Semana 3

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¡Maldición! Iba a llegar tarde, muy tarde

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¡Maldición! Iba a llegar tarde, muy tarde.

Cepillé mis dientes con una mano mientras preparaba la carpeta con los documentos y bolígrafos con la otra. Introduje los libros de esquinas arrugadas en mi mochila y entré en el cuarto de baño para enjuagar mi boca. Me calcé los zapatos de charol que conjuntaban con la falda —en lo que llevamos de año, era la primera vez que me la ponía— y deslicé los brazos por la chaqueta oscura. Eran las nueve de un miércoles que comenzaba bastante mal. Debido a las primeras náuseas, las cuales decidían manifestarse antes de dormir o al levantarme, y por trasnochar con Alexia, había dormido más de la cuenta. El despertador sonó, por supuesto que lo hizo, pero me hallaba tan sumida en mi sueño que no lo escuché.

—Por fin aparece, señorita Miller —dijo el profesor en cuanto abrí la puerta del aula—. ¿No le parece suficientemente motivadora mi clase?

—Lo siento, anoche dormí mal —mentí en parte—. No volverá a pasar.

—Continuemos con la lectura de la página 230 —añadió.

Tomé asiento detrás de una chica cuyo cabello parecía rosáceo y abrí el libro por la página indicada. Mi estómago rugió al igual que un león, recordándome la ausencia de desayuno. Durante los últimos días Alexia se había comportado como mi niñera: me traía comida en los momentos más inesperados y evitaba que llenase el dormitorio de vómito. No había visto a Dimitri desde el lunes de la anterior semana, cuando lo visité en su facultad, y dentro de medio mes se celebraría su boda. Tenía los días contados para confesarle mi estado.

La clase se terminó más rápido de lo esperado, así que me deslicé entre el tumulto de gente que se apresuraba a abandonar el aula. Mi horario era holgado ese día, solo tuve que guardar mis materiales en la taquilla e intercambiarlos por los de la próxima clase. Estaba hambrienta, famélica, pero sabía que si comía algo terminaría echándolo horas o minutos más tarde.

Al final, opté por sacar de la máquina expendedora una chocolatina con trozos de almendra que devoré sin masticarla bien. Limpié las comisuras de mis labios, arrojé esos envoltorios pringosos a la basura y asistí a la próxima hora: Arqueología.

¿Dónde estás? Me aburro mortalmente.

El mensaje de Alexia iluminó la pantalla de mi móvil, el cual escondí en mi regazo para que el profesor no se percatase de que lo estaba usando. Tecleé tan rápido como mis dedos me permitían, sacrificando ciertas letras por el camino para no demorarme. De seguro ella estaba de regreso en la residencia y olvidó que nuestros horarios eran diferentes casi todos los días de la semana.

Mi móvil falleció poco después, aunque no pude decir lo mismo de mis mareos.

Las paredes de la clase daban vueltas a mi alrededor y la voz del profesor parecía distorsionada. Me percaté de que sudaba; mi espalda estaba impregnada de una capa húmeda que incrementaba con cada nueva náusea. Un eructo casi escapó de mi boca, señal de que no podría retener el vómito por más tiempo. Recogí mis pertenencias y, haciendo caso omiso a la expresión del profesor, abandoné la clase.

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Where stories live. Discover now