#oneshot II

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16 de septiembre de 2022.
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NARRA VANESA

Amanecí aquel viernes de mediados de septiembre bastante tarde por la mañana. Me había pasado buena parte de la noche encerrada en el estudio que había montado en el céntrico piso en el que vivía desde hacía casi cuatro meses, cuando recogí todas mis cosas de casa de Mónica y emprendimos nuestro camino separadas.

Ese verano que estábamos a punto de despedir había sido sin lugar a dudas el más atípico de toda mi vida. Aunque bien es cierto que la carretera y los escenarios me habían tenido entretenida durante muchos días, incluso semanas, las largas madrugadas de ausencias me habían terminado por destrozar y hundirme. Nunca imaginé tener que pasar la última etapa de nuestra gira sola, sin ella. Aquella gira que habíamos creado y pensando tan juntas y de la que ahora estaba completamente alejada.

Aún estaba bajo el edredón cuando el mensaje rutinario de Ana vibró bajo la almohada, donde descansaba mi móvil. Abrí ligeramente el ojo derecho.

«En una hora salimos»

Volví a cerrar el ojo y me giré sobre mí misma, recostándome en el lado frío de la cama que aquella noche no había usado. Me apetecía verdaderamente poco el concierto que teníamos aquel día.

Aún así, hice el esfuerzo de abrir la persiana y salir de la cama. Caminé por los pasillos hasta el salón, donde repetí el mismo movimiento que en el dormitorio, y entré finalmente en la cocina. Entonces fue cuando lo volví a recordar. Dieciséis de septiembre.

Hoy cumplía años la que todavía era mi mujer, y la que, pensándolo bien, lo será para siempre. Aunque no nos veamos, aunque no nos hablemos y aunque firmemos un papel que diga que nos divorciamos. Mónica siempre será la primera en mi vida.
¿Cómo se supone que debía actuar o sentirme? Era el primer cumpleaños en 7 años que no amanecía con ella y que no le tenía preparado un día lleno de regalos y sorpresas. Me sentía tan vacía que sería incapaz de explicarlo.

Negué con la cabeza y saqué aquella fuerte nostalgia que me había atrapado de mis pensamientos, para pasar a hacerme algo de desayunar y terminar la pequeña maleta que llevaba conmigo para ocasiones así, cuando pasábamos fuera de casa tan sólo una noche. En cuanto el café y las tostadas estuvieron hechas y me senté en la mesa de la cocina a tomarlo, volví a sentir aquel fuerte dolor en el pecho. Era inevitable.

¿Cómo pasaría su cumpleaños? ¿Estaría en Elche o se habría quedado en Madrid? ¿Estará con sus padres? ¿Le habrán hecho un desayuno rico de sorpresa, como a ella tanto le gusta? ¿Sus sobrinos se la habrán comido a besos ya? ¿Tendrá planes por la noche, con sus amigas? ¿De qué será la tarta que habrán escogido para que sople las velas? ¿Pensará en mí?

Una lágrima se deslizó por mi mejilla, aterrizando en el plato donde estaba el pan tostado que me había preparado, y que pensándolo bien, me apetecía verdaderamente poco comer. No me podía creer que no estuviéramos juntas. Tenía que ser irreal. Durante aquellos años había creído que aquello que habíamos construido era eterno, pero la realidad una vez más me dio un bofetón. Ahora estaba el día de su cumpleaños llorando mientras desayunaba en mi nueva casa, sin ella.

Alcancé mi móvil y busqué distraerme mirando mis redes sociales y obligándome a dar algún sorbo al café, aunque mi estómago no estaba muy por la
labor. No sirvió de mucha ayuda entretenerme mirando la pantalla, porque cada esquina estaba plegada de gente felicitando a Mónica por cumplir un año más, con fotos y vídeos preciosos que solo me hicieron caer un poquito más abajo y morirme por aquella carita y aquella sonrisa.

Me asusté cuando el móvil sonó aún en mi mano, entrándome una llamada y sacando de mi vista todos aquellos mensajes de cariño que estaba leyendo hacia mi mujer. Anita.

Nadie más que túWhere stories live. Discover now