La unión hace la fuerza

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Prusia no hacía más que dar vueltas en la sala. Ya le habían dicho varias veces que se calmará y se sentará, pero no había habido fuerza humana o sobrehumana que lo dejará allí quieto por más de tres minutos seguidos. Para colmo el aire de la casa se sentía pesado y seco, dejándose sentir esa tensión sin nombre, un miedo no dicho por si las cosas fueran mal.

Unos fuerte y desesperados golpes los sacaron a todos de sus cavilaciones. Suecia fue a levantarse, pero para su desgracia, durante la refriega con el albino, las heridas se habían abierto, por la cual cosa, Dinamarca se lo impidió, reteniendo al rubio por los hombros, obligándolo a que permaneciera sentado mientras el sueco lo fulminaba con su gélida mirada. Los golpes volvieron a sonar. El danés se acercó a su alabarda, dirigiéndose luego a Finlandia, con el rostro muy serio.

-Cierra por dentro... No habrás si yo no lo mando. Sabes perfectamente que nos jugamos.-dijo mirando a Suecia y luego al piso de arriba, lugar en el que se encontraba Sealand, al margen de todo. Oyó un metal detrás de él y al girarse se encontró con Prusia, espada en mano.-

-Te la cojo prestada, Suecia.-dijo con orgullo el albino, contemplando el acero de la hoja refulgir, a lo que el gigante de ojos de hielo asintió.-

-¿Dónde crees que vas tu?-preguntó el danés, cogiéndolo de un brazo, reteniéndolo.-

-A echar un cable a un idiota y caprichoso rubio.-contestó, deshaciendo del agarre de un tirón, para luego dirigirse con paso seguro a la puerta.-

-¡Será estúpido, el tío este!-gruñó molesto el danés, yendo detrás de él. -

-Ni que os llevaráis tanto los dos...-masculló Suecia, cruzando sus brazos sobre el pecho.-

-Su, no te metas así con él.-regañó el rubio de más pequeña estatura.- Y tu no se lo tengas en cuenta a Prusia, Den... Trata de pensar que harías en su posición.-rogó el finés.-

-Lo sé, lo sé... Está preocupado...-dijo separándose del menor, siguiendo los pasos del prusiano. Se giró un instante, señalándolo.-Haz lo que te he dicho.- ordenó.-

-Sí, pesado.-

Iba a cerrar cuando un joven de cabello negro y vestido con un grueso anorak de color rojo lo detuvo, respirando pesada y afanosamente. Finlandia lo miró sorprendido, al ver que caía de rodillas al suelo bajo el umbral de la puerta, impidiendo así que lo dejarán fuera, tratando de recuperar el aliento, engullendo con fuerza de vez en cuando.

-¿Hong Kong?-preguntó la voz de Islandia que se había acercado a ver que sucedía.-

-Ru-rusia... tra-traemos... Chi-China... Japón... Ko-Korea.... y... y... Molda-da-davia...-trataba de hacerse entender el joven asiático, hablando atropelladamente, respirando más rápido aún.-

-Si no te calmas no te entenderemos...-murmuró Islandia acuclillado delante de él, apartándole el pelo negro de la cara, teniéndolo pegado por el sudor.-

Pero no hizo falta más explicaciones cuando por la puerta entraron Dinamarca y Prusia cargando a un inconsciente Rusia. Espantado, Finlandia se apartó, dejándolos pasar, depositando al ruso en el sofá con sumo cuidado. Tenía su abrigo beige hecho jirones y ensangrentado, la piel visible llena de heridas de diferentes índoles, con el rostro muy encendido, respirando muy forzadamente; nunca habían visto a Rusia en peor estado, sabiendo todos que el eslavo se encontraba más allá del límite permitido para cualquier ser, incluyéndose a ellos mismos. Detrás de ellos entró China con alguien envuelto en mantas entre los brazos, tembloroso, viéndose asomar una cabeza castaña. Korea se dejó caer junto a Hong Kong, resoplando.

-¡No puedo más, da-ze!-clamó el sur coreano, tomando amplias bocanadas de aire.-

-Más cansado deberíamos estar Japón y yo, aru. Os recuerdo que nosotros lo llevamos casi todo el camino hacia aquí, aru.-regañó el chino, pero inmediatamente calló, desenvolviendo al pequeño que llevaba en brazos, mirándolo con aprensión.-

Las Dos Caras De La MonedaWhere stories live. Discover now