XIV

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No llevó la cuenta del tiempo, que estoy encadenada; de cuanto tiempo llevo encerrada, custodiada por monstruos; cuanto no tengo contacto con el mundo exterior. ¡Te maldigo Cronos!
Los brazos los tenía extendidos y sujetados por cadenas, mientras el peso de mi cuerpo era atraído por la gravedad de la Tierra. La próxima vez que me pidieran hacer alguna flexión de brazos, terminara en el Inframundo en menos de tres segundos.
Tenía los ojos cansados y apenas me mantenía despierta. No había comido por horas o días. Ya lo dije, no hay noción del tiempo de este lugar. Al menos, me daban agua cada tanto.
Los primeros momentos en este lugar, recibía cortes, latigazos, golpes escondidos, entre otras cosas. Como me curaba rápido (para mi es un misterio), seguían haciéndolo más seguido. Hasta que pararon. La razón es desconocida, pero me alegró que terminara. Lo malo, no volví a recuperar la habilidad de curación rápida.

Parecía ser una cueva, con un solo agujero arriba de mi cabeza. Pero, en este momento, la luz de la luna estaba proyectándome, como un reflector de estudio de grabación.
Me encontraba sola, mis custodias estaban en la entrada del lugar y cerca del agujero de arriba. ¿Cómo lo sabía? Simple, intenté escaparme cinco veces, antes de que ellos me encadenaran. Ahora, me encontraba felizmente colgada por dos cadenas, con fatiga y sin poder liberarme.
  Mi arco con el carcaj, mis flechas, mi espada y todo posible artefacto considerado como "arma mortal", fueron confiscados y escondidos en algún lugar donde las criaturas del demonio pudieran tener un ojo encima.

Estar sola en un lugar no era mi mayor problema y tampoco moriría por compañía, pero ser raptada y maltratada es algo muy diferente.
Nadie es capaz de sobrevivir a tantos acontecimientos feroces y traumáticos. Gracias a lo que pasó hace menos de tres años, ya no existía nada que me afectara.

─Ja, como si no fueras tan débil para enfrentar consecuencias ─escuché una voz de hombre, algo lejana.
─Al menos yo no rompí el código... ─dijo otra voz masculina, pero más presente que la anterior─. ¿Cómo lo diríamos? Ah, sí. Hermandad.
─Que tu rompieras las reglas, no significa que hicieras lo que quieras ─dijo la primera voz─. Imbécil.
─¿Quién anda ahí? ─aún sin poder defenderme, tenía mis motivos por averiguar quién más estaba en la habitación, si podemos llamarla así─. Muéstrense, o los demandaré a Cerbero por almas fugitivas.
─Dioses, esta chica si que sabe cómo defenderse ─la segunda voz, tomando la forma de un hombre joven de unos 20 años, vestido de toga romana y sandalias. Llevaba puesta una corona de laureles, que resplandecía como un aura.
─¿De dónde crees que lo sacó? ─la primera voz era un hombre casi anciano y entre los dos, parecían la copia del otro─. Marte es muy prepotente y astuto en situaciones de guerra.
─¿Marte?¿Quienes son ustedes?
─A estas alturas deberías haberlo descifrado ─dijo el anciano─. ¡Y no soy un anciano!
─No, eres solamente un señor aguafiestas, amargado y aburrido ─se burló el segundo─. Fue criada por los greacae, idiota. No tiene idea de mitología romana.
─¡Basta de juegos, ¿quiénes son?! ─estos dos me estaban colmando la paciencia, si pudiera, les patearía el culo y los mandaría yo misma al Inframundo.
─Nosotros somos tus predecesores. Yo soy Rómulo ─dijo el más anciano─. ¡¿Qué parte de que no soy anciano no entiendes? Maldita sea! Y la copia barata a mi lado, es mi hermano, Remo.
─¿Copia barata? ─dijo con tono retórico─. Yo soy el mayor, en tal caso la copia barata eres tu.

No parabas su discusión estúpida, yo estaba sin otra alternativa, más que escuchar sus quejas. Intenté ignorarlos, pero tampoco daba resultado. Mientras estos dos seguían, llegué a tal punto de no poder más.

─¡Suficiente! ─grité y ambos dejaron de hablar ─. ¿A qué vinieron?
─Pensé que te lo habían dicho ─dijo Rómulo─. Vinimos no dejar la depresión te afecte la cabeza.
─Ja, ponte en mi lugar, quieres ─dije irónicamente─. Estoy encadenada, por un largo tiempo, sin comer lo suficiente, sin contacto con el mundo exterior y esperan que no me sientan desesperanzada.
─Sí Rómulo, tenle algo de compasión ─dijo Remo, acercándose a mi─. Mírale la cara de sufrimiento.
─Enserio, ¿qué quieren?
─Que tu espíritu nos acompañe, necesitas ver algo.
─¿Y cómo supones que...? ─no me dejo terminar la frase.

El secreto de los dioses (Leo Valdez y tu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora