Capítulo 19

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NARRA VANESA

Volví a casa. En todos los sentidos.

Mónica me recibió con los brazos abiertos, haciéndome sentir que cada segundo separadas había merecido la pena. Le di todos los detalles que había preparado para ella durante aquellas semanas, y compartimos, después de tanto anhelarlo, una larga noche de amor, mimos y pasión.

La mañana siguiente, para mí, no existió. Debido a todo el cansancio acumulado y al cambio horario, dormí hasta casi las tres de la tarde. Abrí los ojos aturdida, sin saber muy bien ni quién era ni en dónde estaba. Recordé de golpe todo lo sucedido en las últimas horas, y estiré mi brazo al lugar donde Mónica había dormido aquella noche, a mi lado. No la encontré allí, pero sí que sentí su olor impregnado fuerte en la almohada y sábanas. Se me erizó la piel.

Salí de la cama y me puse una camiseta que descansaba en el suelo de mi habitación. Me lavé la cara en el baño, me hice un moño y salí al salón. Oí una suave música que provenía de la cocina, al otro lado de la puerta, que estaba arrimada, supuse que para no molestarme. Asomé la cabeza y me encontré a Mónica de espaldas, con varias sartenes en el fuego y otra camiseta similar a la mía como única prenda de ropa cubriendo su cuerpo. Movía sus caderas ligeramente, al son de la música que sonaba en su portátil, abierto sobre la encimera. Sonreí, y sin hacer mucho ruido, me colé en el interior. Caminé tres pasos, y rodeé su cuerpo por la espalda. Dio un pequeño salto, debido al susto, pero en seguida sentí su sonrisa.

-Buenos días, mi amor.

Cerré los ojos por inercia. Mónica torció su cabeza, de tal manera que sus labios quedaron más que accesibles para mí. Los besé.

-¿Cómo me has dejado dormir hasta tan tarde? -le pregunté metiendo mis manos por su camiseta, y tocando su cuerpo desnudo.

-Necesitas descansar, cariño -me dijo sonriente.

Le devolví la sonrisa y volví a besarla.

-¿Qué cocinas? -dije desviando mi mirada de ella a la cocina -huele de maravilla.

Tiró de mí hacia los fuegos y me enseñó lo que traía entre manos; pasta con una salsa que, aunque no supe bien de qué estaba hecha, su fantástico olor hizo que se me abriera el apetito inmediatamente. Me relamí.

-¿Tienes hambre? -me preguntó -¿comemos y te ayudo a deshacer maletas y poner lavadoras?

Sonreí.

-Vale, sí, cariño -contesté -¿te ayudo yo a ti a algo?

Negó con la cabeza, volviendo a su tarea.

-No, ya casi está todo -respondió -elige un vino.

La sensación de hogar cada vez era más en mí. Le hice caso, yendo a la pequeñita bodega que había en la cocina, y escogí una botella. La descorché mientras ella terminaba de cocinar.

-Echaba tanto de menos esto... -dije entregándole la copa ya servida, y ofreciéndole la mía para brindar.

Me sonrió, tras el brindis, y dimos un sorbo a la vez. Apoyamos la copa sobre la encimera, y yo la abracé.

-Yo también lo echaba de menos -me dijo -siento que estamos ahora mismo en el punto perfecto.

Asentí, sin borrar mi sonrisa. Era curioso, porque yo sentía exactamente lo mismo; aquellas semanas sin vernos habían sido claves para sentir lo que sentíamos y avanzar en nuestra relación de la manera en la que lo habíamos hecho. No fue agradable sentirnos tan lejos, pero ambas éramos conscientes de que en ese momento, estando ya juntas, aquello nos había sentado bien. Creo, incluso, que nos queríamos incluso más que antes de mi partida.

Nadie más que túWhere stories live. Discover now