Capítulo 12 (Parte 2, final)

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Al escucharla, bajé el cigarro que estaba a punto de encender, para quejarme.

—¿Qué carajos te pasa?

—¿Eh? ¿De qué?

—¿De qué? ¿No puedes estar sin insultar a la gente?

—Por favor, no he insultado a nadie.

—¿¡No!? ¿Y a ella? ¿Y a Isabela? ¿Y a Elizabeth? ¿Y a...?

—¿¡Y a quién, mentiroso!?

—Olvídalo. Iba a mencionar a Yemy, pero no creo que seas capaz de hablar mierda de ella tan pronto. Aunque ni de broma me sorprendería.

—No hablaría mal de mis amigas.

Abrí los ojos de más. Dejé el cigarro en el cenicero y me encaminé frente al sillón. Le quité el control de las manos y me agaché para quedar lo más cerca posible.

—¡Ruby también era tu amiga, sin vergüenza!

—Tú lo dijiste. Era.

—Me das tanta pena.

—No me importa lo que te dé. —Sonrió.

Negué con la cabeza. Me giré para reproducir cualquier cosa y volví a la barra con todo y el control.

Pasó el tiempo. Después de aburrirse de estar sentada, se la pasó dando vueltas por la sala. Y, en veces por la barra, para tratar de acercarse a mí. Aunque, por más que intentó, no lo logró. Porque, o caminaba lejos de ella o la apartaba con los brazos. Llegó un momento en el que se resignó, asó que volvió al sofá, y se distrajo en el celular. Yo me limité a seguir fumando. Para ese momento había cambiado las botellas de cerveza por las de agua.

Empecé a cabecear. Ella seguía con toda la energía del mundo. Yo solo pedía que se apagara. Preguntaba el precio de la televisión, de la mesa, de los cuadros; sobre la decoradora de interiores, la azotea... ¡Estaba harto!

Un mensaje llegó a mi celular. Era Isabela, que me avisaba que ya había llegado a casa. Solté un suspiro. Kenia preguntó qué me pasaba y le dije que tomara sus cosas; que nos largábamos.

Salimos del estacionamiento.

Imaginé que también quería llegar pronto a su casa, porque venía haciendo lo posible para pasar a toda velocidad los semáforos antes de que marcaran el rojo.

Para alargar mi tiempo, le dije que no fuera tan rápido. Y es que, me di cuenta de que había estado tan enfocado en cuidarme de que no se me acercara, en la casa, que dejé de pensar en un maldito plan para cuando llegáramos al restaurante.

Dijo que no —con toda la calma existente—, que a esa velocidad iba cómoda.

Empecé a buscar en mi celular. Vi el número de mi vecino en mis contactos. Pensé en escribirle, pero, me fue inevitable recordar las miradas de cariño de su familia.

Recordé al instante que Pablo vivía cerca. Pero... Kenia no me creería. Tendrían que salir demasiado bien las cosas como para que no empezara a quejarse, para no hacerla enojar... Y no la había tratado lo suficientemente bien como para evitarlo.

Dios mío.

Cuando estuvimos a mitad del camino, me dejé de cosas. Le escribí.

Respondió al instante. Dijo que —para mi buena suerte— ya no estaba en su restaurante, y que me ayudaría con gusto, fuera lo que fuese. Entonces le expliqué todo.

Aceptó al instante, pero, cuando preguntó cuáles llaves me tendría que dar si no eran cualesquiera, mi cabeza empezó a dar vueltas.

Dejé el teléfono a un lado. Me llevé un dedo a la barbilla. Kenia preguntó qué pensaba. Luego dijo que no se me estuviera ocurriendo jugarle chueco. Me hice el indignado.

LO QUE ÉL NO TE DIO (Romance y tragedia)Where stories live. Discover now