldas de Fausto. Pero, de nuevo no vi a nadie.

Solté todo el aire retenido saludando al chico que también estudiaba leyes en mi universidad y con el cual no había congeniado hasta que lo conocí plenamente en una reunión del partido.

Yo asistía en nombre de Fausto a todas esas juntas, porque mi jefe nunca estaba en las oficinas para atenderlas.

Bernardo era representante juvenil del partido. El chico largucho y delgado con una moda hípster la cual no se le veía nada mal fue la única persona con la que pude conectar desde la primera vez que lo había tratado.

Leslie me lo había presentado formalmente dos reuniones después. Pero para ese tiempo Bernardo ya me había pasado todas sus guías de estudio, ya que él iba en su último año de carrera.

Fernanda y yo estudiábamos día y noche esas guías para pasar esos benditos exámenes con calificaciones altas.

Bernardo era excelente organizador y relacionista público del partido. Sus mayores pasiones eran la educación y la igualdad.

Iván ya le había asegurado un puesto en el DIF a nivel municipal cuando ganara las elecciones.

Me caía muy bien, era mi único amigo dentro de este lugar.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora