Capítulo 28

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NARRA MÓNICA

Volvimos a la normalidad tras la salida del disco de Vanesa. Todo fue increíblemente bien; las semanas de promoción fueron agotadoras, pero dieron sus frutos, situando cada una de las canciones del álbum en los puestos más altos de escuchas y ventas, y trayendo consigo un éxito desbordante que llenó de felicidad cada esquina de casa. Aquella buena noticia era más que compartida y celebrada.

Era jueves, y habíamos pasado unos días de descanso total y absoluto, dedicándonos en cuerpo y alma a dormir tantas horas como éramos capaces, comer y cenar cada día bien y con calma y a querernos, si cabe, un poquito más de lo normal. Aquel día, además, teníamos un plan diferente y que a las dos nos llenaba de ilusión, y que desde primera hora de la mañana nos tenía con una sonrisa pintada en la cara.

-¿Al final nos vemos allí con ellas? -preguntó Vane, mientras terminábamos de desayunar en la cocina.

Asentí, enseñándole el mensaje que me había mandado mi madre hacía tan sólo unos minutos.

Habíamos quedado, en unas horas, para comer con nuestras madres. Sí, con las dos juntas. Toñi llevaba un par de días en Madrid, ayudando al hermano de Vanesa y a su chica con la mudanza a su nuevo piso, y, de pura casualidad, había coincidido de pleno con la llegada de mi madre, que había decidido venir a pasar el fin de semana a mi casa. Un show.

-Qué nervios, Mónica -rió Vanesa, recogiendo las tazas donde habíamos tomado el café -Toñi y María en la misma mesa.

Reí con ella. Tenía pocas dudas de que nuestras madres iban a hacer buenísimas migas, por el mero hecho de que eran tal para cual. Habíamos reservado para comer las cuatro en un restaurante en el centro, y tanto Vane como yo estábamos entusiasmadas con la idea. Eran las dos mujeres que más queríamos en el mundo, y nos hacía especial ilusión compartir el día las cuatro juntas.

La mañana la ocupamos haciendo un par de recados y poniendo orden en nuestros trabajos y vidas tras cuatro días de total despreocupación. Antes de las dos comenzamos a arreglarnos, dándonos una ducha compartida que nos ocupó más tiempo del esperado y, como consecuencia, retrasó un poquito nuestra llegada al restaurante.

Vane condujo hasta el lugar acordado, y, por suerte, encontró un sitio perfecto para dejar el coche, a apenas un par de minutos andando del restaurante. Me agarró la mano para caminar aquellos metros y cuando doblamos la esquina vimos a la madre de Vanesa esperándonos en la puerta.

-¡Hola, mis niñas! -dijo nada más vernos, tan sonriente como siempre.

Ya nos habíamos visto hacía un par de días, en la primera cena oficial que Antonio había hecho en su nueva casa. Aún así, nos recibió con tantos besos y abrazos, que parecía que hacía siglos que no nos veíamos.

Aún no habíamos apenas salido de sus brazos cuando vi a mi madre llegar hasta nosotras, con otra sonrisa gigante.

-¡Mami! -corrí hacía ella para abrazarla, a lo que ella me correspondió con mucho amor, besando mi moflete.

Agarré su mano tras nuestro saludo y la acerqué a nosotras.

-Hola Vane, cariño mío -dijo acariciando su brazo y abrazándola en esta ocasión a ella.

-Qué ganitas tenía de verte, María -respondió Vane disfrutando de los mimos de mi madre.

Miré a Toñi, que estaba disfrutando tanto como yo de aquella bella estampa. Cuando ésta terminó, Vane me miró sabiendo que había llegado el momento.

-Mamá -agarró su mano -ella es María, la madre de Mónica.

Las dos se miraron y, como si estuviera ensayado, sonrieron de oreja a oreja y se abrazaron con fuerza. Vane y yo mirábamos la escena con necesidad de ponernos un babero, porque eran tan idílico como bonito.

Nadie más que túWhere stories live. Discover now