Capítulo 1 (Parte 3)

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Aplasté el botón que cerraba las puertas, di media vuelta y fui al sofá donde había dejado mis cosas. Tomé mi celular, y al ver mi estudio en el fondo de pantalla, me percaté de que no había escuchado el sonido que hacía el elevador al bajar. Miré hacia las puertas mientras bajaba el celular, y vaya sorpresa: estaban abiertas; Kenia seguía ahí.

Nos miramos. Su expresión no se parecía en nada a la que tenía al llegar. Y la mía, había pasado del enojo a la desesperación. Porque no entendía por qué se aferraba tanto a mí. De pronto, salió del elevador y corrió hacia donde yo.

—¿Qué mierda?

Frenó contra mi pecho, acomodó su cabeza y rodeó mi espalda con sus brazos. No estaba entendiendo nada. Pero debo aceptar que no se sintió tan mal. Necesitaba con urgencia un abrazo, aunque fuera de ella.

—Kenia, ya...

—No digas nada.

—Es que, no estás...

—Calma.

—¿¡Qué!?

—Calma.

—¿Cómo que calma?

Se quedó en silencio. Traté de ver su rostro, pero apenas y podía ver la raíz de su cabello.

—No estás bien —susurró.

—¡Claro que estoy bien!

—Calma —susurró.

—No sé por qué no lo entiendes.

—Te conozco, Ale. Es el trabajo, ¿verdad? ¿Eso hacías antes de que llegara?

Me quedé mirándola con sorpresa antes de responder.

—Sí. Pero no pasa nada.

—Sí pasa. Y no, no te voy a soltar.

Troné la boca, y volteé los ojos.

—Antes cuando te ayudaba a calmar tus nervios por el trabajo, y no veo por qué no podría hacerlo ahora. —Me dio otro apretón—. Sé que amas lo que haces, pero también que te preocupas demasiado. No tienes por qué; eres muy talentoso.

Presté atención en lo último. Me quedé extrañado.

—¿A qué viene eso?

—Crees que no harás las cosas bien, y que entonces los demás hablarán mal de ti.

—Eso no es...

—Pero estás equivocado. Porque lo único que hacen los otros es admirarte y reconocer tu trabajo. Todos lo hacen. Todos menos tú.

No encontré palabras. Me limité a mirar en frente. Tal vez tenía razón. Tal vez era eso lo que me preocupaba realmente. Me costaba asimilar que Kenia fuera quien lo descubriera.

—Oye —interrumpió mis pensamientos.

—¿Sí?

—¿Te suelto?

—¿Qué? ¿Y ese cambio tan repentino?

Sonrió

—Ah, sí, como quieras —respondí.

—¿Cómo quiera? ¿Seguro? —se despegó de mi pecho y me miró.

—Sí, haz lo que quieras —volteé a mi izquierda, indiferente.

—Ojalá pudiera hacer lo que quisiera.

—Es un decir.

—¿Sabes que haría si pudiera hacer lo que quisiera? —dijo, insistente, como siempre.

LO QUE ÉL NO TE DIO (Romance y tragedia)Where stories live. Discover now