Ascendí el último escalón: la única fuente de luz procedía de la habitación de Dimitri, así que di por hecho que estaba allí. La puerta entornada me impedía ver con antelación lo que sucedía, pero me imaginé a un Dimitri agobiado por la presión de la empresa enfrente del ordenador.

No podía haber estado más equivocada.

Su habitación era la peor estancia. El portátil había sido lanzado por los suelos, al igual que los cojines. Las sábanas de la cama tampoco estaban sobre el colchón. Los cuadros estaban destrozados; las cortinas, echadas para que no entrara la luz. Solo la lámpara de la mesilla emitía leves destellos. Dimitri, sentado en el lateral derecho de la cama, llevaba hacia sus labios lo que parecía ser una botella de vodka. La barba le había crecido varios centímetros, poblando parte de su cuello. Portaba una camisa blanquecina manchada y con los botones desabrochados hasta el vientre. Pareció no percatarse de mi presencia. Si lo hizo, no se inmutó. Continuó bebiendo sin descanso. Al echar la cabeza hacia atrás atisbé las pronunciadas ojeras bajo sus ojos y la palidez de su piel.

¿Qué diantres le había sucedido? Tenía la certeza de que yo no había provocado ese estado.

—Dimitri. —Mi voz hizo eco en la estancia—. ¿Qué estás haciendo?

Dio semejante brinco en el colchón que la botella estuvo a punto de resbalarse de su mano. Tardó unos segundos en desplazar la vista desde el suelo —desconocía qué miraba con tanto ensimismamiento— hasta mí, y reconocí de inmediato el dolor reflejado en sus ojos. Después le siguió el asombro, la fascinación por encontrarme allí, con él.

—El alcohol me está provocando alucinaciones —habló sin trabarse con las palabras y con el propósito de convencerse de que yo no era real. Agachó la botella para ubicarla entre sus muslos, sosteniéndola como pudo, y agregó—: Solo veo lo que me apetece ver.

—Por primera vez en la historia, el señor Ivanov está equivocado —musité.

A Dimitri no le agradó la manera en la que me había dirigido a él. Abandonó su posición, tambaleándose por culpa de la excesiva cantidad de alcohol presente en sus venas, y fue en ese entonces cuando me percaté de las lágrimas anegadas en sus ojos. Los tenía enrojecidos, como si llevase llorando desde hacía varias horas. Esa era, y sería con toda seguridad, la única ocasión en la que lo vería llorar. Dimitri se mostraba mentalmente destrozado, y no comprendía qué motivo lo había llevado a este extremo.

—Dimitri, me estás asustando. —Permanecí inmóvil.

No estaba segura de si él querría tenerme cerca.

—Me he quedado solo. —Su voz indicaba lo cansado que estaba, como si esa fuera la enésima vez que repetía las palabras—. Ya no tengo a nadie más, Catherine. Sé que debería sentirme bien por ser el elegido de mi padre, por... por tener la empresa en mi nombre, pero... siento que en cualquier momento cometeré una locura que...

—Un momento. —Alcé las manos en el aire—. Si te refieres a lo sucedido en la fiesta, no debes culparte ni pedir disculpas. Tú no sabías nada acerca de Nathaniel o Jacob. Él había efectuado la elección de seguirme y de vigilarme, no tú. Sí que me molesté, pero porque me había engañado durante mucho tiempo y... no pienses que te detesto.

—No... no lo comprendes. —Volvió a tomar la botella por el cuello, agitando el escaso líquido que restaba en su interior—. Te dejé marchar el día en el que me diste a elegir... entre las industrias y tú. Lo hice, nunca te he tenido. De nuevo, he efectuado una elección incorrecta y me percato del error cuando es demasiado tarde. Yo... Catherine, me he disculpado en decenas de ocasiones, pero... lo siento. Por favor. —Contuvo la siguiente oleada de lágrimas—. Dime que me perdonas. Necesito escucharlo por última vez.

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Where stories live. Discover now