Bueno, no sé si la obsesión de Logan por mí ha remitido pero lanzar a Anna a sus brazos puede resultar beneficioso para todos.

-Dicen que le gusta alguien del hospital - me confiesa entre susurros.

-¿Quién? - me incomoda hablar de ello.

-No sé. Es un hombre discreto.

Y atento, detallista, vivaz, y muchos otros epítetos que parecen convertirlo en el hombre perfecto pero si algo he aprendido en esta vida es que la perfección no existe.

-No pierdes nada con intentarlo - intento fingir desinterés y parece que lo consigo porque Anna no me dice nada sobre mi insistencia.

-Tal vez lo haga - una risa tonta sale de su garganta y yo me muerdo el labio para no reírme en su cara.

-Tengo que entrar - me excuso.

-Claro. Que tengas una buena noche.

-Eso espero.

En cuanto traspaso la puerta de acceso a la sala de neonatales, el ambiente cambia completamente. El silencio es sólo interrumpido por los ruidos de las máquinas que controlan los signos vitales de aquellos pequeños seres que han tenido que venir al mundo antes de tiempo. Su lucha por la supervivencia queda plasmada en los monitores con cada pitido que se escucha. Mientras suenen, todo estará bien.

-Llegas pronto - me dice Adelaide, la jefa de enfermeras.

Es una mujer que supera por poco los cincuenta años pero con un cuerpo envidiable y una sonrisa permanente en la cara. Emana amor por todos los poros de su piel y eso, para el lugar donde trabajamos, está muy bien.

-¿Cuándo no lo hago? - replico yo.

-Deberías tener vida propia - sonríe.

-La tengo - me encogo de hombros - y mi trabajo forma parte de ella.

-Gran parte de ella. Casi toda ella - concreta.

-A mí me gusta así.

-Eso es lo que me preocupa, Kat.

Adelaide es como una madre para mí dentro y fuera del hospital. Mis padres fallecieron cuando apenas contaba diez años y mi abuela se hizo cargo de mí. La pobre mujer estaba enferma y acabé cuidándola yo a ella. Fue entonces cuando descubrí mi vocación.

Por suerte para mí, mi abuela había sido una mujer precavida con sus ahorros y jamás nos faltó de nada a pesar de que ninguna de las dos trabajaba. Tras su muerte, a mis 19 años, heredé todos sus bienes y descubrí que tenía un fondo bastante generoso para mis estudios. Aún así trabajé para no tener que gastarlo todo.

A pesar del amor que sentía por ella, siempre anhelé el cariño de una madre. Y Adelaide parecía haber suplido esa falta desde que nos conocimos.

-No debería hacerlo. Estoy bien.

-Logan ha vuelto.

Un gesto de disgusto cruza mi rostro en esta ocasión. Ella es la única que sabe toda la historia y no tengo que fingir que no me preocupaba su regreso.

-Me lo ha dicho Anna.

-¿Qué vas a hacer?

-Nada. Esperaré a ver que pasa. Puede que este año separados le haya hecho olvidarse de mí.

-Te tienes es muy poca estima, Kat.

-Tengo esperanza en que sea así - sonrío - No tiene nada que ver con la estima.

Cuando Adelaide cambia de tema, respiro aliviada. Me explica qué han dejado hecho y qué debo acabar yo. Me habla de un niño nuevo que ha ingresado esa mañana. Me muestra los historiales. Todo con una sonrisa en los labios pero una profesionalidad que obliga a tomar en serio cada una de sus indicaciones.

-Nos vemos mañana por la mañana - se despide cuando da por finalizada la explicación - Ya te encargas tú de asignar las tareas a las demás.

No soy la enfermera con más experiencia de la planta pero por alguna extraña razón que no logro entender, cuando digo algo se hace sin rechistar. Adelaide ha sabido aprovecharlo en su beneficio. Yo no tomo las decisiones, por supuesto, sólo me limito a exponer lo que Adelaide me indica pero para ella es suficiente.

Mis compañeras no tardan en llegar y les voy asignando tareas según las directrices de Adelaide. Ninguna protesta.

Las primeras horas de la noche pasan tan rápidas que apenas me doy cuenta. Sólo cuando mis compañeras me dicen que irán a tomar un café, comprendo que ya estamos a mitad de turno.

-¿No te importa quedarte sola? - somos tres por la noche y ellas parecen tener ganas de hablar en privado.

-Para nada - les sonrío para dar más énfasis a mis palabras - Id juntas. Sólo procurad no tardar mucho.

-Serán solo diez minutos, prometido.

Sus diez minutos de café se convierten en veinte pero no me importa. La noche está tranquila así que puedo con todo. No protestaré mientras lleguen a tiempo para la toma de las cuatro.

De repente, las puertas se abren con gran estruendo y me sobresalto. Veo entrar a una de las matronas, Rachel creo recordar, seguida de un par de enfermeras. Trae a un bebé extremadamente pequeño en brazos y parece preocupada.

El ginecólogo no tarda en llegar también y los veo trabajar con celeridad para introducir al pequeño ser en una incubadora. El vendaje que sujeta la vía casi abulta tanto como él.

-¿Qué tiempo tiene? - me acerco a preguntar cuando veo que se calma la situación.

-Demasiado pequeña - murmura Rachel mirándola desde el cristal.

Es la única que se ha quedado después de preparar a la niña. Espero a que me dé indicaciones, sé que lo hará, pero en lugar de eso, se desahoga conmigo. Es otro de mis dones, por decirlo de algún modo. La gente, no sé muy bien por qué, siempre termina contándome sus problemas. Y en un lugar donde los problemas son el pan de cada día, situaciones como aquella se suceden con demasiada frecuencia. Es por eso que me debo repetir cada día que no he de implicarme.

-La madre sufrió un accidente de tráfico hace unas horas - creo que ni siquiera sabe que me está hablando - Un borracho chocó su coche contra el de ella. Tuvimos que sacar a la niña para no perderla también.

Mi corazón se comprime. Un bebé prematuro es difícil de sacar adelante, pero más todavía si le falta el cariño de una madre. Está demostrado que arrullarlos y hablarles ayuda en su crecimiento. A esta niña le harán falta muchos cuidados y saber que su madre no estará con ella, me entristece.

-Seis meses - continúa Rachel - Muy poco tiempo. No sé si sobrevivirá.

-Haremos que sobreviva - hablo a su lado y se sobresalta, como si hubiese olvidado que estaba allí con ella.

-Me tengo que ir - su actitud de profesional se ha hecho cargo de la situación - Mi turno no ha terminado y todavía hay varias parturientas en planta. Vigila sus constantes vitales y avisa si surge algún imprevisto.

Asiento y la veo salir decidida por la puerta por donde minutos antes hizo su aparición. En cuanto desaparece por ella, fijo mi vista en la niña.

Es tan pequeña que no puedo evitar pensar como Rachel, será difícil que sobreviva.

Me dispongo a colocarla bien en la incubadora y cuando mi mano roza la suya, se aferra a ella. Me quedo petrificada. Es la primera vez que un bebé tan pequeño responde a un estímulo de esa forma. Sonrío hacia ella y la extraña conexión que siento con los niños se asienta en mí. Sin embargo, esta vez presiento que será diferente y no me decido entre si eso es bueno o malo.

No Te ImpliquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora