CAPÍTULO 66| Adrián

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*Vamos entrando a la recta final*

A Belén la tuvieron que internar. No esperé una ambulancia, solo me corté para intentar detener con mi sangre su sangrado, la subí al auto junto a mis hijos y mi suegra y conduje como un desquiciado hasta la clínica de la ciudad, la más cercana.

Restregué mi rostro y mesé mi cabello, completamente superado.

Los médicos estuvieron sorprendidos al ver el caso de Belén porque, si atendías un parto en casa, no solías terminar en la clínica, no con un trabajo bien hecho como el de Rocío. Se sorprendieron, más que todo, porque Belén llegó con una pérdida de sangre importante que no se explicaban cómo había sido porque su herida no parecía tan importante y claro que no lo era.

Por primera vez en todo el tiempo que llevábamos enlazados sentí la necesidad de curar a Belén, sentí lo mismo que ella sintió cada vez que llegaba herido. No dudé en cortarme y sanarla o ayudarla a hacerlo. Mi herida, para cuando llegamos al hospital, estaba sana, pero Belén seguía ida.

Nunca había sentido tanto miedo como cuando la vi tendida en el suelo mientras Rocío verificaba a Trevor y sacaba de Belén la placenta. No sabía que eso se podía hacer con ella dormida, pero lo hizo.

Cerré los ojos intentando contenerme. Fue mucho, simplemente esa noche fue demasiado para mí. Sostener a un bebé recién nacido no había estado mucho en mis planes, en realidad nunca pensé en eso hasta que me entregaron a Alan. Siempre supuse que sería yo quien cortase el cordón, pero, en el afán, no lo pude hacer, así que sostuve a dos bebés blancos por esa grasita que no sabía cómo se llamaba, con sus cordones cortados, pero muy a la vista, ambos llorando, uno por nacer y otro porque quité sus ojos de la luna.

Al recordar el peligro inminente de perder a Alan solo pude agachar la cabella y llorar.

¿Cómo le explicaría a Belén que nuestro hijo decidió nacer mirando a la luna? No se lo había dicho a nadie porque él parecía estar bien, enojado pero bien.

Rocío, con mi autorización, sacó a los bebés para que los alimentara una mujer que hacía poco también había dado a luz. Era muy probable que Belén se enojara cuando supiera que no les había dado la primera alimentación a sus hijos, pero estaba dormida, ellos tenían hambre y yo no tenía mente para pensar en algo más que en mi mujer acostada en la camilla.

Estaba en monitoreo. Como los médicos no sabían todo el estrés, la presión de la luna, el desgarro de su vagina por el parto y todo lo demás, solo me dijeron que necesitaba descansar, pero yo, hasta no ver sus ojos abiertos, no descansaría.

Mi teléfono comenzó a sonar. Tuve miedo de contestar al ver que era mi madre, quien se había ido con Rocío para ayudarle con uno de los bebés. Tenía miedo de que me dijeran que Alan se había dormido y no despertaba, o que había dejado de respirar.

A la segunda llamada contesté saliendo de la habitación.

—Hola, hijo, ¿cómo sigue Belén? —preguntó mi madre.

—Sigue dormida.

Se quedó en silencio un momento.

—Ella estará bien. Si los exámenes salieron óptimos, solo es cuestión para que despierte. Llevaremos ya a los niños, no queremos que Belén se despierte y no los tenga consigo.

—Mamá... ¿cómo están? —pregunté con temor, pero la risa de mi madre me tranquilizó.

—Ahora que comieron están de lo más tranquilos... todos los niños se parecen, lo sé, pero se me hacen tan igualitos a ti cuando naciste.

Reí.

—Tú lo acabas de decir: todos se parecen, tiene mucho sentido que se parezcan a mí. Tráelos, pero si Belén no despierta pronto no se los vuelvan a llevar, no quiero que por estar en una clínica cojan alguna bacteria o enfermedad.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Where stories live. Discover now