#oneshot IV

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El día que Mónica conoció a su cantante favorito.
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NARRA MÓNICA

Subimos a casa de Vane tras unas cuantas horas en la calle. Habíamos dado un bonito paseo por el centro y, luego, ido a comer a un restaurante donde nos habíamos llenado de buena comida, vino e infinitas charlas.

Vanesa y yo llevábamos viéndonos casi tres meses. Cada día compartido había estado lleno de novedades y primeras veces para mí; poco a poco había descubierto que era capaz de liberarme de prejuicios y tapujos, y limitarme a escuchar a mi cuerpo y mente, que, por su parte, me gritaban a los cuatro vientos que lo que querían era estar cerca de ella. De la chica que me gustaba.

-¿Has comido bien, entonces? -me preguntó quitándose el abrigo y estirando sus brazos para ayudarme a quitarme el mío.

-De maravilla -le contesté, feliz de sentir sus manos sobre mi cuerpo -tenemos que repetir pronto.

Vane asintió, colgando nuestra ropa en el perchero que tenía en la entrada y volviendo a acercarse a mí.

-Vale -dijo agarrando mi coleta y peinándola -cuando quieras.

Le sonreí y ella cortó el espacio entre nuestras caras, besándome suavemente. Me supo a gloria.

-¿Nos tomamos un té? -me dijo tras el beso -y dormirnos una siestecita.

Probablemente, de todos los planes que pudieran existir en el mundo, ninguno me podría apetecer más que aquel en ese momento.

Fui al baño mientras Vanesa preparaba las dos infusiones; me puse un pantalón de pijama y una sudadera que me había dejado, porque el vestido que me había puesto ese día no era lo más cómodo para tirarnos en el sofá durante las siguientes horas. Cuando volví ya estaban las dos tazas de agua humeantes sobre la mesita del salón, con alguna velita encendida y la pantalla de la tele con un montón de opciones de plataformas digitales para elegir una película que ver juntas. Vane llevaba ya el pelo recogido y sus pies descalzos, y me esperaba paciente con un hueco más que apetecible a su lado y una manta que gritaba ser usada cuanto antes para tapar nuestros cuerpos. Se me hizo la boca agua.

Le sonreí y me senté a su lado, muy cerca. Vanesa rodeó con su brazo mi cuerpo y posó su mano en mi cadera. Yo giré mi cara y le planté un besazo en su mejilla.

-Gracias -le dije cuando me ofreció la taza -eres un sol.

Vane cogió su taza y acarició mi cuerpo bajo la manta.

-Tú sí que eres un sol.

Le pedí un beso y me lo dio feliz. La tarde, desde luego, se planteaba inmejorable.

Un buen rato después desperté con besos por mi cara y cuello, y lo primero que pensé fue que no podía creerme estar viviendo aquello. Sonreí de manera completamente inevitable y agradecida a la vida.

-Buenas tardes, mi guapa -oí en apenas un susurro.

Mi corazón respondió a aquellas bellas palabras bombeando sangre con una fuerza mayor a la habitual. Su guapa.

-Mmmmm -ronroneé, buscándola.

Vane se subió a mi cuerpo y acarició mis labios con sus dedos. Luego, viajó con los mismos por cada facción de mi cara, produciéndome un placer complicado de describir. El paraíso era aquello, sin lugar a dudas. Cada día lo tenía más claro.

Abrí finalmente los ojos y me topé con su cara de cerca. Nuestras sonrisas al encontrarnos fueron inmediatas. Iba a besarla yo, pero se me adelantó y me dio un sensual beso que me supo, inevitablemente, a poco. Respondí a los movimientos de sus labios bailando contra los míos introduciendo mis manos por su camiseta. Vanesa rió.

Nadie más que túWhere stories live. Discover now