9. Por algo lucifer cayó del cielo

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Indra.
Después de un alto regaño de Dalila por toda la planta principal acerca del uso del celular "Para contestar llamadas" y de las miradas de compasión del resto de las personas que la veían asustados; logre llegar milagrosamente al elevador a las diez de la mañana con cincuenta y nueve minutos.

Dalila ya me había indicado entre regaños el piso y oficina en la cual ahora trabajaría.

La lluvia se volvió a azotar furiosamente.
Le pediría a mi madre que pasara por mi porque dudaba que Ariana quisiera regresar por mí.

Salí al quinto y solitario piso cuando un trueno se soltó y las luces parpadearon un segundo. ¿Pero qué clase de presagio era este? La madre naturaleza estaba demasiado eufórica estos días.

Toque la puerta blanca con el número seis a un lado.

Sentía que había pegado la carrera de mi vida y aun intentaba calmar mi respiración.

Todo el cuerpo me dolía en este momento. Mis piernas no se veían nada agradables a la vista, llenas de moretones y rasguños. Rezaba porque mis trenzas no estuvieran tan despeinadas porque ahora eran las once con tres minutos y no tenía tiempo para nada más.

—Adelante—cuando escuché la grave voz abrí la puerta de la espaciosa oficina que se veía algo vacía.

Los cajones de madera vacíos colocados en las esquinas estaban abiertos de par en par.

Había un gran sofá de piel negro, otros dos sillones cómodos, pero más pequeños del mismo color, en medio de estos había una mesita de metal; una larga mesa de madera con una silla contra una esquina de la pared y un mini refrigerador con botellas de varios colores que se veían a través del cristal. 

No había ni siquiera un escritorio, un cuadro o simplemente...una ventana. Ni siquiera teníamos vista hacia el exterior.

El piso alfombrado ahogó mis pasos cuando cerré la puerta.

El intimidante Fausto Gutiérrez ni volteo a ver quién entro. Parecía muy concentrado viendo la iPad mientras que sus zapatos negros de charol descansaban sobre la mesa de metal del centro.

—Perdón por el retraso, no es mi intención intentar ser grosera con usted de ninguna manera—intente inútilmente dar una apenada disculpa.
No quería iniciar esto con el pie izquierdo. No después de que papá ya me había proyectado a futuro.

El guapo hombre finalmente pareció reparar en mi presencia.

—Pero que... ¿Qué te paso?— mi nuevo jefe alzó las pobladas cejas en asombro al hablarme y luego depositó la iPad a su lado para poder prestarme plenamente atención, sus ojos recorrieron mi cuerpo de pies a cabeza.
Sus esmeraldas se detuvieron sobre mi mejilla que sentía a cada segundo me ardía mas, pero ahora de la vergüenza del momento.

—Me caí por las escaleras—dije intentando sonar serena, pero por dentro me estaba muriendo de nervios; me crucé de brazos para calmar mi pulso acelerado.
Como odiaba mentir.

Casi había muerto por una mentirilla blanca y ahora gracias a Emiliano tenía que seguirlo haciendo hasta que se curaran mis heridas.

—Bueno, espero que el partido cubra tu seguro de vida porque yo no lo pienso hacer—dijo en tono burlón, pero yo no entendí el chiste y alcé las cejas confundida. El hombre suspiró y luego continuó.

—¿Piensas estar parada todo el tiempo?—dijo mi nuevo jefe en un tono irónico. Me mordí la lengua al tomar asiento frente a él.

Estaba segura que la potencia del aire acondicionado que daba directamente contra mi iba a hacer que me diera gripa, pero no me planeaba mover de ahí hasta que terminara la conversación.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora