Capítulo 8 (Parte 2, final)

75 8 4
                                    

Ruby fue mi novia hacía años. Y, sin temor a equivocarme, y estando casi seguro de que ella también llegó a tener esa percepción, era el amor de mi vida.

Estuvo conmigo desde el principio de todo esto. Antes del dinero, la fama, el reconocimiento. Antes de... diría yo, la buena salud emocional.

Nunca tuve mejor relación amorosa que con ella. Ni mejor vínculo, ni mejor energía, ni mejor química, nada.

Siempre dije que tenía magia en su voz, en su mirada, en sus besos. Hacía que me olvidara de los malos momentos al instante. Que perdiera el odio hacia mi madre, y que dejara de sabotearme al dudar si mis trabajos eran buenos.

Lo nuestro fue tan hermoso que... a veces, al recordarlo, me daban ganas de llorar.

Lamentablemente, un día llegó una buena oferta de una academia de artes estadounidense bastante reconocida, en la que le ofrecían cumplir sus sueños y más, con la evidente condición de que estudiara ahí.

Ruby aceptó, encantada.

Cuando me lo dijo, me dolió bastante. Ambos lloramos durante horas. Pero, yo ya tenía prácticamente la vida asegurada, todo un futuro por delante. Ahora era su turno, y la apoyaría encantado, costase lo que costase, doliera cuanto doliese.

Hubo dos días que fueron bastante simbólicos antes de su partida. Uno donde nos sentamos a decidir qué pasaría con nuestra relación, concluyendo que seguiríamos con ella, y otro donde estuvimos juntos casi de su inicio a su fin (el anterior a cuando se fue para siempre).

En este último, la recibí en casa desde temprano. Tal vez lo ideal hubiera sido salir a cualquier lado; visitar todo lo que nos faltó en la ciudad, no lo sabía. Pero, caímos en la cuenta de que queríamos estar solos, enfocándonos en nuestra energía nada más.

Desayunamos, vimos películas, bailamos, cantamos, comimos, saltamos...

De pronto se nos hicieron las diez de la noche. Yo no me había dado cuenta porque me había puesto a beber. Ella se subió encima mientras yo estaba en el sofá y me pidió que dejara de hacerlo, porque solo nos quedaban dos horas antes de que tuviera que irse a casa a preparar todo para su viaje. Yo accedí, con la petición de que no me pidiera deshacerme del tabaco.

Así pasaron los minutos, en los que, por alguna razón que no he podido encontrar, fue como si las emociones se hubieran triplicado. Los músculos al sonreír se sentían más, los besos sabían mejor, y las lágrimas dolían como si fueran de ácido.

De pronto fue al baño. Tardó un buen rato, y yo comencé a pensar miles de cosas sin sentido. No pude dejar de preguntarme qué demonios haría sin ella, ¿a dónde o con quién mierda iría al estar en crisis?, ¿cuándo volvería a tener el valor para si quiera voltear a ver a alguien más?

Cuando salió, volvimos a la posición del sofá, y me abrí con ella. Caí en las lágrimas de nuevo.

Creo que cualquier hombre se hubiera frenado. La mayoría no querría contarle a su pareja sus inseguridades, debilidades, dudas. Pero yo con ella podía ser cómo era realmente.

Me sonreía, me tomó de las mejillas y dijo que todo estaría bien. Que era su niño y que seguiríamos siendo felices a pesar de la distancia; que nos veríamos, si bien no seguido, algunas veces al año (tal vez un par). Que pensaría en mí cada noche antes de dormir, y que le pediría a Dios por mí, por mi familia, por mi trabajo y por nosotros.

Eso me destruyó. La abracé y le dije que, a pesar de la situación, estaba contento y agradecido por tenerla en mi vida. También dije que estaba de acuerdo, y que haría todo lo posible para que las cosas no decayeran; como si estuviéramos apenas a veinte kilómetros de distancia —aunque fuesen miles realmente—.

LO QUE ÉL NO TE DIO (Romance y tragedia)Where stories live. Discover now