XXI

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Si alguien piensa que el transporte público es un desastre, y desearía poder contar con una especie de chofer personal, les diría que lo piensen mejor. Yo no podría estar más incomoda.
Las crioesfinges me llevaban, como si fuera un cerdo, para rostizar al fuego. Mis muñecas y tobillos estaban atados a un palo de madera, mientras mi espalda se balanceaba a los lados, por el paso lento y desigual. A veces, lograban hacerme girar como si fuese un trompo. Creo que vomitaría en la próxima vez, pero no podría dejar el resto de mi estómago a la criatura frente a mí, porque me rompería el cuello.
Ya me había pasado, estuvo a punto de romperme la cabeza, cuando soltó ese extremo del palo. Pero la crioesfinge que sostenía el extremo de mis pies, lo impidió.

─¿Estás seguro que esas fueron sus palabras? ─preguntó la crioesfinge cercana a mi cabeza.
─Por supuesto, si el jefe se enfada con nosotros, yo asumiré la culpa ─si, como no. Son peores que los hijos de Eris, jamás puedes confiar en un hijo de la diosa de la venganza, en especial en momentos cruciales. Por algo inventaron esa referencia: "Te apuñalan por la espalda"─. Dicen que el paquete llegó esta mañana, están intentando preparar a los otros dos, para el ritual de esta noche.

No había escuchado, que el ritual fuera a hacerse de a dos personas o más. Intentaba no pensar, en las posibilidades de que todo terminara en catástrofe. Ahora mismo, necesitaba una buena noticia. Por lo menos, un brillo de esperanza.
Ya había tenido suficiente con el encuentro no deseado con Teseo y esa estúpida visión con Lupa, ¿que otra cosa podría salir mal...

─¿Cuál de los dos? ─dijo la crioesfinge de mis pies. Aparentemente, nos usarían a tres semidioses para este ritual─. Porque el hijo de Apolo estaba durmiendo... ¿O lo habrán traído muerto?
─¡No, imbécil! Está más dormido que un bebé ─dijo la de mi cabeza─. Me refiero al hijo de Hefesto, el único quien puede controlar la piroquinesis, ese que no se ha tenido desde centenares ─ay no, Leo no─. Será un evento imperdible, para toda la comunidad.
─¿Podrías dejar de hablar, cómo si fueras un presentador de canal de ventas? ─le suplico la crioesfinge a mis pies─. Está comenzando a fastidiarme, demasiado.

De repente, ambos dejaron de moverse. Con eso, también se llevó mi momento de esperanza. Frente a nuestros ojos, teníamos una fosa vacía. En el centro de esta, había un pequeño círculo de roca (con un soporte firme). La única forma de llegar al centro, era por medio de una grúa que creaba una especie de puente móvil.
Si sentía nauseas antes, con esto terminaría vomitando todo el jugo gástrico (porque no comí nada, como para sacar de mi estómago). En este momento está estático, pero seguramente para trasportarnos al centro de roca, esa cosa se balancearía como un juego mecánico.

─Perfecto. Creo que ya tenemos todo lo necesario, para realizar el ritual en dos horas.
─Amo, los prisioneros no estarán listos para en ese tiempo ─dijo uno de sus secuaces, el cual apareció de la nada. No se a que me temía más: a la cara de rabia de Teseo o a que yo no sería la única en este ritual como ofrenda─. El sujeto número dos no coopera. Fue mala idea mandar a Calipso...
─¡Te he advertido, que no cuestiones mis métodos o decisiones! ─vociferó, dejando a las crioesfinges temblando y apunto de soltar la vara─. Los quiero aquí en una hora y cinquanta y cinco minutos. Exactos. Si no, van a conocer mi furia en todo su esplendor.

Aparentemente, el Teseo de ahora era más amenazante, en relación aquel hermano cobarde. Sigo resentida con lo que pasó hace años atrás. Sus secuaces corrieron rápidamente a la plataforma, para que los ubicara en uno de los tres túneles más allá de la fosa.
Por fin, me colocaron cabeza arriba, solo que cada parte de mis brazos y piernas estaban estiradas al máximo (por mí sola podía extender mis piernas al su tope, pero ahora parecía una tortura medieval). Diría que soy la representación de la crucifixión de Jesús Cristo, pero con los músculos más tensos.
Mis párpados comenzaban a cerrarse solos, probablemente a causa de no haber comido absolutamente nada, por bastante tiempo. Teseo se acercó hasta pararse frente a mí, no me quedaba de otra mas que mirarlo. Yo estaba unos centímetros sobre su cabeza. Rozó una de sus manos, por encima de lo quedaba de mi remera (gracias a los rasguños que habían dejado las crioesfinges. No pregunten), soltó un largo suspiro.

─Creo que es muy evidente... ─Teseo volteó para encontrarse con sus seguidores─... El hecho de que no acatan mi órdenes.
─Pero amo... ─intentó defenderse uno de los subordinados.
─¿¡Saben lo qué les pasa, a quienes no acatan mis órdenes!? ─advirtió Teseo, (sonando más a una amenaza, más que una advertencia)─. Sáquenlos de mi vista.
─No amo, piedad. Por favor ─las criaturas que me habían traído a rastras hasta ese círculo, eran arrastradas (contra su voluntad) por cíclopes hacia la fosa─. Será la última vez que nos vea, pero por favor. No nos castigue con la muerte.
─Que tengan un lindo encuentro con Anubis ─dijo Teseo y estiró la mano. De su puño, el pulgar salió para abajo. Los cíclopes empujaron a las crioesfinges, dejándolas caer en el foso─. ¿En qué estábamos? Ah si, el ritual. No tenemos tiempo que perder.

Por un momento pensé, que mi hermano había comenzado a perder la cabeza. Empezó a dibujar el piso, algunas figuras abstractas (las cuales dudo que pueda existir un nombre) dentro de cuadrados o rectángulos. Mientras trazaba todo ese diagrama extraño, intenté una vez más idear una manera de escapar. Lamentablemente, mis oportunidades eran entre nulas y escasas.
Teseo se enderezó, dejando una sonrisa de satisfacción. Miré hacia abajo y juro que no entendía nada. No era griego, tampoco romano. No sé de que civilización antigua puede ser, pero a este punto, soy incapaz de usar la cabeza. Comienzo a marearme y querer desmayarme ahí mismo.

─Te advertí que comieras algo ─me dijo Teseo, en tono burlón─, ahora será peor para ti.
─¿Qué demonios es ese garabato? ─bromeé─. ¿Qué papá no nos enseñó, a no dibujar en las paredes o en el piso?
─Niña tonta ─otra vez, su voz cambió drásticamente a una grave y terrorífica. Yo no demostraba miedo por fuera, pero en mi mente temblaba de miedo, por lo que pudiera sucederme─. Esto me dará lo que requiero.
─¿Serías tan amable de iluminarme? ─sin entender porque, empecé a jadear muy pesadamente y de manera prolongada. Creo que lo único que me falta son palpitaciones y a Will renegando "Te lo dije, eso pasa por no seguir los consejos del médico". Maldita sea Asclepio, si llego volver a verle su maldita habitud hippie, me va a conocer─. Tus subordinado no quisieron arruinarte el momento.
─Y han hecho bien, verás... Hay un cierto inconveniente, el cual tus amigos Graecae no quisieron decirte. Los dioses mantuvieron un secreto, por bastante tiempo. Al incumplir su proprio voto de castidad, Artemisa tuvo que enfrentar dos castigos. El primero fue fácil, desligarse por completo de sus hijos (a excepción de reconocerlos como sus descendientes).
─¿Qué hay de la segunda? ─me aventuré, aun que mis fuerzas parecían desvanecerse con cada palabra que pronunciaba.
─Esa fue algo más compleja ─continuó relatando Teseo─. Era una decisión. Apolo y ella conservaron este secreto muy bien. Ella tenía que tomar una importante decisión. Conservar su puesto en las cazadoras o matar a alguno de sus hijos.
─Típico de ella, después de todo, jamás le hubiese importado ninguno de nosotros.
─Aclararé dos cosas, ya que no te das cuenta. Los dioses querían la muerte de alguno de ustedes, pero cuando ambos sufrieron un accidente inesperado, el dios Apolo les otorgó a ambos una segunda oportunidad ─su voz, era más ronca todavía. Sigo sin entender porque usa la tercera persona─. La cura del médico. Por eso, ambos terminaron en Ogigia sin saber como llegaron ahí. Artemisa prefirió que ustedes decidieran el destino de la muerte.
─¿Por qué hablas en tercera persona? Como si no estuvieses incluyéndote en este asunto.
─Veo que los efectos del ayuno están afectando demasiado a tu cabeza. Te refrescaré un poco la memoria ─hizo una pequeña pausa y después dijo─. Asumo que tu instructor te enseñó sobre mitología, quiero que recuerdes a los gigantes gemelos en relación a tu madre.
─Oto y Efialtes, los gigantes gemelos ─dije casi sin aliento, no solo por sorpresa, sino porque de verdad, estaba sin aliento.
─Me presento, soy Oto ─hizo una reverencia hacia mí─. Aparte de estar feliz de volver al mundo de los vivos, a través de la posesión de este cuerpo semidivino, estaré complacido de acabar con la vida de la preferida de la diosa (la cual me dejó en ridículo). Traigan a los otros dos ─inquirió a sus otros sirvientes─. Daremos inicio al ritual.

El secreto de los dioses (Leo Valdez y tu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora