CAPÍTULO 5| Belén

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Una de las cosas que me había enamorado de Adrián era su ternura conmigo y los momentos que creaba solo para mí.

Mis padres no solían dejarme hasta tarde cuando se trataba de Adrián. Mi hora de llegada era a las ocho, no más de ahí. Con Miranda y Francis era a las nueve. Mamá temía, más que todo, que cometiera un error con Adrián.

Sabía a qué tipo de error se refería. Los licántropos éramos muy conservadores en cuando a las relaciones, más que todo las sexuales. Gracias a mis clases y al trabajo de mi madre, supe desde una edad temprana lo que significaba ese tema que a todos le daba miedo y entendía el miedo de mis padres con ello, mucho más cuando mis pensamientos se derretían en mi mente cuando él me besaba.

Baladas sonaban por el auto mientras ambos yacíamos en el pasto. Los labios de Adrián parecían absorber todo de mí, pero no me quejaba porque yo estaba haciendo lo mismo con él. También sentía su mano subir por dentro de mi camiseta para llegar a rozar el contorno de mi sostén y quedarse ahí mientras yo solo lo despeinaba y acariciaba su espalda.

Se rio cuando nos giré, dejándome encima de él.

—Me acabo de enterrar una piedra en la espalda —se quejó con diversión. Suspiró cuando volvió a mirarme y corrió mi cabello—. Debo llevarte a tu casa.

—Puedo decirle que la malteada se demoró y por eso no me llevaste a tiempo a casa.

Negó.

—Tu padre sería capaz de ir hasta el local a preguntar a qué hora estuvimos ahí y sabrá que hace dos horas que comimos. Incluso prefiero llevarte ahora a casa para que no me pregunte qué nos quedamos haciendo.

Me encogí de hombros.

—Podemos decir la verdad, que nos quedamos bailando este tiempo por aquí. Excluimos la parte de los besos y ya está.

Volvió a reír. Me gustaba mucho que Adrián se relajara tanto conmigo, que sus cejas tupidas dejaran de verse tan intimidantes por la sonrisa en sus ojos.

Mi corazón dolía tanto al mirarlo y comprender que estaba muy enamorada de él.

Nos levantó y abrió la puerta de su auto para mí.

—Mañana tengo reunión en la casa Central, no podré ir por ti a la mañana.

—Iré en bici —contesté, dándole una solución.

Se subió a su asiento cuando me tuvo segura en el mío. No encendió el auto, solo me miró.

—¿Has pensado en lo que te dije a la mañana? —preguntó en voz baja, sus cejas frunciéndose.

Quise gritarle que sí lo había pensado mejor y que sí aceptaba ser su novia, pero seguía teniendo el mismo problema que a la mañana. Odiaba la situación en la que estábamos, pero no quería más burlas.

—La respuesta sigue siendo la misma —dije a mi pesar. La mueca en sus labios fue una señal de que se había molestado, de nuevo.

Tomé su mano, llevándola a mis labios. Quedó atento a cada uno de mis movimientos hasta que seguí hablando.

—Falta un mes para tu graduación y para tus dieciocho, no desesperes.

—No entiendo por qué tiene que ser hasta ese punto. No hay diferencia.

Quería decirle que sí había una diferencia muy grande entre esperar a que él no estuviera en el instituto y estar en la universidad, cuando las cosas se podían mantener más discretas y no me acarrearía problemas.

Me acomodé en el asiento para mirarlo mejor. Sonreí, intentando ocultar mi tristeza de él.

—Llévame a mi casa antes de que papá se enoje con ambos.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora