Capítulo 21

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NARRA VANESA

Fui a ver a Mónica tras estar toda la mañana en mi casa teniendo un fuerte debate interno entre qué hacer y qué no. Anita, que llegó a media mañana a desayunar y a contarme de qué se había enterado con respecto a aquellas fotos que nos habían sacado, me convenció de recapacitar e intentar poner algo del cordura a la situación. Tenía que ir a verla, porque sabía que ella no lo iba a hacer.

Cuando llegué a su casa, y tras ofrecerme comer algo junto a ella, comenzamos a hablar del tema. De los reproches pasamos a la tristeza, y de la tristeza al amor. Una completa montaña rusa.

-Ya está, cariño -susurré mientras calmaba su llanto.

Era la segunda vez que se echaba a llorar. Estaba con su silla pegada a la mía y con con su cuerpo echado por completo sobre mí.

-No pasa nada, Mónica, está todo bien -dije agarrando su larga melena y peinándola con sumo cuidado -te prometo que vamos a aprender a vivir con esto.

Tardó unos segundos en calmarse, y tras sorber los mocos y pasar las yemas de sus dedos por debajo de sus ojos, me miró. Nunca había visto sus ojos así de brillantes.

-Lo siento, es que... -empezó a decir muy apenada.

-Ya está -repetí -vamos a esperar a que salgan las fotos, y a partir de ahí decidimos, ¿vale?

Quise cambiar de tema, por lo menos, por el momento. La miré, esperando su reacción, y me tranquilizó ver su cabeza asentir y sus manos volviendo a limpiar sus lágrimas.

-¿Dormimos una siesta? -le pregunté levantándome y recogiendo la mesa -no he descansado nada esta noche.

Sonrió sutilmente, y asintió. Se levantó detrás de mí y me ayudó a poner los platos sucios en el lavavajillas y a dejarlo todo el orden. Fuimos caminando hasta su dormitorio; Mónica entró al baño y se lavó la cara, eliminando todos los restos de lágrimas que pudieran quedar, y yo la esperé abriendo la cama y tumbándome en ella.

Volvió y bajo mi atenta mirada se quitó la ropa, quedándose solamente en ropa interior. Se tumbó a mi lado y esperó paciente a que la abrazara; así me lo indicó con la mirada.

-¿Te encuentras bien? -le pregunté, antes de hacerlo.

-Sí -respondió.

No me sonó muy convincente, pero pensé que después de dormir un rato quizás lo vería todo de otro color. Me acerqué a ella y abrí mis brazos, para que reposara su cabeza en mi pecho. Así lo hizo. Sus piernas se enredaron en las mías y mis manos se posaron firmes en su espalda.

-Duerme un ratito, mi vida -le susurré.

Me hizo caso. Unos minutos después sentí su respiración completamente relajada, lo cual sirvió de perfecto somnífero para mí, que dormí junto a ella durante las siguientes dos horas.

Desperté con Mónica a mi lado todavía, pero ya despierta. Me miraba atenta, con su cuerpo todavía bajo el edredón y sus ojitos con legañas.

-Hola -pronunció tras unos segundos simplemente mirándonos.

-Hola, guapísima.

Le hice sonreír. Enseguida supe que aquella siesta compartida le había venido bien.

-¿Estás algo mejor? -pregunté, incorporándome y peinando el pelo que le caía por la cara.

-Sí -asintió -¿cómo estás tú?

-Estoy bien, si tú estás bien -le dije.

Mónica me volvió a sonreír y se abrazó a mí.

-Perdóname si te he hablado mal ayer o antes -me dijo con los ojos cerrados -estaba un poco nerviosa.

Nadie más que túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora