Semana 26

173 12 7
                                    

Mamá sacudió la manopla enfrente del horno para ahuyentar el humo que empañaba el cristal de unas gafas que casi nunca utilizaba

Ups! Tento obrázek porušuje naše pokyny k obsahu. Před publikováním ho, prosím, buď odstraň, nebo nahraď jiným.

Mamá sacudió la manopla enfrente del horno para ahuyentar el humo que empañaba el cristal de unas gafas que casi nunca utilizaba. Quería asegurarse de que el pollo asado y las patatas no se chamuscasen antes de que el invitado estelar llegase a casa. Esa escena de mamá corriendo de un lado a otro mientras le daba órdenes a papá, y la indiferencia que mi hermano mostraba desde el marco de la puerta, me recordó a la tradicional cena de Navidad que celebrábamos con unos compañeros de papá. La diferencia se encontraba en que, esa noche, la persona que se sentaría con nosotros en la mesa no se dedicaría a hablar como un viejo conocido, ¡todo lo opuesto! Las familias se reunían la noche de Navidad o por Acción de Gracias, aunque eso no sucedía en la mía. No tenía abuelos con vida, mi padre era hijo único y mamá no se hablaba con su hermana. Nunca había conocido a mi tía, tampoco a mis primos ni a nadie perteneciente a su rama.

Cuando era pequeña solía entristecerme y envidiaba a mis amigos del colegio. Ellos presumían de sus extensas familias, de los regalos que recibían por sus cumpleaños. Con los años, comenzó a darme igual. Había aprendido que las familias no estaban compuestas solo por aquellos que comparten tu sangre, sino también de los que llegan para quedarse. Alexandrina, por ejemplo, y Dimitri. Pensar en él me hizo trasladar mi vista desde el horno hasta mi vestido, aplanándolo de nuevo. Había escogido un estampado de girasoles de manga codo, acompañado de unos mocasines blancos. Eran bastante cómodos por la ausencia de tacón y no me cansaría tan rápido. Divisé a tiempo suficiente cómo Patrick ponía los ojos en blanco, cansado de verme tan nerviosa. Mi hermano, como era de esperar, se había negado a cenar con nosotros. Pero mi padre, tan astuto y prediciendo su respuesta, lo amenazó con detener la paga en California. Patrick no podía confesar que contaba con suficientes ahorros para no depender del sueldo que ellos enviaban, por lo que asintió y se presentó en la cocina de mala gana. Me habría gustado preguntarle por qué no intentaba arreglar sus diferencias con Dimitri, pero decidí posponerlo para una ocasión más adecuada.

Los girasoles del vestido no eran amarillos, como uno esperaría, sino rojos. Me gustaba que la tela se ciñera a mis pechos y que se cerrase bajo estos, pues estilizaba mi figura e impedía que mi vientre se marcara demasiado. Era una pequeña prueba para ver si el profesor Ivanov podía comportarse como el caballero que insinuaba ser, todo ello originado por una divertida disputa que mantuvimos unos días antes.

Puse los pies en la tierra y le eché una mano a mamá con los cubiertos y la ensalada mientras impedía que mi padre arrojara al suelo los vasos de cristal. Dimitri estaría allí en cualquier momento, todo debía salir a la perfección.

Patrick tomó asiento a la mesa y, cuando intentó pinchar un trozo de tomate, mi madre lo golpeó con una cuchara de palo en el dorso de la mano.

—Podrías ayudar un poco —reprendí entre dientes cuando pasé por su lado.

Mi hermano no movería un dedo para agradar a Dimitri, y me lo hizo saber repantigándose en el asiento. Su actitud me hizo regresar a mis preocupaciones, unas que se repetían en mi cabeza durante la última semana: ¿conseguiría Dimitri agradar a mis padres, después de todo lo que habíamos pasado? ¿Aceptarían nuestra relación, no pondrían ninguna pega a lo que estábamos formando?

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Kde žijí příběhy. Začni objevovat