Los Nórdicos

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-¿Y se puede saber que hacias tu en la casa de Rusia?-oyó Bella, pero por más que quiso moverse, su cuerpo no le respondía.-

-Me enviaron a ver lo acontecido en San Petersburgo...-contestó una voz muy profunda, calmosa.-

-Su...¿A caso no ves que podría haber sido peligroso?-

-Tal vez...-

-¿Tal vez?-repitió atónita la otra voz, dulce y tranquila, pero en ese instante parecía preocupada.-¿Cómo puedes decirlo tan tranquilo, Su?-

El silencio se hizo en la sala. Para su desgracia, Bella consiguió moverse, quejándose por el dolor que recorría su cuerpo, emitiendo un apagado gemido. La muchacha sintió como alguien se sentaba junto a ella, tomándole una mano con suavidad, mientras que otra le apartaba el cabello de la cara, acariciándole una mejilla con enorme ternura. Despacio empezó a abrir los ojos, encontrándose con un hombre de aspecto muy joven, cabello platino, piel muy blanca, cálida sonrisa y unos hermosos ojos alilados, aunque en algún momento le parecían más bien azules.

-Tervetuloa, pieni.( Bienvenida, pequeña.)-

Bella hizo por levantarse, pero dos manos la retuvieron por los hombros, sujetándola con firmeza. Cuando alzó la vista para recriminar a aquella persona, se quedó de piedra: aquellos eran los ojos que había visto antes de desmayarse, descubriendo en ese momento que eran los de un completo desconocido.¿Cómo había podido confundir a Alemania con aquella persona? Nerviosa, empezó a removerse, pero la herida se quejó, obligándola a encogerse sobre sí misma, gimoteando por el dolor. Aquel hombre de mirada gélida se arrodilló junto a ella, apartando las mantas que la cubrían y, sin reparo, le alzó la camiseta, revisando la herida, arrugando la nariz levemente.

-Fin, trae el botiquín... Se han saltado algunos puntos...-

El nombrado se levantó, saliendo por la puerta. Cuando aquel hombre imponente se quedó a solas con Bella, este le pasó la mano por el cabello, tomándole el mentón, obligándola a que lo mirará.

-Todo estará bien...-le dijo con aquella voz profunda.-Tranquilizante.-

Bella se relajó. Sí, aquel hombre se parecía mucho a Alemania, en muchos sentidos y de muchas maneras: fuerte e intimidatorio a primera vista, de mirada helada y voz profunda, pero a pesar de esa rudeza, sus gestos y palabras eran tranquilos, dulces y llenos de respeto.

-¿Quiénes sois?-preguntó con un hilo de voz la muchacha.-

-Soy Suecia... Y el que a ido a buscar el botiquín es Finlandia, mi esposa.-

De pronto, la cabeza rubia de Suecia golpeó el colchón, pero cuando Bella alzó sus ojos sorprendidos hacía aquella persona que había tratado de tal manera a aquel gigante, esta le sonreía, depositando el botiquín a un lado.

-Sabes que no me gusta que digas esas cosas...-regañó el finés, mientras Suecia se sobaba la parte de atrás de la cabeza, sin ninguna expresión en su rostro, mirando a su compañero de reojo. El joven inclinó la cabeza hacia un lado, pareciéndole a Bella el ser más tierno que pudiera existir sobre la tierra.-Puedes llamarme Fin, pieni.-

Ella asintió, cuando de pronto el timbre  de la puerta se quejó. Suecia miró a Finlandia con extrañeza, cuando el joven se palmeó la frente, levantándose.

-¿Fin?-

-Anteeksi (Lo siento), Su... Se me olvidó que hoy venían Den, Norge y Ice...-decía Finlandia, viendo que el rostro de Suecia se iba ensombrenciendo.-S-Su... Ibamos a tratar lo que está sucediendo y la posición que íbamos a tomar respecto a todo ello...-explicaba nervioso el de pelo platino, alzando las manos en señal de paz, pero la mirada inquisitiva de Suecia seguía clavada en él, mientras el timbre no dejaba de sonar.-

Las Dos Caras De La MonedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora