CAPÍTULO 63| Belén

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Creo que tanto Adrián como yo pensamos que hacer el amor disminuiría conforme avanzara el embarazo, pero no fue así.

Agradecí con cada embiste de mi marido que mi suegro le dejase una oficina solo para Adrián porque podríamos encerrarnos en ella y hacer nuestras cosas cuando no podía dejarlo ir sin que me tocara.

Mis hormonas estaban por el cielo, tanto así que parecía en calor. Solo ver a Adrián me prendía de una forma que no era normal, de verdad que no. Sí, hacerlo con una barriga enorme era incómodo, pero era más incómodo sentir el deseo por Adrián y los calzones mojados era peor que unos minutos en posiciones incómodas.

Yo, como dueña de una parte importante de las acciones de la constructora, tuve que estar en una reunión que lideró Adrián. Me senté ahí por casi una hora, viéndolo en su traje negro en combinación con su cabello peinado a la perfección como todo hombre de negocios porque habló con tanta propiedad del tema que creo que su participación fue lo que me puso a babear por él.

Por supuesto que se dio cuenta. Creo que todos se dieron cuenta de mi mirada fija y necesitada sobre él, pero la que me importó, a medida que transcurría la reunión, se volvía más oscura de saber lo que yo quería. Y me lo dio al entrar a su oficina.

No fue extraño, no era la primera vez que sucedía. En las últimas dos semanas, cada que él llegaba a casa me tenía que lanzar sobre él antes de comer. No me lanzaba de manera tan literal, porque debía cuidarme por mi estado, pero sí llevaba su beso a más. Él no se quejaba mucho, aunque siempre se aseguraba de mantener mi vientre protegido.

No mentía cuando decía que había una posibilidad muy grande de que el tiempo de embarazo fuese el mejor que hemos pasado. Me sentía mucho más amada por las atenciones que Adrián tenía conmigo a cada momento, su constante preocupación y cuidados, salíamos más, nos disfrutábamos más el uno del otro. No sabía si eso se debía a que él estaba casi que desligado por completo de la manada, por mi estado o por la combinación de todo. Lo que fuese me hacía sentir muy bien.

El sonido de su respiración pesada en oído en cada movimiento fuerte que hacía ya me había llevado el cielo dos veces en ese encuentro. Me sentía cerca de la tercera vez, pero eso sí se lo atribuía a la sensibilidad que tenía por esos días.

Adrián, presintiendo que estaba pronta a alcanzar la cúspide, coló su mano en medio de nosotros para tomarme en medio de las piernas para hacerme llegar. Unos segundos después, el gruñido y sus fluidos dentro de mí me hicieron saber que también había terminado.

No tenía respiración ni fuerza para moverme, así que lo sentí y solo lo seguí con los ojos mientras intentaba normalizar mi respiración. El sillón, aunque pequeño, era cómodo, o al menos así me sentía —un poco— mientras él iba medio desnudo al escritorio para buscar en los cajones toallitas húmedas. Sí, no era la primera vez que lo hacíamos ahí y mi esposo era un hombre que se adelantaba a los hechos.

Fue él quien me limpió, incluso pasó una toalla limpia por mi rostro y cuello para refrescarme y quitarme el sudor. También buscó en mi bolso las bragas que había comenzado a cargar por su ocurría un accidente o un momento de pasión. Me ayudó a vestirme y también a sentarme de forma correcta.

Le sonreí, seguro con rostro complacido y feliz. Él, al verme, solo pudo reír mientras ajustaba su cinturón.

—Una esposa satisfecha, ¿eh? —dijo pasándose una mano por el cabello, pero siguió despeinado, así que le hice señas para que se acercara e intentar peinarlo yo.

—En mi bolsa hay un peine, pásamelo porque si salimos así todos se darán cuenta de lo que hemos hecho.

Él se rio con burla.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Where stories live. Discover now