No puedo seguir hablando porque Alec me besa. Mi desayuno se desparrama por la cama, pero parece no importarle porque no se detiene. El beso es intenso y acelera mis pulsaciones. Me atrapa entre sus brazos y me alza sin dificultad hasta dejarme de rodillas en la cama. Me pego a él tanto como puedo y revuelvo su cabello con mis manos mientras mi boca devora la suya. Sus manos recorren mi espalda y se meten bajo la camiseta. Mi piel reacciona a su contacto y se me escapa un gemido, que lo hace detenerse.

-Tengo que ir a trabajar - dice con pena, ocultando su cabeza en el hueco de mi cuello. Su acelerada respiración cintra él continúa acelerando mi corazón, pero no lo alejo. Me gusta estar abrazada a él - Pero hablaremos de eso más tarde. Quiero saberlo todo.

-No hay mucho más que decir.

Me mira y parece que sus ojos son más azules que nunca. Hay emoción en ellos, mezclada con el deseo. Podría vivir sólo de mirarlos.

-Yo creo que sí lo hay - me da un beso rápido antes de separarse y mirar el desastre que es ahora la cama - Creo que he estropeado tu desayuno sorpresa.

-No importa - salgo de la cama de un salto - Yo lo recojo. Tú ve a trabajar.

-Nos vemos después - me abraza una vez más y deposita un tierno beso en mis labios - Quédate el tiempo que quieras.

-Llegarás tarde - sonrío antes de darle la vuelta y empujarlo hacia la salida.

Se resiste un poco y tengo que hacer más fuerza. Está tan apoyado en mis manos, que si las aparto, probablemente se caerá al suelo. La tentación es muy grande, pero creo que es mejor que se vaya a trabajar. No es cuestión de que llegue tarde el primer día de su reincorporación. Cuando alcanzamos la puerta, me besa una última vez y se va. Me deja con una tonta sonrisa en los labios y la sensación de que realmente podría funcionar lo que estamos iniciando.

Mi confesión de anoche ha sido como una liberación para mí. Un punto de inflexión. Ahora me siento más relajada a su lado y aunque tendré que obligarme a ser más abierta con él al principio, creo que llegaremos al día en que me salga de forma natural. Alec también sabe cómo hacer que desee hablar con él de cualquier tema sin presionarme y eso es una gran ventaja. Porque no siento que deba protegerme de él.

Antes de ir a mi casa, limpio los restos del desayuno, arreglo la cama y me pongo mi ropa, ya seca. Cuando salgo por el portal, me cruzo con un hombre que me resulta conocido al momento. Vuelvo mi mirada hacia él después de unos pasos vacilantes, pero ya está lejos y no puedo verle la cara de nuevo para comprobar si estoy en lo cierto. Entro en el coche, todavía con la sensación de que lo he visto en alguna parte no hace mucho, pero lo dejo estar. Soy muy despistada para eso. Suelo recordar las caras de la gente, pero no sus nombres o donde nos conocimos.

Después de dos años trabajando en el hospital, he coincidido con tanta gente que sería incapaz de recordarlos a todos. Muchas veces, yendo por la calle, me han saludado como si me conociesen desde siempre y yo he tenido que responder como si también lo hiciese, aunque no tuviese idea que quienes eran. La mayoría son padres agradecidos por los cuidados que di a sus hijos en algún momento de su estancia en el hospital y después de hablar con ellos por un rato, acabo recordando a los niños. A ellos me es imposible olvidarlos.

Hoy se siente especialmente grande y vacía la casa, cuando llego. Y los recuerdos parecen estar más presentes que en otras ocasiones. Casi puedo ver a mi abuela sentaba en su butaca, frente a la ventana, con la mirada perdida allí donde su mente se fue mucho antes que su cuerpo. Al menos fue una enferma fácil de cuidar, salvo en las ocasiones en que su consciencia despertaba y no me conocía. Era muy duro tener que pelear con ella para que se tranquilizase y ver el pánico en sus ojos al no reconocerme. Tantas noches lloré en la soledad de mi habitación por ella y su maldita enfermedad. Me la arrebató demasiado pronto y me quedé sin familia.

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