45

2.1K 259 20
                                    

𝐘𝐮𝐥𝐞

Después de que el maestre revisara Vanessa, inmersa en un torbellino de recuerdos, exploró la habitación que solía parecerle enorme en su infancia, pero que ahora descubría más pequeña que la oficina de la Mano del Rey. Cada rincón estaba impregnado con la esencia de los recuerdos, y todo estaba exactamente como lo recordaba.

La curiosidad la llevó al armario de su madre, donde descubrió las prendas que, en su niñez, tanto detestaba. Entre ellas, se topó con un conjunto ligeramente violeta, confeccionado especialmente para el tercer cumpleaños de Vanessa. Decidió probárselo, recordando la ocasión festiva y la meticulosidad con la que su madre había elegido el tono.

Vanessa, al vestir el conjunto, percibió que su figura era diferente a la de su madre . Las curvas, de ella eran pronunciadas que las de su madre, y el generoso pecho que tenia.El pantalón le entró por obra y gracia de los dioses , la camisa cerraba bien aunque la llegar a la zona del pecho tres  botónes se resistían a cerrarse por completo, ella decidió llevarlo así.

Mientras exploraba la habitación, Vanessa se sumergió en una amalgama de emociones, permitiendo que los recuerdos y la fragancia de la ropa la llevaran a un tiempo en el que todo era más sencillo. Aunque inicialmente temió que la tela pudiera resultar áspera, se sorprendió gratamente al sentir su suavidad contra su piel.

Explorando, Vanessa descubrió un libro que narraba la historia familiar desde el primer Royce del que se tenía registro. Decidió llevarlo consigo como un tesoro lleno de historias y conexiones con sus raíces. Después, se encaminó hacia su habitación, notando que era considerablemente más pequeña que la de su madre. La reminiscencia de su niñez se hizo evidente al constatar que aquella habitación, que alguna vez le pareció inmensa, resultaba ahora incluso más pequeña que su propio baño.

La antigua habitación de Vanessa no era nada modesta, e incluso más lujosa que la de su madre. Las paredes estaban adornadas con pinturas que contaban historias de batallas y hazañas familiares en tonos violetas y dorados. Un pequeño tocador sostenía delicadamente algunos objetos personales, y la cama, aunque algo dura para Vanessa, tambien lucia elegante. Algunas velas perfumadas estaban puestas y acumulaban polvo desde que se habia marchado. En una esquina, un pequeño escritorio albergaba algunas plumas y pergaminos. Ahí yacían sus primeros dibujos, ella con la corona, ella en la fortaleza roja, ella y Vespereal.

El resonante rugido de Vhagar interrumpió bruscamente los pensamientos de Vanessa, y al enfocar su mirada por la ventana en la distancia, reconoció la majestuosa figura de Vhagar, señal inequívoca de que Aemond estaba presente.

Vanessa salio de la habitación y finalmente de la fortaleza, avanzó hacia Aemond con pasos firmes, sosteniendo la espada en una mano y el libro en la otra. El rugido de Vhagar reverberaba en el aire, creando una atmósfera tensa.

Silencioso como las sombras, Aemond descendió grácilmente de Vhagar. Su presencia imponente, aunque familiar, no trajo consigo palabras. Vanessa, en su interior, agradeció la ausencia de discursos innecesarios.

El viento acariciaba sutilmente sus rostros mientras el silencio entre ambos persistía.
No anhelaba que Aemond rompiera ese silencio con palabras. Lo que necesitaba estaba en la conexión silenciosa entre sus almas, en el entendimiento mutuo que solo ellos tenían.

El viento soplaba suavemente, moviendo sus cabellos y haciendo ondear la capa de Aemond.

Sin decir una palabra, Aemond se acercó a ella y tomó la espada con una de sus manos y con su mano libre atrajo a Vanessa hacia el atrayendola a su pecho abrazándola, Vanessa lo rodeó con sus brazos.

[...]

—Todos han perecido — afirmó Daemon, con la mirada fija en las llamas que danzaban en el salón de Rocadragón.

De Fuego y Cenizas Where stories live. Discover now