Capítulo 23

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NARRA VANESA

La primera noche en casa de Mónica fue, sencillamente, perfecta. Cenamos con sus padres en un lugar exquisito, donde todo fluyó entre nosotros especialmente bien, y luego, sin saber muy bien cómo ocurrió, acabamos haciendo el amor metidas en el mar. Ni en el mejor de mis sueños.

A la mañana siguiente, tras desayunar, bajamos a pasear por Elche. No era la primera vez que estaba en aquel lugar, pero sí era la primera vez que visitaba aquellas calles con calma, interés y, sobre todo, con alguien que me lo enseñaba con mucho entusiasmo y amor.

Entramos ya casi a mediodía en una tienda para comprar un par de buenas botellas de vino que llevar a casa de los padres de Mónica. Aunque ayer ya nos habíamos visto, hoy repetiríamos encuentro en su casa, esta vez acompañados además del resto de familia. Mónica estaba especialmente emocionada porque, después de mucho desearlo, por fin había llegado el momento de conocer a sus sobrinos. Aquello que Mónica sentía por Alex y Vega era un amor que sobrepasada cualquier tipo de frontera.

Sobre las dos de la tarde emprendimos nuestro camino a casa de Jesús y María. Los nervios, aunque pueda parecer tonto, volvieron a atacarme.

-¿Pero saben quién soy? -le pregunté a Mónica girándome en mi asiento y mirando como conducía.

El sol le daba de pleno en el pelo, que caía por su pecho, y sonreía sin parar.

-Claro que saben quién eres -me respondió -llevo meses hablando de ti.

Me preocupaba llegar y que sus sobrinos no me ubicaran.

-¿Y si piensan que soy tu amiga? -volví a preguntar -ellos saben que a ti siempre te han gustado los chicos.

Mónica rió, enternecida por mis inseguridades.

-Saben que no eres mi amiga, cariño -me dijo serena -tienen unos padres fantásticos que estoy segura que les han contado que dos chicas también podemos estar enamoradas.

Aquello me tranquilizó un poco. Era importante para mí, y sabía que para Mónica también, que aquel primer encuentro con esos niños fuera perfecto.

-Bueno -dije resignada -si no, siempre podemos besarnos delante de ellos.

Mónica volvió a reír. Con su mano buscó la mía, y entrelazó nuestros dedos.

-Te querrán mucho, cariño -me dijo -son unos niños maravillosos.

Sonreí con ella. No me cabía duda de aquello; Mónica se había encargado de hablarme de ellos largo y tendido y de contarme acerca de la fantástica educación que sus padres les estaban dando. Además, tras conocer ayer a sus abuelos, todavía corroborada más lo dicho.

Llegamos en hora a nuestro destino final. Mónica dejó el coche sobre la acera principal y, tras coger nuestras cosas, caminamos hasta el portal. Su mano me agarró y yo enseguida sentí que nada podría ir mal.

María abrió la puerta tan sonriente como la última vez que nos habíamos visto, horas atrás. Abrazó a su hija y luego a mí, besando mi moflete. Aquello ya me supo a hogar.

-Pasad -nos indicó volviendo al interior de la casa -vuelvo corriendo a la cocina, que no quiero que se me queme nada -dijo apurada -Moni, lleva a Vane al salón con los demás.

Mónica sonrió e hizo lo que su madre le pidió. Miré a mi alrededor y sentí la calidez que proporcionaba aquel lugar, repleto de fotos de mi chica, su hermano y demás familia. Sabía que Mónica había vivido en aquella casa desde que nació, y estar allí con ella me proporcionaba tanta calma como responsabilidad.

Llegamos al salón, donde en seguida nos topamos con Jesús, su hermano y su cuñada; su padre vino corriendo a saludarnos, y rápidamente lo hicieron detrás ellos dos.

Nadie más que túWhere stories live. Discover now