•52•

2.7K 283 17
                                    

El viaje hasta Mónaco sido espantoso. Phoebe me ignora, Alex está demasiado arrepentida por haber hablado. Mis padres están preocupados por su actitud, pero no han hecho nada por remediar sus rabietas de actitud; sin embargo, Anne no ha perdido su feliz sonrisa. Mirando por la ventana del auto en el momento en que llegamos a Mónaco después de un vuelo muy rápido desde París.

—Este lugar es magnífico —dice mirando los yates en las orillas de la costa.

—Espera a que lleguemos a la villa, podrás tomar el sol desde el yate si te apetece —le ofrece papá mirándola por el retrovisor.

—Eso suena fantástico, señor Schlesinger.

—Dime Charles, Anne.

Todos nos miramos sin poder creer dos cosas, que mi padre estuviera tan amigable con mi novia, o que le haya pedido que le diga su nombre y él haberla llamado Anne.

En el momento en que llegamos a la villa, todo parece estar igual que siempre, aunque algo más limpia. Los ojos de Anne se mueven vivaces por todo el lugar, aumentando así su curiosidad.

—Esto parece un palacio.

—Es solo una casa muy grande —le digo, restándole importancia —. Aunque hay un verdadero palacio bastante cerca.

—Claro, olvidé con quien estoy, su alteza —bromea, haciendo una pequeña reverencia frente a mi — ¿El príncipe desea algo?

Entre risas me acerco a ella y tomo su mano con la mía, dejando la otra sobre su cintura.

—Que la señorita acepte ser mi princesa —digo intentando no pensar en las palabras de Phoebe.

Anne sonríe y se suelta de mi agarre, acercándose al balcón que está en mi habitación. La sigo y me coloco junto a ella, con los brazos cruzados sobre el barandal. Decidimos venir a descansar un par de horas, ya que papá planea hacer una especie de fiesta en el yate esta noche.

— ¿En qué piensas? —me pregunta en un tono de voz muy leve.

—En lo que dijo Phoebe, por más que intento ignorarlo no deja de darme vueltas en la cabeza.

—Theo...

—No tengo idea de lo que me ocurre, Anne. Estoy seguro de que mis heridas aún siguen sanando, pero tengo miedo de estar jugando contigo y con tus sentimientos.

—No estás jugando conmigo. Theo, ¿acaso no me quieres?

— ¿Qué? Por supuesto que te quiero.

—Entonces ¿por qué estás dudando? —recuerdo las palabras de Mike, de Kenzie. Todo el mundo me dice que no debo de dudar, pero es casi inevitable.

—Porque tengo miedo.

— ¿Miedo de qué? —me toma de las mejillas, obligándome a mirarla directamente a los ojos — ¿A qué le tienes miedo?

— ¡A perderte! —digo casi en un grito, con las lágrimas a punto de salir de mis ojos —Todo lo que me importa se desvanece. Sophie murió, Noah me traicionó... no quiero perderte a ti también.

—Theo, escúchame —sigue tomando mis mejillas y puedo ver como sus ojos comienzan a cristalizarse —. Te amo, de verdad lo hago, y no me vas a perder. Se que estás confundido, y que tu hermana no ha ayudado mucho, pero confío en ti y se que no me harás daño, porque eres el hombre más dulce, encantador y bueno que he conocido en mi vida, y te amo como nunca he amado a nadie.

Siento como las lágrimas comienzan a bajar por mis mejillas, y sus manos empiezan a eliminarlas. De pronto, siento como sus labios chocan con los míos, y me pierdo por completo.

Somos dos piezas rotas que se encontraron para poder reconstruirse mutuamente. Ella me ha ayudado a sanar, pero mis piezas rotas son demasiadas, y me corto con facilidad, como en este momento.

—Te amo, Theo —dice entre beso y beso, y mi corazón comienza a recobrar vida. Siento que mi alma se revitaliza por ella, por sus palabras y sus gestos. En este momento comienzo a comprender algo importante. No importa como vea la gente mi amor por ella, la amo y eso es todo lo que importa.

Anne no es Sophie.

Anne no es Noah.

Anne es Annabeth, y la amo por ser como es, una chica independiente y cariñosa. Es la mujer de mi vida, y justo ahora me entero de ello.

Tengo el corazón destrozado, pero ella me está ayudando a reconstruirlo, pedazo por pedazo, sin importar los cortes, sin importar el tiempo... me está reparando.

—Te amo, Anne. No tienes idea de cuanto... —es lo último que digo antes de tomarla entre mis brazos y a pasos torpes entramos a la habitación, listo para perderme en ella.

No tengo idea de la hora que es cuando me despierto. El calor del cuerpo de Anne a mi lado me regresa a la tierra de golpe. Sus respiraciones son calmadas y relajantes, tiene una sonrisa en su rostro y se ve malditamente hermosa.

—Debemos despertar... —le digo. Mi voz está ronca y adormilada. Ella solo se remueve a mi lado, rehusándose a despertar —Amor... —digo, acariciando su espalda, corriendo el cabello de su frente.

—Dos minutos más... —dice adormilada y juro que mi corazón se ha encogido. ¿Por qué demonios es tan hermosa? ¿Qué ocurre conmigo que un minuto estoy dudando de su amor y al siguiente me vuelvo loco con solo mirarla?

—Debemos levantarnos o vendrán a buscarnos —y solo eso es necesario para que abra los ojos de golpe y me mire. Esos ojos azules que tanto amo... —Hola —digo con una sonrisa graciosa en mi rostro. Ella me sonríe y besa mi mejilla colocando el peso de su cuerpo en sus brazos —. Debo decirte que me sentí muy dolido por lo que dijo Phoebe, lamento haber dicho lo que dije. Realmente te amo, y tu no eres el remplazo de nadie.

Ella acaricia mi mejilla y deja un beso sobre mis labios.

—Tienes todo el derecho a sentirte mal, a querer llorar, incluso a dudar un poco a veces. Somos humanos, es normal. Solo recuerda que siempre habrá alguien aquí, apoyándote y amándote como no tienes idea.

— ¿Qué hice para merecerte? —ella sonríe, intentando ocultar sus mejillas sonrojadas —Mi bello ángel.

Besar sus labios es semejante a una dosis de morfina, me calma por completo y siento la fuerza necesaria para seguir adelante después.

Ella es mi droga, y no la cambiaría por nada del mundo.

— ¿En serio debemos levantarnos? —dice dejando besos por toda mi cara, sacándome una sonrisa de inmediato.

— ¿No tienes hambre? —pregunto dándole vuelta a su cuerpo dejándolo atrapado entre la cama y el mío. Ella niega enredando sus brazos alrededor de mi cuello — ¿Segura? —digo jugando con mi nariz mientras dejo besos pequeños en su barbilla y cuello.

—Segura, y mucho menos si continúas haciendo eso... —con una sonrisa enorme, me mira a los ojos y esta vez es ella quien continúa el beso.

Creo que no vamos a salir de aquí en un buen rato. 


Theo, Schlesinger IIWhere stories live. Discover now