Semana 7

663 38 18
                                    

Suspiré profundamente, reteniendo el aire en mis pulmones, antes de soltarlo con lentitud

Hoppsan! Denna bild följer inte våra riktliner för innehåll. Försök att ta bort den eller ladda upp en annan bild för att fortsätta.

Suspiré profundamente, reteniendo el aire en mis pulmones, antes de soltarlo con lentitud. Me encontraba en la cola de espera de la enfermería del hospital. Según mi papel, mi turno era el 13. Y la persona situada frente a mí era la número 12. Mi pánico a las agujas era irremediable. Comenzó cuando tenía 6 años, y todo fue a causa de una vacuna obligatoria que tenían que administrarme. Mi madre tuvo que aferrarme de ambos brazos y piernas para evitar que soltara alguna que otra patada al doctor. Al final todo se resolvió de forma pacífica.

—Siguiente —la enfermera situada tras un escritorio tachó lo que parecía ser mi nombre.

Entregué el papel correspondiente al mismo tiempo que remangaba mi camiseta. Era mi turno. Me tocaba superar mi terrible pánico a las agujas o me desmayaría ahí mismo, frente a todos. Un joven de ojos grisáceos sonrió con amabilidad y me indicó que tomara asiento. Extendí el brazo ante él y no tardé en notar el sudor frío resbalando por mi nuca.

—Mira para otro lado si quieres, tan solo será un pinchazo —me dijo al ver mi nerviosismo.

—Ya, claro, un pinchazo. Sí, pequeño —me burlé yo.

Como había supuesto, me mareé, y mucho. No quise mirar al tubo de sangre, y cuando me incorporé, mis piernas estaban temblando. El enfermero hizo el amago de levantarse para ayudarme a caminar, sin embargo, otro par de manos ya me estaban aferrando por las caderas.

—Te tengo, ya, respira hondo. Se pasará, es un leve mareo —una voz familiar sonó cerca de mi oído.

Me ayudó a tomar asiento en una de las sillas de la sala de espera y me ofreció un pequeño sobre de azúcar para subir los niveles. Eso ayudaría a calmar el mareo. No obstante, no tenía ganas de tomar nada, así que rechacé la oferta con amabilidad. Tras secar el sudor, pude estudiar el rostro de la persona que había evitado quedar ridiculizada ante todos los presentes.

—Lo reconocí al instante.

—Eres tú —le señalé, como si no fuera obvio—. Un momento, ¿cuál es tu nombre? ¿Cómo sabes que estaba aquí? ¿Me estás siguiendo? —balbuceé con rapidez.

Madrugar me volvía más tonta, si era posible.

—Me encontraba en la cola, detrás de ti —alzó su papel blanquecino—. Número 14. Me temo que ya he perdido mi turno, volveré a pedir cita para la próxima semana —dijo el chico entre risas. Eso le hizo parecer más guapo de lo que ya era—. Mi nombre es Nathaniel, Nate para los amigos.

—Catherine —extendí una mano hacia su posición—. Perdona, no sé por qué he dicho eso.

—No te preocupes, es normal —tomó asiento junto a mí—. ¿Te encuentras bien ahora? Sigo pensando que un buen trozo de chocolate te subirá la tensión y los ánimos. Te invito a desayunar. Creo que hay una cafetería justo al torcer la esquina...

—Ya estoy mejor, ha sido por culpa de esa aguja —repliqué.

Me observó durante unos instantes más antes de esbozar otra sonrisa arrebatadora. Me ayudó a incorporarme y se aseguró de que no me caía hacia los lados al caminar antes de acompañarme al exterior. El frío de la mañana me ayudó a relajarme. Apoyé las manos sobre una de las barandillas antes de estudiar el rostro de aquel joven.

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Där berättelser lever. Upptäck nu