Capítulo 2

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NARRA VANESA

-¿Se puede ser más descarada, amiga? -me preguntó Ana cuando volví a entrar en el camerino tras despedir a Mónica y a su amiga.

-¿Qué? -respondí atontada, rellenándome una vez más la copa de vino.

-Que ha llegado la tensión hasta Madrid, ida y vuelta -me dijo levantándose y viniendo a mi lado -como os habéis gustado.

Se me aceleró el corazón, a una velocidad de vértigo.

-No digas tonterías -negué, rápidamente -ha venido acompañando a su amiga y hemos estado charlando.

-Vane, le has cogido el móvil y le has escrito tu número.

-Para que me avise si...

-Vanesa -me cortó -conmigo no hace falta que finjas.

Resoplé, negando con la cabeza y dando un largo sorbo a mi copa.

-Es guapísima -dije -ya está.

Ana rió, asintiendo y levantando sus manos en señal de inocencia.

Intenté cambiar de tema, pero mi amiga volvió a hablar.

-¿Qué sabes de ella? -me preguntó.

-Nada -admití -que escribe libros muy buenos y presenta el informativo del fin de semana.

-¿Y ya?

-Y ya -respondí -¿me hablará?

Me acerqué a Ana otro poquito, poniéndome a su lado.

-Tiene pinta, ¿no?

Me encogí de hombros. La verdad, y pensándolo un poco más fríamente, quizás me había tomado demasiadas confianzas con ella. No nos conocíamos de nada y solamente había venido hasta allí para hacerle el favor a su amiga. Me recorrió una enorme inseguridad de arriba a abajo, pero en seguida se me pasó cuando aparecieron en el camerino mis padres, con sonrisas y palabras bonitas.

Eran casi la cuatro de la mañana cuando por fin llegué a mi casa. Me dolía todo el cuerpo y tenía muchas ganas de darme una ducha, lo cual hice nada más atravesar la puerta de mi dormitorio.

Mientras estaba disfrutando del agua caer por mi cuerpo, volví a pensar en Mónica y en el encuentro en mi camerino. No me había dado la impresión de que se hubiera ido molesta o abrumada, pero yo me había quedado algo preocupada por la actitud que había tenido con ella. Tendría que esperar unos días para ver si aceptaba aquel juego que le había propuesto, o si realmente al salir del auditorio ya dejó de pensar en mí y se olvidó de mis tonterías.

Aquel fin de semana decidí quedarme en Málaga, hasta el domingo. Mis padres habían organizado una comida familiar el sábado a mediodía, así que aproveché para tomarlo como excusa para quedarme en casa. Madrid podía esperar un par de días más.

Dediqué el viernes prácticamente completo a mí y a mis perros, hasta que la noche llegó y me arreglé para ir a cenar con unos amigos. Comimos rico y bebimos un poquito más de la cuenta.

El sábado y el domingo fueron muy familiares, con sobremesas eternas y buenos ratos. El lunes a primera hora debía estar en Madrid si quería llegar a tiempo a una reunión que estaba programada hacía bastantes días, así que decidí preparar la maleta el domingo antes de dormir, para así no agobiarme en exceso cuando el despertador me sonase al día siguiente.

Guardé la ropa, los zapatos y la guitarra. De fondo sonaba música flojita en mi móvil, que fue interrumpida en un par de ocasiones por el timbre que me indicaba que me había llegado algún mensaje. No le hice caso y terminé con lo que estaba haciendo lo más rápido que pude.

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