Capítulo X: ¡Resiste, Taiki!

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     Piedmon no necesitaba esforzarse demasiado para demostrar lo poco que su compañera humana le importaba en ocasiones. Aquel día no fue la excepción, pues apenas se inmutó cuando llegó al centro de comando después de haber hecho su visita rutinaria para torturar a su prisionera en la Tierra Miel y descubrió que Clarisse no estaba presente. El único que se encontraba allí era Datamon, quien no hacía nada relevante y sólo esperaba órdenes. Piedmon ocupó su asiento habitual y bebió un trago del vino que previamente sirvió en una copa de cristal. En sus guantes de color blanco aún había algunas manchas de sangre que recién comenzaban a secar.

— ¿Hay algo nuevo, amigo mío? —preguntó a Datamon.

—No hemos recibido señales de ninguno de los Siete Reinos —informó él.

—Eso es... extraño —concedió Piedmon e hizo una pausa para beber un sorbo más—. Te lo dije antes de ir a la Tierra Miel, ¿no es cierto? Tengo un presentimiento. ¿No has visto nada grabado en las cámaras de seguridad?

—Nada.

—Interesante...

Piedmon dibujó una sonrisa siniestra e indescifrable en sus labios, guardando para sí mismo todo lo que en ese momento estaba pensando. Quizá Datamon era fácil de engañar, pero con el siniestro payaso no era posible. Nunca podría serlo.

La puerta del centro de comando se abrió entonces para dejar entrar a Clarisse, quien aún vestía con ese blusón largo y semitransparente que usaba para dormir. Su cabello alborotado, su expresión de pocos amigos y el hecho de que apenas se había tomado la molestia de mirar a Piedmon al entrar, fueron las claves necesarias para saber que ella había pasado una mala noche. Quizá eso también podía explicar los rasguños que ella misma se había causado en los brazos, y por eso era que sus uñas y las puntas de sus dedos estaban cubiertas de sangre. O tal vez no.

—No has dormido bien —puntualizó Piedmon con indiferencia.

—Eres tan inteligente... —se quejó Clarisse—. Deja de mirarme.

—Señora Clarisse, usted luce terrible —comentó Datamon, haciéndose acreedor a una mirada asesina de aquellos fríos ojos en los que se reflejaba algo más siniestro que la muerte misma.

— ¿Hay noticias? —exigió saber ella.

—Datamon me ha dicho que no apareció nada en las cámaras de seguridad —informó Piedmon.

Clarisse llevó una mano a su cabeza para acallar el dolor punzante de la jaqueca. Dejó salir también un leve quejido y miró hacia la gigantesca pantalla en la que en ese momento estaba transmitiéndose la siniestra quietud de la Tierra Vampiro.

—Quiero ver la Tierra Dragón —ordenó Clarisse.

Datamon obedeció en el acto. Presionó un par de botones para que la Tierra Dragón apareciese en la pantalla. No había nada en absoluto, que no fueran los esbirros de Leviamon. Clarisse se enfureció de golpe.

—No... Esto está mal... Ella dijo que ellos estarían aquí.

—Pues no aparecen en la grabación —insistió Datamon.

—Contacta a Leviamon. Ahora.

—El señor Leviamon dijo que no quería ser molestado.

Clarisse se dejó llevar por la ira en ese momento. Le propinó un puñetazo a Datamon que causó cuarteaduras en el metal que recubría su cuerpo. El Digimon cayó al suelo y apenas pudo levantarse, pues al instante tuvo encima a la abrazadora ira de la chica rubia. Ella lo acorraló de la misma manera que habría hecho un león antes de atacar a su presa.

Nene de la RebeliónWhere stories live. Discover now