𝟲𝟲| ¡𝗦𝗧𝗘𝗘𝗘𝗣𝗛𝗛𝗛!

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Me sentía exhausta, como si cada parte de mi cuerpo estuviera suplicando un respiro, los casi seis meses de embarazo se habían convertido en una prueba de resistencia que no recordaba haber firmado. 

Mis pies, hinchados e irreconocibles, parecían dos sapos que habían decidido anidar en mis tobillos, y el peso de los gemelos era una tortura constante que se manifestaba en un dolor de espalda implacable. La frecuencia con la que necesitaba ir al baño se había convertido en una maldita broma cruel de mi propia fisiología; cinco minutos era todo lo que podía aguantar antes de que la urgencia se hiciera insostenible y terminara por mearme en las bragas.

Es como si el bebé fuera yo, pero más allá del agotamiento físico, una tristeza profunda se había apoderado de mí, una tristeza que me envolvía el pecho y me apretujaba el corazón cada vez que recordaba el hecho no sólo de que pasaría unos días en la casa de mis padres, sino que también estaba jodidamente lejos de Steph.

Su imagen me perseguía, igual que su voz y el timbre de su risa jocosa, un recordatorio constante de que ahora él estaba literalmente al otro lado del país, mientras que yo estaba aquí, en medio de una tormenta de nieve esperando a que alguna de las mucamas abriera la puta puerta antes de que me convirtiera en un maldito cubo de hielo con doble relleno.

─¡¿Por qué mierda no abren?! ─gritó Penny enojada mientras seguía azotando la puerta, desesperada y temblando de frío.

Y a su lado estaba Camille, quien era esa amiga cuya paciencia parecía no tener límites. La chica estaba en completo silencio, inmóvil mientras cargaba a Harry en brazos tratando de protegerlo del frío. La pobrecita había viajado a San Francisco, pero lo que debían ser unas vacaciones inolvidables se convirtieron en una estadía efímera, interrumpida por la necesidad de regresar a Boston por mi culpa. 

Ella no había pronunciado una queja, ni una sola palabra de reproche, y eso sólo intensificaba la culpa que cada vez aumentaba un poco más el peso sobre mis hombros, incluso Harry había heredado esa gracia silenciosa, manteniendo los labios sellados sin una sola queja, como si hubiera entendido la gravedad de la situación sin necesidad de explicaciones.

─Dios mío... ─se escuchó una voz asustadiza después de que un rostro pálido apareciera frente a mi─. Señorita Narcissa, d... discúlpeme, con el ruido de la tormenta... yo... no logré escuchar la puerta.

La puerta finalmente se abrió y el frío que había calado mis huesos comenzó a disiparse bajo el abrazo cálido de la calefacción, y fue entonces cuando mi enojo, injustamente dirigido hacia la mucama que temblaba de pánico ante mí, era un fuego que no podía contener.

─¡Rápido con las maletas! ─le espeté, apartándola con un gesto brusco para entrar─. ¡Y asegúrate que las cosas de Camille estén en la habitación de invitados del segundo piso, junto a la mía!

─S... sí señora. ─contestó la chica.

─¿Y dónde dormiré yo? ─saltó Penny de inmediato.

─En una de las habitaciones del servicio. 

La rubia con su habitual desgana intentó protestar, pero mi paciencia ya estaba al límite. 

─Necesito que estés cerca de la cocina por si necesito algo, así no tendré que bajar yo a buscarlo. ─añadí mirándola con seriedad.

─Pero...

─¡Tengo casi seis meses de embarazo, Penélope! ─le recordé con severidad─. Y si mis pies explotan, tú serás la siguiente. Estoy pagándote para que trabajes, no para que te quejes. 

Tiré mi bufanda y abrigos nevados al suelo, creando un desorden de nieve en el vestíbulo. Las otras mucamas se materializaron en cuestión de segundos, una tras otra, todas silenciosas y eficientes mientras yo daba órdenes.

NO ES TUYO, ES NUESTRO © » 1M8.Where stories live. Discover now