2. Identidades

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—Me estoy replanteando mi heterosexualidad

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—Me estoy replanteando mi heterosexualidad.

Sandra miró de nuevo su obra de arte y se sintió orgullosa del acabado final. Ninguno de los cuatro esperaba que quedase tan bien, en realidad. Y definitivamente, con el resultado a la vista, podíamos admitir que nos habíamos equivocado. La chica sabía hacer magia con sus manos cuando se trataba de cambios de look. Yo era la muestra de ello.

Volví a fijar mis ojos en el chico que veía en el espejo y no pude esconder mi sonrisa.

Ni yo misma lo creía cierto. Esa era yo.

—Te has lucido, amiga.

—Me alegra que te guste.

—Te doy un nueve —dijo Amanda desde la cama de la habitación—. Me gusta el color del tinte.

—Andaba indecisa entre el verde y el cobre.

—¡¿CÓMO QUE VERDE?!

Nate apareció por la puerta con el pelo envuelto en papel film y un saco cubriendo sus hombros.

—El tuyo es morado, tranquilo.

—Amanda, deja de decir gilipolleces —se apresuró a decir el veinteañero. Entonces, apuntó con el móvil a Sandra—. ¿Qué color me has puesto?

—Marrón claro.

—¿Segura?

—No, es coña. Es azul.

—¡Sandra Castellán González, responde ahora mismo!

—Vale, vale. Es rosa.

Amanda no aguantó las carcajadas y las dejó salir a medida que el rostro de Nate se tornaba pálido de solo pensar que había aceptado ponerse en manos de aquella loca que llamaba amiga.

—Sandrita, Sandrita...

Me levanté del taburete y corrí hacia Nate antes de que el móvil de sus manos saliese volando.

—Confía en ella. Te dejará espectacular.

Una marcha de trompetas nos sorprendió. Era la alarma del móvil.

—Tiempo fuera —nos avisó Sandra—. Démonos prisa o su cabello quedará hecho un estropicio.

Nate desapareció seguido de la joven peluquera, dejándome a solas con Amanda en la habitación. Miré de nuevo mi reflejo en el espejo y sonreí al notar el cambio. El tinte rubio en combinación con las mechas plateadas quedaba extremadamente bien. Ya no había melena que me recordase a mi antiguo yo. Mis pecas habían sido cubiertas por una fija capa de maquillaje del mismo modo que la cicatriz, aunque esta estaba cubierta a su vez por unas vendas blancas. Haría pasar la cicatriz por un accidente, al menos por un tiempo.

—No me creo que sea yo.

—Te queda bastante bien —dijo Amanda, levantándose de la cama. Se acercó al escritorio y cogió las gafas que habíamos elegido días atrás—. Te falta esto y estarías listo, Marcus.

CaosWhere stories live. Discover now