Su primera palabra

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Habían pasado varias horas desde que Prusia había abandonado la casa. La lluvia seguía cayendo y la noche estaba siendo muy fría. Bella miraba por la ventana de cristales empañados con el corazón encogido. ¿Estaría bien? ¡Por Dios, qué pregunta tan estúpida! ¡Cómo iba a estar bien! Estaría dolido y enfadado por todo lo sucedido, calado por la lluvia y con el frío mordiéndole sin piedad... El albino Gilbert... Parpadeó un momento. ¿Gilbert? ¿De dónde había salido aquel nombre? ¡Daba igual! Saldría a buscarlo.

Sin hacer ruido, pasó por delante del despacho de Alemania, asomándose por la rendija, viendo que aún trabajaba. Sonrió, escabulléndose al piso de arriba.

Al cabo de un rato, volvió a bajar con una bolsa de deporte colgando, encaminándose hacia la puerta principal. Pero antes abrió el guardarropa, buscando un paraguas, encontrando el que ella buscaba: uno de enorme tamaño totalmente rojo. Lo alzó, sabiéndose preparada cuando oyó que alguien se aclaraba la garganta detrás de ella, alarmándose, poniéndose totalmente rígida. Poco a poco, se giró, encontrándose con el rostro malhumorado de Alemania, con los brazos cruzados y dando con el pie rítmicamente en el suelo, esperando una fuerte reprimenda.

-¿Se puede saber dónde vas a estas horas y con este tiempo?-quiso saber el alemán, frunciendo el ceño mientras se quitaba las gafas.-

Ella cerró con fuerza los ojos. ¡Deseaba tanto poder hablar! Pero junto al deseo de querer hablar, se mezclo con las ganas de ir tras el albino y...

-Pru-pru...-de inmediato calló, llevándose las manos a los labios, sorprendida.-

-¿Qué... has dicho?-preguntó incrédulo Alemania, tomándola con suavidad por los hombros.-

-Pru-pru-pru...-empezó a tartamudear, pasando a sacudir la cabeza, cerrando los ojos con fuerza, centrándose en el rostro del teutón.-Pru-pru...sia.-

Alemania sonrió, soltando el aire contenido en sus pulmones. Había hablado a pesar de ser una voz muy tenue, muy débil, pero había hablado.

-Me temía que harías algo así... Así que llévate esto contigo.-dijo, mirándola con una enorme ternura, pasando a entregarle una bolsa.-

La chica la abrió encontrando un termo y unos pasteles que solía hacer aquel enorme hombre rubio en su tiempo libre. Sorprendida, miró a Alemania, el cual dibujaba una media sonrisa llena de amabilidad y ternura.

-Puedo pelearme con él, enfadarme, pero es mi Brüder... Le debo mucho de lo que soy hoy.-musitó con dulzura.-

-Da-dan...ke??-

-Ja... Danke!-sonrió el rubio.-Ve con cuidado, ya sabes como está la situación.-

Ella asintió, tomando el paraguas con decisión y, sin añadir nada más, salió a buscar a Prusia, corriendo por las calles bajo un manto de oscuridad y agua.

-Y que no se te olvide decirle que tu primera palabra es su nombre... ¡Eso si hincharía su maldito ego!-murmuró, pero entonces su rostro se ensombreció, sintiéndose inquieto. Entonces, ¿sería verdad lo que le había dicho Rusia?-
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Tenía frío, temblaba de tal manera que sus dientes chocaban frenéticamente. Se sentía cansado. Había pensado en regresar, pero sentía tanta vergüenza por sus actos... y a un tiempo, se sintió traicionado por su propio hermano. Estaba claro que desconfiaba de él, pero tampoco tenía claro que sabía Rusia... ¿Tendrían ambos la misma información? No creía.

Se acurrucó en un pequeño portal, no pudiendo dejar de temblar, azotado por el aguacero y el aire cortante de la noche. Su pelo blanco se le pegaba al rostro y su ropa parecía una pesada segunda piel. Se encogió, recogiendo sus largas piernas contra su pecho, tratando de mantener el calor. Si no se hubiera sacado el abrigo, contaría con dinero para dormir en cualquier lugar, porque su cartera estaba allí.

Las Dos Caras De La MonedaWhere stories live. Discover now