CAPÍTULO 30| Adrián

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Lo primero que vi al abrir los ojos y con vista borrosa, fue a Belén trabajando en mí.

—Chiquita... —intenté hablar, aunque mi lengua pesada.

—Silencio —susurró. No supe en el instante si su voz pastosa era debido a mi estado y lo imaginé o si ella de verdad había estado llorando.

Intenté tomar su mano, pero rehuyó de mi toque y no tenía las fuerzas suficientes para volver a intentarlo, así que solo dejé mi mano sobre mi abdomen y nos quedamos en silencio. Me volví a dormir y esperé tener a mi esposa a mi lado al despertar.

Casi no había tenido tiempo para Belén esas últimas semanas, así que disfrutaba esos pocos minutos a las mañanas antes de irme a la universidad y ella a sus clases.

Debía hablar con ella, de cómo había logrado curar la herida que había tenido la noche pasada infectada con la plata que no podía sacar. Me había despertado con energía y sin ningún dolor; debía agradecerlo.

No sé cuánto tiempo más pasó antes de volver a despertar sintiéndome muy bien. Me estiré sin sentir dolor alguno y abrí los ojos para ver a mi lado en la cama... vacío. Escaneé toda la habitación, encontrando a Belén dormida en el sofá.

Suspiré y me levanté para ir donde ella. La tomé en brazos a pesar de su quejido entresueños y la metí a la cama, sin fijarme en que su mano estaba vendada. La hora se nos había pasado y tanto ella como yo íbamos tarde a clases, ella más que yo por entrar antes. Decidí llamar para usar la vieja excusa que seguía siendo válida entre nosotros: Belén no iría porque se había quedado cuidándome.

En mi camino al baño noté la mochila de mi chica en la silla del escritorio. No presté atención a ese detalle, solo seguí mi camino para poder salir a tiempo. Frente al espejo del baño miré que no tenía ninguna herida, ninguna cicatriz nueva visible, aunque recordaba el cuchillo del vampiro intentar cortar mi cuello.

Me estremecí al pensar que esa noche estuve verdaderamente cerca de la muerte si no hubiera sido por Chelem, quien había decidido volver a pelear en algunas ocasiones. Casi que le debía mi vida, pero ¿Dónde estaba la herida?

Me duché con prisa y, al salir, me topé con Belén sentada en la cama, su mirada perdida en un pensamiento lejano.

Sonreí, acercándome a ella para besarla y despedirme.

—Buen día —susurré en su oído, sobresaltándola.

El vacío en sus ojos me confundió.

—Solo te había pedido una cosa, Adrián. Necesitas descansar, no te importa ni siquiera tu propia salud.

—Estoy bien, mi vida —aseguré mientras metía un jersey por mi cabeza.

—Estás bien gracias a mí.

—Lo sé, Bel, lo sé.

—No, no lo sabes... tenemos que hablar, Adrián.

La miré con el ceño fruncido.

—Bel, se me hace tarde. Iré a tu casa en cuanto terminen las clases, te lo juro.

—¿A cuál casa irás si mis papás me echaron de la suya? —Sus palabras me dejaron de piedra. Giré a verla, encontrándome con ojos empañados y un puchero en sus labios. Al ver que no decía nada sollozó y se tiró a la cama, tapándose con la manta para ocultarse de mí.

Me acerqué y toqué lo que creía era su espalda mientras escuchaba sus sollozos. No paró su llanto y mi corazón se rompía con cada estremecimiento de su cuerpo.

Me recosté sobre ella, abrazando su cuerpo con delicadeza. A la mierda las clases, debía solucionar primero eso.

—Mi vida...

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Where stories live. Discover now