Semana 36

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—Catherine —me llamó alguien, sacudiéndome del brazo—

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—Catherine —me llamó alguien, sacudiéndome del brazo—. Catherine, despierta.

Estreché los ojos con más fuerza y hundí la punta de la nariz entre las almohadas que me protegían de la pared. Alguien había abierto la puerta de la habitación, causando que las corrientes de aire gélido interrumpieran mi descanso. Unos dedos tan fríos y temblorosos como mi cuerpo se ciñeron en mi hombro y me obligaron a girarme. La tela delgada y agujereada resbaló por mis piernas ante mi brusco movimiento, acabando en los pies de la cama y enrollada en el poste de forja que sostenía el colchón. Tardé unos minutos en adecuarme a la oscuridad que reinaba en mi dormitorio y, desconcertada, lo primero que intenté hacer fue alcanzar la lámpara que descansaba en la mesilla.

—No. —La persona que me despertó me agarró de la muñeca—. Tenemos que marcharnos de inmediato.

—Svetlana —articulé su nombre con pesadez, pues notaba mi boca pastosa y seca. No solo eso: la piel en mi garganta continuaba dolorida e inflamada—. Déjame en paz.

—Tan solo estoy tratando de ayudarte. Por favor, Catherine. Levántate y sígueme.

No moví ni un solo músculo. Desconocía de dónde provenía su repentina necesidad o inquietud por ayudarme. Posé las manos en mi tráquea, donde el recuerdo de los dedos de Jeremy continuaba latente, y apreté los dientes hasta que los músculos de mi rostro se contrajeron. No precisaba estar delante de un espejo para que mi mente se convenciera de la existencia de los moretones. Los sentía al tragar saliva o con el simple movimiento de tomar aire. Había clavado las uñas en mi cuello, imposibilitando que opusiera resistencia, solo para arrastrarme de regreso a la habitación, con el mismo desprecio que Jeremy mostraba a casi todo el mundo. Durante unos segundos que se me hicieron eternos, temí seriamente por el bienestar del bebé. Jeremy mantenía la pistola parcialmente oculta en la parte trasera de sus pantalones, de tal forma que no pudiéramos acceder a ella, pero que actuaba como un recordatorio de lo que él haría.

Svetlana no esperó a que le diera una contestación.

Me sostuvo de los tobillos para que mi cuerpo girase sobre la cama, sin dejarme otra opción más que tomar asiento en el lateral. Retiré el cabello de mi rostro, notándolo no solo sucio, sino también enredado por los constantes movimientos que hacía al dormir. Svetlana hurgó entre mis pertenencias, desesperada por encontrar mis zapatos, pero no los halló porque Jeremy me los había quitado nada más registrar mi maleta. Temía que escapara de algún modo, por lo que solo me dejó con la ropa que portaba: un jersey de lana deshilachado y unos pantalones de chándal grisáceos. Agradecí la idea de no haberme desprendido de mis calcetines antes del traslado. Gracias a ellos, la gelidez que transmitía el suelo no se quedaba durante mucho tiempo en mis plantas.

—¿Qué está pasando? —Quise saber, aclarándome la garganta por cuarta vez.

—Nos vamos. Bueno, te vas.

—Si piensas que me montaré en un coche con el psicópata de tu hermano...

—Jeremy se ha marchado al centro de Irvington. No regresará hasta dentro de treinta minutos, lo cual supone un corto margen de tiempo para alejarte de aquí. —La manera en la que se desplazaba, acompañada de la ausencia de sarcasmo, me confirmó que estaba hablando en serio—. Catherine, no lo repetiré de nuevo: vámonos ahora mismo.

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Where stories live. Discover now