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Desperté algo atontada y bien desorientada. Seguía sintiendo las cadenas en mis muñecas y tobillos, solo que estar mi cabeza arriba, ahora tenía mis pies. La cabeza, la cual no me paraba de bombear como un motor a combustión, era el único sonido que podía escuchar. Todo a mi alrededor, era negro. Pura oscuridad.
Intenté visualizar algo con mi especie de visión nocturna, pero no pasaba nada. Supongo que ese maldito polvillo, debió haberme afectado más de lo que hubiese imaginado. La imagen de mi nuevo raptor volvía a mis ojos, intentado descifrar quien era y si ya lo había visto antes. Pero antes de que pudiera tener una hipótesis, se escucharon pasos acercándose a donde me encontraba.

¿Por qué está tan obscuro acá? ─eso había sido en español, claramente no me esperaba eso─. ¡Qué alguien prenda, aunque sea, una antorcha! ¡Por todos los dioses! ─la voz. Era la misma voz de mi nuevo secuestrador, quien me sacó de la cueva, para meterme en una caja sin luz.

Alguien incendió una pila de escudos, espadas y lanzas de madera, creando una fogata pequeña enfrente mío. Cerré los ojos por un segundo, por las chipas del fuego y, al mismo tiempo, por la nueva adaptación a la luz. Solo había cuatro cuerpos parados frente a mi, de cabeza (causa del efecto de estar de cabeza). Todos estaban cubiertos por una túnica y capuchas, dividida horizontalmente. La parte superior era blanca y la inferior negra.
Dos de los individuos eran altos, corpulentos y se veían unos cuernos saliéndoles de las capuchas. En mi inventario de criaturas o monstruos mitológicos, no se me venía a la mente, ningún nombre o referencia. Otro, quien lo tenía bien cara a cara, era un poco más alto que yo, sus manos eran medianas y pálidas, resaltaban sus orbes grises tormenta y una sonrisa blanca como la luna. Lo más probable, es que él sea el líder. Por último, el cuerpo que estaba a unos centímetros separado de él, era de mi misma estatura, bien menudita, y con manos frágiles. Supongo que es la única mujer "humana" en este espacio.

─Jefe, ¿no tendríamos qué posicionarla al revés...? ─preguntó uno de los encapuchados corpulentos.
─¡¿Acaso cuestionan mi juicio sobre el ritual?! ─la voz del líder salió más grave y áspera que cuando entró para reclamar la iluminación del lugar. ¿Un ritual? No entendía sobre que estaban hablando, pero claramente la idea, no me agradaba para nada─. ¡¿Alguno quiere terminar con Tártaro, antes de qué puedan siquiera parpadear?
─No señor ─respondió el mismo sujeto, que había hecho la pregunta. Su par, le dio una palmada en la nuca tan fuerte, que resonó en todo el espacio─. Por supuesto que no, su máximo...
─¡Dejá de decir estupideces de una buena vez! ─el líder parecía perder la paciencia, la mujer (supongo yo) que está detrás de él, apoyá su mano indicándole que bajara su temperamento─. Lamento mucho todo esto, mis lacayos no son capaces de encontrar la palabra prudencia, en el diccionario.
─¿Que es un diccionario? ─preguntó uno de ellos, demasiado confundido.
─No me importa quienes sean, ¿qué es lo que quieren de mí? ─después de tantos encuentros, en donde nadie se presentaba, comenzaba a agotarme el hecho que no tuvieran el descaro de ir al grano─. Podemos hacer esto rápido, antes de que pateé tu cara.
─¿Por qué no me extraña tu actitud? ─volvió a hablar el líder más calmado que antes─. Supongo que esa es la razón, por la que eras la favorita de papá...
¿De qué estás hablando? ─sabía que me entendería, si hablaba en español─. ¿Quién eres?
Me sorprende que no sepas quien soy, después de tantos años ─fue entonces, cuando todo el mundo se sacó las capuchas. Yo no podía pronunciar palabra alguna, del asombro que tenía ante esta sorpresa.

Salvo los ojos, mantenía todo igual. Seguía siendo flaco como un palo, pero con músculos bien marcados, pelo castaño oscuro como el mío, de corte medio y todo revuelto, sus labios rosa y bien carnosos (no por nada, mis hermanastros lo llamaban "boca de pez") y levantó la manga de su túnica, para mostrarme todas las rayas que tenía. Ahora eran quince, pero cuando papá murió, en consecuencia me aparecieron en mi antebrazo derecho, tenia trece barras.
Las barras fue porque, tuve un encuentro frente a frente, con Lupa. Ella me advirtió que cuando ingresara al campamento romano, las barras se reducirían. Así comenzaría mis años de servicio. Claramente, terminé con el enemigo.

El secreto de los dioses (Leo Valdez y tu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora