Semana 16

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Desperté rodeada de sábanas de coralina aromatizadas con jazmín

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Desperté rodeada de sábanas de coralina aromatizadas con jazmín. Lo primero que hice fue recordarle a mi cerebro dónde estaba; me repetí que no se trataba de mi dormitorio en Manhattan. Pese a que mis deseos fueron otros, Dimitri durmió en una habitación separada a la mía. Ayer —domingo, nuestra llegada a Houston—, fue un día muy interesante. Mary me desveló el problema que su enfermedad suponía: padecía de un cáncer terminal que llevaba diez años matándola. Si había resistido hasta ese momento se debía a los medicamentos experimentales que inducían a los pacientes que se presentaban voluntarios, desesperados por hallar una solución. Pero estos ya no hacían efecto y sus órganos se deterioraban a una velocidad escalofriante. En cuanto las palabras emanaron de sus labios, y admitió que había dejado de asistir a los tratamientos porque resultaban innecesarios, creí que me echaría a llorar frente a ella.

Era posible que no continuase viva para el nacimiento de su nieto o nieta.

Tras una abundante comida saludable —la dieta de Mary era casi idéntica a la que yo había adoptado— me mostró la casa mientras Dimitri ocupaba su viejo dormitorio. Primero, deshice la maleta y guardé la ropa en los armarios que ella había preparado para mí. La planta de arriba estaba deshabitada, pues Mary era incapaz de ascender las escaleras con mucha frecuencia. Le suponía mucho esfuerzo, por tanto, amuebló una estancia en la planta inferior para ella. En pocas palabras, el día de previo había transcurrido de manera rápida y agradable. Después de instalarme, paseamos por la playa y disfruté con las anécdotas que Mary contaba acerca de ella y de la infancia de Dimitri; deleitándome con sus gamberradas y decepciones amorosas.

Ese repentino cambio de aires alejado de los crueles comentarios de mi hermano y de la presión de los medios hizo desaparecer el estrés acumulado en las últimas semanas.

Aparté las sábanas y me incorporé. Caminé con los pies descalzos hacia el armario, busqué mi bikini color rosa chicle y un vestido blanco de tirantes. Lo coloqué todo sobre la cama para quitarme el pijama; me vestí con la parte inferior del mismo... e intenté abrochar los cordones. No tuve problema para la zona del cuello, sin embargo, mis dedos eran incapaces de elaborar el lazo en la espalda. Mordí mis labios para no expulsar un insulto y, dubitativa, abandoné la estancia para detenerme frente a la otra puerta.

¿Estaría Dimitri despierto?

No lo había escuchado salir de su habitación. Tampoco es que lo vigilase, pero su dormitorio estaba contiguo al mío y me había despertado hacía ya una hora. No había escuchado ningún ruido. Giré el picaporte y caminé de puntillas hacia el interior. Aferré los hilos del bikini con una mano y golpeé la puerta —a pesar de estar ya dentro— con el fin de llamar su atención. Al no obtener respuesta, opté por cerrarla con delicadeza. La persiana bajada y las cortinas echadas impedían que los rayos solares penetraran en la habitación. Una figura bocabajo descansaba sobre las sábanas, junto a un portátil con la pantalla apagada y varios folios amontonados a su alrededor.

—¿Dimitri? —musité.

Encendí la lámpara situada sobre la mesilla y estudié su rostro dormido. Respiraba con una calma que consiguió sosegar mis nervios. Recorrí su cuerpo con la vista, contemplando los tatuajes que cubrían sus omóplatos. La tentación de acariciarlos fue tan grande que tuve que soltar los hilos del bikini para entrelazar mis propias manos. Maldición. Aparté el portátil, amontonándolo junto a los folios, y lo deposité sobre el escritorio. Lo único que comprendí de esos papeles fue los números de contabilidad. Siempre odié los temas relacionados con economía, así que no le di mucha importancia.

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin