#oneshot XII

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NARRA MÓNICA

-Somos amigas, Maje -insistí una vez más desde el sofá.

Era viernes a mediodía, y acabábamos de comer en casa de mis padres; había pasado los últimos cinco días en Elche, disfrutando del buen tiempo, de comida rica y de mi familia y amigos. El tren de vuelta a Madrid me salía en un par de horas, y el plan hasta entonces era descansar y reposar la enorme ingesta de comida que nos había preparado mi madre.

Maje me miró incrédula desde el sofá contiguo a donde estaba yo tumbada, haciéndome reír.

-Venga ya, Mónica -se quejó -claro que no sois amigas.

Cerré los ojos, pensando en ella. No me gustaba, pero en aquella ocasión debía darle la razón a mi cuñada: claro que no éramos amigas. Vanesa y yo nos gustábamos mutuamente, pero ninguna de las dos dábamos el primer paso, y simplemente nos limitábamos a disfrutar de un constante intercambio de mensajes, algún café compartido y mucho tonteo y nervios. Sin más.

-Hay que dejar que las cosas fluyan -dije, al cabo de unos segundos.

-Sí, eso es cierto -respondió incorporándose y apoyando su espalda en el respaldo -pero también hay que tomar las riendas y espabilar un poco.

Volví a reír. Maje estaba verdaderamente involucrada en aquella historia, ya que desde el minuto uno la había tenido al día de la misma, contándole cada sensación y novedad, por poca que fuera. Era mi mejor amiga, aunque el tiempo me había dado la enorme suerte de que también se convirtiese en la madre de mis sobrinos.

-Me va a venir a buscar luego a la estación -le confesé.

Aquello sólo hizo que Maje perdiera otro poco más los nervios.

-Espero que actúe alguna de las dos pronto -dijo mirándome -si no, tendré que hacerlo yo.

Solté una carcajada, estirando mi mano en el sofá y buscando la suya. Entrelacé nuestros dedos y la acerqué a mí, besando sus nudillos.

-Calma, amiga

Terminamos riendo las dos, y cambiando de tema al poco tiempo. Yo también tenía claro que entré Vanesa y yo iba a ir la cosa a más, pero me negaba a forzar nada; quería que el tiempo nos pusiese a cada una en nuestro lugar, y si éste era compartido, perfecto.

Aproveché las últimas horas en casa para mimar a mis sobrinos y terminar de cerrar la maleta; mi padre me llevó a la estación y tomamos un último café compartido en la cafetería de la misma, hasta que avisaron por megafonía de que ya podía subir al tren. Me despedí de él, y en cuanto tomé asiento, saqué mi móvil del bolso.

«Ya estoy en el tren. Como te retrases te quedas sin merienda»

Vanesa lo leyó a los pocos minutos, y empezó a escribir su respuesta, que con certeza sabía que no iba a pasar desapercibida.

«Estoy restando las horas para verte, pesada. No me retraso ni por todo el oro del mundo»

El corazón me latió con fuerza y en mi cara se dibujó una sonrisa, la misma que habituaba a visitarme desde que ella formaba parte de mí. Aquella nueva yo me hacía sentirme verdaderamente bien, y tenía ganas de seguir descubriéndolo. Descubriéndome.

Intercambiamos un par de mensajes más, y yo pasé a sacar el portátil y trabajar un poco antes de mi llegada a Madrid; el trayecto no era muy largo, pero me vendría bien aprovechar para dejar enviado un borrador a la editorial que hacía días que me rondaba la cabeza.

Antes de las seis y media de la tarde el tren llegó a su destino. Mi asiento estaba cerca de una de las puertas de salida, así que en apenas minutos alcancé mi maleta y comencé a caminar por la estación hasta el parking, donde Vanesa me había dicho que me esperaría.

Nadie más que túTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon