Prólogo

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¿Las segundas oportunidades existen?

Esa era una pregunta que me hacía a diario, y no sabía la respuesta, o simplemente, ya no quería creer en ella.

Lo único que sabía en ese momento, era que me encontraba en un paraje desolado, hambrienta y con un dolor palpitante en todo mi cuerpo, el abandono y la soledad ya estaban marcadas en mi piel.

Esperaba que al caer la noche mi loba por fin terminara de recuperarse, aunque la duda chocaba conmigo de forma frustrante, ya que no me quedaban fuerzas para poder transformarme otra vez. Trágicamente, esa sería mi tercera transformación, a pesar de que, a mis 18 años, ya debería de poder hacerlo con total libertad, pero cuando me transformé por primera vez... el alpha sin siquiera dirigirme la mirada, me lo prohibió, y no pude volver a hacerlo hasta unos años después, cuando fui desterrada y salí del territorio.

Al convertirme en una desterrada, ese mandato quedó revocado de forma inmediata.

Seguí mi camino sin descanso, estaba agotada, mis pies seguían sangrando y ardiendo como los mil demonios. A esas alturas creía que ya no tenía lágrimas que derramar, de nuevo... que equivocada estaba, caí al suelo exhausta, sentí que ya no tenía fuerzas para seguir de pie, en mi desesperación divisé una pequeña cueva y sin pensarlo dos veces, me levanté y me adentré en ella.

Grave error.

Estaba tan débil que no me di cuenta de que había entrado en el territorio de la manada más temible que existía, yo era una intrusa, lo peor, una desterrada y eso, se pagaba con la muerte.

En menos de media hora me encontraba acorralada por esos feroces guerreros, empotrada contra una piedra filosa que me clavaba la espalda, tenía tantas heridas que la sangre comenzó a caer a borbotones de nuevo. Kiara aullaba y lloriqueaba por no poder ayudarme, había al menos cinco lobos muy grandes a mi alrededor y yo... casi desnuda, pero en un momento así, era lo que menos me importaba.

Sentía mi sangre salir de mis heridas como si de una cascada se tratase, lo único bueno de ello, era que al menos moriría desangrada antes de que ellos me llevaran a su calabozo para interrogarme.

Ese destino era aún peor que morir.

Cuando cerré mis ojos para entregarme a la muerte, un fuerte gruñido petrificó a mis atacantes. Abrí mis ojos de nuevo y choqué con unos orbes grises, tan grises y profundos como las nubes en una tormenta, mi atacante soltó mi cuello y antes de caer totalmente al suelo, ya lo tenía sosteniéndome con sus fuertes brazos, un gemido de dolor salió de mis labios cuando sus manos rozaron mis heridas.

Frente a mí, tenía al hombre más hermoso que jamás había visto y el más intimidante.

El alpha de la manada Diamante Oscuro.

Ethan Dankworth.

DestruidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora