CAPÍTULO 34| Adrián

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Me sentía desesperado más que enojado. La actitud de Belén ante una de mis heridas se volvía errática y maniaca. Sus ojos se cubrían de una capa de locura que nunca veía en ella y su comportamiento también se transformaba. Cuando la dejaba todo era tranquilo, el problema llegaba cuando la detenía.

Una semana después y seguía sintiendo la misma pesadez. Incluso llegué a pensar en dejar los enfrentamientos de lado hasta que Chelem, en una conversación con el consejo licántropo de la manada, dijo que aquel que no le sirviera, debía irse. Conociéndolo, sabía que no era una amenaza vacía.

Belén se graduaría en unas pocas semanas. Pensaba proponerle irnos a vivir juntos en la ciudad, a un lugar cercano de su facultad. No podía negar que tenía miedo de lo que pudiese pasar al decírselo. Sabía que ella estaría feliz de alejarnos de la manada, pero irnos a la ciudad no significaba que renunciaba a ella, pero muchos, no solo Chelem, podrían tomar eso como una traición en tiempos de guerra.

Pero también debía velar por la seguridad de Belén. Llevábamos una semana enojados, tres peleas más en las que se había empecinado en curarme con su sangre y por esa razón tenía cortes en sus manos y unos cuantos en su pierna porque sacó de allí pensando que no me daría cuenta de ello.

Lo que mostraba el daño que estaba haciendo la situación en nuestra relación es que ya no quería tocarla. No quería ver su cuerpo desnudo porque encontraría cortecitos pequeños que podrían o no estar relacionados conmigo, además de que tocarla se sentía como un recuerdo del daño que le estaba haciendo.

Terminé de cortar en automático el cartón frente a mí con la forma plana de una pirámide que tendría que armar luego de eso. Solo la luz del escritorio estaba encendida porque era tarde y ya Belén dormía con tranquilidad luego de haber dado uno de sus exámenes. Yo no podía dormir, había preferido seguir con la maqueta de geometría que ir a la cama con ella.

La pirámide no era la única pieza que había cortado ya, tenía muchas otras, más pequeñas y grandes, desperdigadas por la mesa que debía pegar con la forma que había hecho en el plano antes.

Mi charla interna me llevó a una decisión mientras Belén siguiera estudiando en el instituto: le pediría a Chelem que cambiara a quien se encargase de mí.

Cuando me sentí con la vista muy cansada y el cuerpo dolorido por estar en la misma posición, me levanté, quité mi camisa y pantalón y me metí en la cama con Belén. Había notado que sus mejillas se habían vuelto más llenitas y sus senos también habían ganado volumen desde que tomaba sus pastillas. A veces se quejaba del dolor de cabeza o de otros malestares que le causaban. No sabía si pedirle dejarlas y continuar cuidándonos con el condón o no, porque lo cierto es que esa forma de cuidarnos sí era más efectiva.

Me quedé con los ojos pegados al techo y miré solo oscuridad antes de sentir el cuerpo de Belén acercarse al mío. Suspiré por lo bajo y acepté su cercanía porque sabía que se encontraba dormida. Me puse de lado para pasar con más comodidad mi brazo por su cintura y abrazarla a mí. En mi garganta se formó un nudo cuando sentí su dedo vendado en la piel de mi espalda, donde puso su mano.

Al día siguiente fui a la universidad desde temprano, pero no volví a casa. El complejo donde entrenábamos se había también convertido con la llegada de Chelem. Había más armas de entrenamiento y se adecuó una habitación solo para armamento de oro y plata que había mandado a hacer especialmente para los licántropos de la manada, armas que seguramente ninguna otra tenía. Me cambié por mi ropa de entrenamiento antes de entrar a las canchas. Chelem estaba ahí, junto con Loren y Sara. Las dos chicas entrenaban entre ellas bajo la supervisión de mi amigo.

Desde lo sucedido con Sarah casi no podía verla a los ojos, a pesar de que hacía parte de mi grupo. En esos meses su cuerpo había cambiado, creció unos pocos centímetros y sus caderas se ensancharon, también había mejorado mucho en el ataque, por lo que suposición se había puesto a mi lado. Se volvía incómodo porque ni a ella ni a mí se nos había olvidado lo ocurrido. Yo había sido su primera vez y ni siquiera pudo ser memorable. Todavía recordaba el nombre de Belén saliendo de mis labios, el llanto de Sarah por la humillación que sintió y, por supuesto, todavía podía verla en una esquina, desnuda y reclamándome.

Me quedé rezagado en una esquina a la espera de que terminaran lo suyo. Sarah era buena peleando, muchísimo, así que sus movimientos eran felinos y ágiles para defenderse y atacar a Loren que... bueno, ella hacía lo que podía, sin ser mala, por supuesto.

Me sorprendí cuando Sarah se metió por debajo de los pies de Loren y la hizo caer. Ni yo supe cómo le hizo y eso que estaba viendo con atención su entrenamiento. Me fue inevitable soltar un silbido que llamó la atención de todos. Por su concentración no se habían percatado de mi olor o escuchado los pasos cuando llegué, pero lo agradecí.

Sarah se levantó y echó su cabello cubierto de sudor hacia atrás. Sus mejillas ya tenían un arrebol, pero su actitud sí que cambió al verme. Alejó los ojos y fue directa hacia su botella de agua. Chelem, a un movimiento de mi cabeza, me siguió fuera de la habitación.

—¿Vienes a entrenar, aunque no sea tu día? —Asentí y frené al sabernos alejados de oídos indiscretos.

—Sí, necesito distraerme. También vengo a pedirte un favor. —Alzó las cejas en expectativa a lo que diría—. Necesito que cambies a Belén como la encargada de mi salud.

Su sorpresa fue obvia en su rostro. Soltó una risotada luego de pasar por la impresión y me miró con burla.

—¿Tan mal es el matrimonio? —Apreté los labios y negué. No estaba para bromas o para sus comentarios.

—Si no hago eso, Belén terminará por cometer una estupidez. No tiene nada que ver con mi matrimonio con ella.

Se encogió de hombros.

—Bien, la pondré entonces a cargo de otra persona y tú irás con Elena.

Conocía a la mujer, una señora de la edad de mi madre que también era buena en curaciones... pero no tanto como Belén.

Suspiré y asentí antes de irme a otra sala para entrenar a solas o, a mejor decir, hacer un poco de ejercicio porque no entrenaría nada, solo golpearía un saco.

Me quedé horas allí, hasta que Chelem se asomó y me mandó, de nuevo, al frente de una pelea. Sarah salió conmigo, en el auto de los demás porque no la llevaría en el mío.

Nunca me preocupaba por mi auto porque si había alguna herida muy grave que me impidiese manejar, un licántropo de rango bajo se encargaría luego de él y de llevarlo a mi hogar mientras a mí me transportaban en otro auto.

Solté un suspiro por la boca con fuerza y encendí el motor para seguir a los demás autos. De nuevo tenía que ir contra la manada «enemiga» que yo no veía como mi enemiga. Desde aquella charla con mi profesor, cada que me la mencionaban lo imaginaba a él.

—Deberías mantener los lazos y las relaciones —gruñí en la soledad de la carretera hacia un Chelem a kilómetros de mí.

Aceleré más con dirección a mi destino de heridas y una Belén enojada e histérica. 

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Where stories live. Discover now