31. El límite de la lealtad

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En un momento perdido del pasado

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En un momento perdido del pasado...

Una vez que las palabras abandonaron la boca de Caos, que fueron pronunciadas en las profundidades del subterráneo, que mi mente las escuchó y las grabó, nunca me abandonaron completamente. Tampoco lo hizo la expresión del brujo, hubiera pensado que su alma se desquebrajaba mientras admitía aquel hecho y confesaba aquella verdad que había ocultado de nosotros cuando se encerró en la oscuridad y no quiso salir de ella. Él nos aseguró que no iba a escoger ese camino. Nunca lo tomaría, dijo. Pero esa decisión no dependía de su persona.

De mí. Dependía de mí.

La decisión final era mía. No de él.

Y ese detalle, pequeño pero importante, no pareció asimilarlo la última vez.

Eso me dejó dudas, parada frente a un inmenso precipicio en el que las olas golpeaban con fuerza, llamándome a saltar mientras un coro de voces juzgaba mis acciones. Y lejos de sentirme protagonista de mi propia película, aquella posición me dio miedo.

Puro terror.

Una elección tan importante sobre mis hombros... Pesaba, dolía y asfixiaba.

Caos explicó con lujo de detalles lo que le carcomía, aquello que había provocado su hambre tras haber agotado su fuente de magia. Cristian se sintió tan contraído como yo, porque llevar a cabo lo que el brujo había descubierto podría significar su libertad. También mi muerte. Era un precio muy alto, peligroso. Por esa razón, se había negado en rotundo.

Prefirió su ya conocido confinamiento a poner en peligro mi vida.

Porque era una posibilidad presente, una muy alta.

Pero, si salía todo bien, Caos sería libre y yo podría estar ahí para celebrarlo.

Si iba bien...

Les hice creer que había aceptado la respuesta final del brujo a esa encrucijada y volví al exterior, seguida de Cristian, resguardándome en las risas, las bromas y las sonrisas del grupo. Olvidé por varios días lo que ocurrió, aquella conversación que cada noche se repetía en mi mente. Y no solo cuando Morfeo me visitaba, también se reproducida cuando mis ojos se posaban en Torquemada o en Caos.

No huía de sus miradas, tampoco de sus acaricias. Él podía ver a través de mí y no quería alarmar a nadie con pensamientos débiles, con dudas vacías, sin pilares fuertes que no las sustentasen. Solo deseos y sueños infantiles.

Una noche, después de que todos nos juntásemos en la azotea para beber, atraídos por el descanso que ese acto nos brindaba, lejos de los estudios, y tras pensarlo durante toda la tarde, me atreví y acorralé a Carmen en nuestra habitación. Ella no había bebido mucho, no superó su umbral y estaba lúcida. Muy diferente a como habíamos dejado a Sandra en su cama, vigilada por Amanda, o como Nate se había quedado contemplando a esta última durante varios minutos y hubiera seguido de no ser por Cristian que se dio cuenta al despegar los ojos de Caos por un momento. A veces, le pillaba observándome a mí o al brujo, callado, pero entretenido con la vista.

CaosWhere stories live. Discover now