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Estoy en la cafetería del hospital intentando despejar un poco mi mente. Mis compañeras de turno aparecieron por fin media hora después de haberse ido y parecía que no llevaban prisa alguna por reincorporarse a su puesto.

Les he dejado suficiente trabajo para que se mantengan ocupadas al menos por tres horas. Es un castigo justo.

Ahora es mi momento y quiero disfrutarlo. Cierro los ojos y descanso la cabeza en mis manos, los codos apoyados en la mesa. No es que tenga sueño, no voy a dormir, pero necesito descansar la vista. Me duelen los ojos de intentar retener las lágrimas por la pequeña que acaba de ingresar. Después de que me soltó la mano, tuvo una pequeña crisis y casi la pierdo. Todo porque las idiotas de mis compañeras no habían llegado todavía y no tenía quien me ayudase. Debería haberlas amonestado, lo sé y seguramente me arrepentiré de no haberlo hecho, pero estaba más preocupada por la niña. Me limité a cargarlas de trabajo y salí de allí.

Sólo necesito relajarme un poco y por suerte para mí, la caferería está silenciosa a esa hora. Apenas hay gente en ella. Es una de las razones por las que me gustan los turnos de noche, todo está más tranquilo. No hay gente por los pasillos ni en la cafetería, no se escuchan cientos de conversaciones al mismo tiempo ni hay familiares intentando acaparar tu atención para obtener algo de información extra sobre sus parientes. Por la noche soleis ser tú y el silencio.

-Hola, Leen - sólo una persona me llama así y gimo cuando lo escucho. No quiero enfrentarlo. Todavía no. Ahora mismo no.
-Hola, Logan - levanto mi cabeza lentamente para mirarlo.
Está más delgado, Anna tiene razón. Lleva el cabello más largo y descuidado, como si mantenerlo impecable como antes ya no fuese su prioridad. Ni siquiera su rubio parece tan rubio ahora. Y sus ojos azules se ven apagados, sin brillo. Me miran con apatía. Pero es comprensible que su aspecto ya no sea el mismo, ha pasado por mucho el último año y habrá tenido cosas más importantes en las que pensar.

-¿Puedo sentarme? - señala la silla frentre a mí y asiento.

-¿Cómo estás? - sé que mi pregunta no es nada del otro mundo y que hoy estará harto de escucharla pero no se me ocurre qué más decir. Me siento incómoda.

-Intentando volver a la normalidad - sonríe.

Es una sonrisa triste, empañada del dolor que todavía sé que siente. Hace poco que sucedió lo de su madre y le costará superarlo. Eso también es comprensible.

-Un poco de rutina en tu vida te vendrá bien - me siento estúpida diciendo eso pero las palabras salen solas.

-Supongo - encoge los hombros - Quedarme en casa sin hacer nada no ayuda, desde luego.

Guardo silencio. No tengo palabras de ánimo para él y lo que digo son sólo tonterías que creo que empeoran la situación. Nunca se me ha dado bien consolar a la gente a pesar de que tienden a contarme sus penas, así que mejor no digo nada.

-Te vi en el entierro - me dice él, llenando el silencio. Hubiera preferido que no lo hiciese, al menos no con ese tema.

-Quise despedirme de tu madre - bajo la mirada.

No Te ImpliquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora