Capítulo 27

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NARRA VANESA

-¿Nervios? -preguntó Mónica tras cenar, ya tumbadas en el sofá.

Al día siguiente, o más bien, en menos de dos horas, salía el que sería mi octavo disco de estudio. Llevaba unas semanas sonando el single en radios y plataformas, y no dejaba de darme alegrías y buenas noticias; además, hacía unos días que el álbum estaba en preventa y había sido todo un éxito también. En definitiva, las sensaciones no podían ser mejores, pero aún así, me estaba recorriendo aquella sensación de hormigueo tan conocida y tan habitual en momentos como ese.

-Un poquito -le respondí a Mónica.

Habíamos seguido el ritual que solíamos llevar a cabo las noches previas a algún lanzamiento o momento clave, tanto mío como suyo; fuimos al súper por la tarde, hicimos una buena compra y nos pusimos a cocinar con calma y disfrutando de lo que hacíamos. Luego, tras poner nuestras canciones preferidas de fondo, pasamos una velada preciosa y llena de cariño, evitando hablar de lo que inminentemente iba a suceder. Hasta ese momento.

-Qué discazo está a puntito de ver la luz... -rió mientras se incorporó y besó la punta de mi nariz -¿vas a decir en tus entrevistas que las doce canciones son mías?

Me hizo reír fuerte. Aquello que me decía, aunque sabía que estaba de broma, era más que cierto; el disco había sido pensado, creado y diseñado con ella en todo momento en la cabeza. Había descubierto, ya hacía un tiempo, que para mí no había mayor ni mejor inspiración que aquellos ojos verdes que amanecían cada mañana a mi lado.

La abracé más fuerte contra mi pecho y la miré de cerquita.

-Creo que no hará falta decirlo -respondí -con que lean los agradecimientos lo sabrán.

Mónica volvió a reír una vez. Sabía perfectamente cómo calmar mis nervios.

Siempre, a lo largo de mi carrera, había sido bastante precavida con qué y cómo escribir los agradecimientos de mis álbumes; era una parte importante de la creación, pero tan íntima, que muchas veces me cohibía. Aquella vez, en mi octavo disco de estudio, quise gritar a los cuatro vientos lo feliz y bien rodeada que estaba.

-Mi disco -susurró besando mi cuello.

Sonreí. Me hacía inmensamente feliz que sintiera aquellas canciones como parte de ella.

Correspondí sus mimos colando mis dedos por la camiseta que llevaba aquella noche. Se estremeció.

-Estoy muy orgullosa de ti -dijo -me hace muchísima ilusión vivir este día tan especial contigo.

El corazón me respondió a aquellas bellas palabras latiendo fuerte, en señal de amor puro y duro.

-Te quiero tanto, Mónica.

Sentí la sonrisa de mi chica todavía en mi cuello, pero en seguida salió de aquel escondite y se subió a horcajadas a mi cuerpo.

-Y yo a ti, amor.

Agarré su cadera y la obligué a pegar su pecho al mío. Su boca quedó a escasos centímetros de mí, y no pude contenerme a besarla, sobre todo, tras ver cómo se humedecía los labios con la lengua, de manera sensual. Me correspondió, acentuando el beso y terminándolo con un sutil mordisco que me hizo encenderme a la velocidad de la luz.

-¿Vamos a la cama un rato? -le pregunté mirando su escote con descaro.

Mónica sonrió y pasó la yema de su dedo índice por mi mandíbula.

-Menudo privilegio -dijo, juguetona -voy a hacer el amor con la artista del momento a una hora de que salga su mejor disco.

Del calentón pasé a la risa de nuevo. Aquellos cambios de emociones me volvían loca.

Nadie más que túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora